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Lectura del Manifiesto de Clausura 10 de julio

VII Congreso de Catalanidad hispánica: “(Los) INDULTADOS y (los) HUMILLADOS”

El 21 de junio de 2021, el presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, escarneció a todos aquellos catalanes que nunca han renegado de su españolidad y de los cuales muchos han luchado contra la infamia de la sedición. Pedro Sánchez, el ejecutor de España, eligió como escenario de su aquelarre el Palacio del Liceo de Barcelona. El Liceo, altar de la nefanda burguesía catalana, se llenó ese día de idólatras del poder político central que con sus vanas promesas les prometía que Cataluña volvería a ser “Rica y plena”, sobre todo “Rica”. La flor y nata de la burguesía catalana, los mal llamados representantes de las fuerzas vivas, más bien “fuerzas agónicas”, del Principado, aplaudieron el anuncio de que los condenados por sedición iban a ser indultados. Los aplausos no fueron ni entusiastas ni tímidos. Fueron simplemente mecánicos. Aplausos de los que desean que Cataluña siga siendo una máquina de producir dinero para sus bolsillos, sin importar los agravios, violencias y humillaciones que el secesionismo ha provocado a tantísimos catalanes.

Los indultos nos han sido presentados como algo necesario para restañar la “convivencia quebrada” y por el interés público. ¿De qué público?, preguntamos nosotros. Por eso hemos creído de obligada responsabilidad, reflexionar sobre la naturaleza de los indultos y la perversión que de ellos ha hecho el gobierno central. Mucho antes de que el estado liberal quisiera compilar y unificar el derecho civil, fueron los gobiernos del trienio liberal los que redactaron el primer código penal (1822). En él se planteaba que los indultos no se podían aplicar a las causas políticas. La Revolución liberal y/o afrancesada tenía claro cuáles eran sus enemigos políticos y no podían permitirse el lujo de indultarlos, en un siglo lleno de alzamientos militares y en que el estado se forjó a fuerza de golpes de Estado. De esta radicalidad jurídica, hemos podido leer artículos que defienden totalmente lo contrario: los indultos son los restos jurídicos de un viejo régimen que habría que eliminar de nuestro cuerpo jurídico. Esta posición nos parece escasamente profunda y digna de ser reflexionada.

 
El Liceo, altar de la nefanda burguesía catalana, se llenó ese día de idólatras del poder político central que con sus vanas promesas les prometía que Cataluña volvería a ser “Rica y plena”, sobre todo “Rica”

 
Según el Diccionario del español jurídico– el indulto es una “medida de gracia […] por la que se dispone la remisión de todas o de algunas de las penas impuestas al condenado por sentencia judicial firme”. Así quedó codificado en 1870 y de ahí prácticamente no se el texto. El reo, en estos casos, quedaría redimido (total o parcialmente) del castigo impuesto. La analogía, no se nos puede escapar, se establece con el sacramento de la confesión. Este es un juicio en el que el Rey de reyes, te juzga. Es -de hecho- el único juicio en el que se obtiene el perdón por el mero hecho de confesar la penas y cumplir unas penitencias impuestas. Aun así, para el pecador, queda una responsabilidad pendiente por las consecuencias que el pecado haya tenido para la misma persona o para otras, o incluso para el bien común. Es la llamada pena temporal y es una deuda que persiste y que hay que pagar ya sea en esta vida o en el Purgatorio. Análogamente a los indultos, las indulgencias (plenarias o parciales) pueden anular el pago de esas penas.

 

Dicho esto, es evidente que la filosofía de los indultos puede trascender a lo meramente jurídico como así ha quedado plasmado en algunas tradiciones como las peticiones de indultos por parte de cofradías y hermandades religiosas. Esta tradición la intentó anular el PSOE pero tuvo que restablecer tan profunda tradición. En el plano meramente natural y jurídico, el indulto tiene una razón de ser que arraigó en Occidente, especialmente por sus raíces cristianas a las que les repugna la ley del talión.

 

Los indultados han infringido constantemente las leyes penitenciarias, transgrediendo el principio de equidad para con otros presos. Obscenas han sido las imágenes de entrevistas carcelarias, permisos y visitas irregulares, permisión de participación en campaña electoral.

