Pilar Muñoz. 3 de Septiembre.
Con tres heridas vuelven muchos españoles después de sus vacaciones al hogar. La de la vida, entendida como el reiniciar los hábitos y rituales de la normalidad. La del amor, comprendiendo esta dimensión como una de las más afectadas en períodos donde la pareja tiene que convivir y compartir. Al final de estas jornadas estivales, algunos acaban en separaciones. La de la muerte, como consecuencia de la primera, muchos niños y niñas, adolescentes y jóvenes han pasado su mes de agosto con el progenitor aislado, tras la separación familiar, con el desorden emocional que esto provoca.
La vuelta a la normalidad parece afectar al hombre actual de forma más invasiva que al de hace unas décadas. Muchos colegas se han apresurado a encontrar una sintomatología definida como el “Síndrome post-vacacional”. Mi sincera opinión es que existen algunos rasgos que son más sociológicos que psicológicos, y que encontrarían una respuesta en el tipo de sociedad hedonista y egocéntrica que hemos desarrollado al amparo inestimable de un consumismo feroz.
Los aspectos psicológicos que “echan para atrás” a miles de ciudadanos ante la vuelta a la rutina serían los siguientes:
· Estructuración y organización doméstica y laboral
· Horarios, rutinas y hábitos
· Toma de decisiones y responsabilidad mantenida
· Disminución significativa del tiempo de ocio
· Sistemática y predecibilidad comportamental
· Incidencia negativa de aspectos colaterales: tráfico, gastos escolares, inicio del tiempo otoñal…
Si analizamos cada uno de los anteriores factores nos daremos cuenta de que lejos de ser una incomodidad, son necesarios para construir cualquier vida individual, y mucho más para participar en la comunidad social y laboral. Si los miramos en conjunto, podremos ver que todos ellos configuran la vida, y que precisamente, muchos hermanos se atreven a cruzar nuestras fronteras, a expensas de dejarse la vida, para conseguir alcanzar esta sintomatología. En definitiva para tener VIDA.
A nosotros, seres resultantes de la publicidad y el consumismo, nos parece insoportable, atroz, y causa de consulta de diván la vuelta al trabajo. Si no somos lo suficientemente maduros como para afrontar de modo natural, sin pesadumbre y con la fuerza y estabilidad necesarias para abordar un nuevo ejercicio escolar o laboral, entonces somos una población rica, pero enferma, enclenque y con unas metas irreales e infantiles. El ocio y las vacaciones se disfrutan y añoran porque son ostensiblemente menores frente a las jornadas de labor.
Otra herida común post-vacacional es la del AMOR. Pero sería más preciso denominarla del desamor, la del flechazo playero que pone en serio peligro el amor conyugal (parece estar obsoleto). La pareja, acostumbrada a ser extraños en el mismo domicilio, por incompatibilidades horarias, tienen que comunicarse, verse y disfrutar durante unos días. Esto en algunos casos resulta ser trágico. Se pueden observar algunas manifestaciones conductuales como estas:
· Comunicación menor y de peor calidad. Pseudointeracción.
· Mayor rivalidad y tensión afectiva entre los cónyuges.
· Disparidad y desencuentro en el tiempo de ocio: bronceado, frente a deporte.
· Presencia intensa y demandante de niños o adolescentes.
· Evidencia del paso y el peso de los años en las capacidades físicas: corporalidad adulta vs el deseo de cuerpo juvenil, cansancio y fatiga al trasnochar, etc.
Corolario de lo anteriormente expuesto es la visita oportuna al abogado matrimonialista para que inicie los trámites de la separación, ya que en esos días de descanso, de serenidad y reflexión, nos hemos convertido en enemigos y rivales de nuestra pareja. Hemos puesto la mirada obsesiva en la diferencia, en vez de depositar nuestra comprensión y confianza en los años vividos y en las similitudes. Una vez más el comportamiento de los adultos en el amor, nos pone en evidencia una sintomatología más frecuente y peligrosa: la inmadurez y la impulsividad.
Me he permitido poner la última herida, la cual es una metáfora, la MUERTE, entendida como el desorden intenso afectivo, emocional y orgánico que sufren decenas de hijos/as de las parejas rotas durante el mes de vacaciones que tienen que pasar con el progenitor que no ostenta la guarda y custodia. El progenitor que normalmente disfruta de ellos es el padre, y el mes que suelen adjudicar los tribunales para ello es agosto. Así, a finales de julio, muchos pequeños ven a sus madres preparar la maleta para la marcha. Tienen que dejar su hogar, su referencia espacial, su débil rutina, ya tocada por la separación, para afrontar un mes con rutinas y criterios educativos, posiblemente discrepantes con los que el niño empieza a estar acostumbrado. Así pues, mis queridos lectores, comprenderán, que es la muerte para una criatura que no comprende muy bien este vaivén de hogares, rutinas y personas.
Hablamos con propiedad de muerte, porque existe una evidencia psíquica en todos estos hijos de parejas rotas, que son los olvidados, se meten también en los equipajes de verano, y se envían a que otro/a los aguante. Mientras tanto, el niño/a sienten y mucho, pero ¿qué les ocurre?
· Ansiedad, temores difusos ante la reactividad del progenitor más alejado
· Ruptura de los ritmos y hábitos establecidos, lo cual produce desorientación y confusión.
· Inmersión afectiva y convivencia artificial con la posible pareja del progenitor, figura que normalmente es rechazada, como mecanismo de resistencia y vinculación al otro progenitor.
· Desórdenes conductuales: regresiones a comportamientos más infantiles, conductas negativistas, desobediencia.
· Soledad y necesidad de ayuda, protección y cuidado.
Seguramente usted y yo nos hemos cruzado en la playa, en la feria o en la carretera con muchos de estos niños, que para ellos comenzaban unas vacaciones heridos de una muerte emocional que no entienden y que ellos no han buscado, y que se sienten culpables de ello. Estos pequeños en estos días vuelven a sus rutinas, pero eso sí, heridos de muerte, por sentencias jurídicas y por decisiones adultas egoístas e injustas hacia el mundo infantil.