 

Sin embargo, podemos encontrar dos tipologías de indultos. Por un lado, la que se mueve en el ámbito meramente natural. En este caso el indulto se concedería como manifestación de la virtud de la equidad. El propio Santo Tomás aprecia que cumplir una norma en toda su dureza y al pie de la letra puede ser perjudicial para el orden moral del reo. Por eso, afirma que: “lo bueno es, dejando a un lado la letra de la ley, seguir lo que piden la justicia y el bien común” (STh II-II, q. 120, a. 1, co). Resumiendo, esta tipología de indulto es una manifestación de la facultad correctiva de la dureza de la norma por parte del gobernante, cuando un cumplimiento rígido se haría insoportable para el reo. Es la iustitia extra legem. En este nuestro caso, los reos sediciosos indultados no sólo no han probado la dureza de la ley, sino que han gozado de las delicias de los centros penitenciarios puestos a su disposición y albur; ellos mismos en prisión han infringido constantemente las leyes penitenciarias, transgrediendo el principio de equidad para con otros presos. Obscenas han sido las imágenes de entrevistas carcelarias, permisos y visitas irregulares, permisión de participación en campaña electoral.

 

En la mencionada Ley de 18 de junio de 1870, de Reglas para el ejercicio de la Gracia de indulto, se lee en el artículo 11, que para conceder el indulto se apela a “razones de justicia, equidad o utilidad pública”.  Estos supuestos, se interpreta, son para las ocasiones en el que el bien común recomienda, según la prudencia política del gobernante, conmutar el castigo en aras de la concordia. Recordemos que la amistad civil entre compatriotas es el fin superior al que se ordena también todo acto de justicia y equidad. Pero evidentemente los indultos concedidos por Pedro Sánchez sólo son útiles a la causa secesionista y los oscuros intereses de la mente retorcida del presidente del gobierno. Los indultos, desde esta perspectiva, son una manifestación más de la quiebra del Estado de Derecho, del mismo nivel que cuando se quiere equiparar el sufrimiento de la víctimas del terrorismo con el de los terroristas.

 

Los indultos, desde esta perspectiva, son una manifestación más de la quiebra del Estado de Derecho, del mismo nivel que cuando se quiere equiparar el sufrimiento de las víctimas del terrorismo con el de los terroristas.

 

La segunda modalidad del indulto se fundamenta en la mera Misericordia. Esta en un sentido moral-teológico, consiste en socorrer al prójimo para erradicar o aliviar su sufrimiento. Podemos hablar, sin descartar la terminología jurídica, de la clemencia del gobernante como efecto consiguiente al amor de caridad que debe tener por sus súbditos. Según explica santo Tomás, “entre todas las virtudes que hacen referencia al prójimo, la más excelente es la misericordia” (STh II-II, q. 30, a. 4, co). Pero hemos de apuntar que la Misericordia se puede ejercer si previamente se ha hecho justicia. Todo nos dice que el juicio contra los sediciosos y las penas impuestas, estaban preconcebidas para que posteriormente estos indultos pudieran realizarse. Ello pervierte, evidentemente, ese carácter sobrenatural de misericordia o gracia ante el delincuente.

 

Este tipo de delito esconde profundidades ontológicas de la comunidad política que el derecho positivo no puede abarcar. La justicia siempre ha sido una de las facultades esenciales del rey o gobernante que actúa como representante plenipotenciario de toda la comunidad política agraviada por el delito. Por eso al igual que Dios puede “indultar” a través de sus ministros al pecador. El Rey puede manifestar su Misericordia con indultos, siempre y cuando ello se oriente a la paz social o al bien de las almas de los reos. En nuestro particular manicomio catalán, los indultos han provocado lo contrario: el desprecio de los indultados hacia la autoridad política, la amenaza de los reos al que ha ejercido “misericordia” sobre ellos, el ensoberbecimiento de los condenados, la manifestación pública de falta de arrepentimiento y, evidentemente, agradecimiento. El indulto que debe glorificar a la autoridad ha acabado siendo un instrumento de deificación de los reos.

 

Extraña paradoja en la que un monarca está obligado a sancionar un decreto impuesto que indulta a republicanos no arrepentidos de haber querido derrocar la propia monarquía.

 

Hemos mencionado antes la quiebra del estado de Derecho. Un indulto de verdad afianza siempre la figura del monarca pues manifiesta su misericordia, su sentido de la equidad y justicia. Un indulto reducido a una estrategia de poder conculca los fundamentos jurídicos de una sociedad y sus lealtades. En el caso español, para colmo, evidencia las contradicciones de nuestra arquitectónica constitucional. Nuestra Constitución recoge que “corresponde al Rey el derecho de gracia con arreglo a la ley”. Pero ello no es verdadero pues el indulto sancionado por el monarca es una obligación adoptada e impuesta por un Consejo de Ministros, a propuesta del Departamento de Justicia, que lleva aparejado un informe -no vinculante- del tribunal sentenciador que debe incluir entre otras cosas “pruebas o indicios de su arrepentimiento”. Extraña paradoja en la que un monarca está obligado a sancionar un decreto impuesto que indulta a republicanos no arrepentidos de haber querido derrocar la propia monarquía.

 

Tras esta exposición, quizá excesivamente densa y pesada, pero necesaria, abordamos finalmente lo que quizá, sin entrar en el ámbito jurídico, nos afecta más moralmente en cuanto que comunidad política. No se concibe un caso en el que el reo indultado pueda jactarse de haber derrotado a la autoridad constituida y haber humillado a sus víctimas; y que estas no tengan oportunidad de réplica y defensa. Los indultos no cerrarán heridas, como se nos ha querido vender, más bien la ahondará quebrará definitivamente los últimos restos de convivencia que quedaban entre las dos Cataluñas. La que ha apoyado el quebrando de la legalidad ha quedado ensalzada, legitimada y endiosada ¿Ha resucitado! La otra, la que siempre quiso defender la legalidad ha quedado humillada. Peor aún, esta Cataluña está condenada al olvido (como un día lo fueron las víctimas de ETA). Los catalanes hispanos hemos sido la moneda de cambio para contentar a un secesionismo ensoberbecido y consentido como niño malcriado. Para nosotros no habrá indultos, sólo condenación perpetua a desaparecer de la vida pública pues nuestra presencia estorba a los mercaderes del templo que juegan con las naciones y el destino de las personas.

 

Somos la Cataluña hispana, la que sueña con demostrar a toda España que frente a la más cruda de las adversidades podemos levantarnos nuevamente y gritar: ¡Queremos ser libres!

 

La lógica histórica dice que este debe ser nuestro triste final: una lánguida agonía hasta la extinción. Pero la historia no se rige por leyes deterministas e irreversibles. La férrea voluntad de unos pocos, la coherencia entre los principios y la praxis política, la entrega total a un ideal de Patria que no quiere ni puede morir. La generosidad de los humildes, la audacia de los sencillos, la humildad de los valientes, la constancia de los pequeños, la carencia de intereses espurios, la hermandad y camadería forjada en los embates contra los que quieren destruir España y -sobre todo- la fidelidad inquebrantable a una tradición aún viva, son las armas que poseemos. Todos los aquí presentes hemos sido testigos de cómo se levantó una parte de Cataluña para revelarse contra la tiranía del nacionalismo. También, por desgracia, hemos sido testigos de la traición de los que decían representar la sociedad civil y sólo servían a los intereses de una partitocracia repugnante. Hemos visto cómo desde los gobiernos centrales se intentaba reducir a polvo el asociacionismo libre y popular que evidenciaba la traición de nuestros gobiernos.

 

Pero queremos decir bien alto, y dejar bien claro, que los que hemos sido humillados por esas infames políticas de rendición ante el independentismo, volveremos a levantarnos. Sabemos que costará, sabemos que se nos volverán a poner impedimentos y se nos intentará traicionar sino seducir. Pero hemos aprendido. Los indultos han establecido una línea de no retorno. No volveremos a ser engañados. Sabemos que estamos solos, sabemos que siempre nos abandonaréis e intercambiaréis por vuestros acomodaticios sillones del Congreso. Nos da igual. En Estos años ha emergido una Cataluña independentista, y otra Cataluña independiente, la nuestra. Independiente de castas políticas, de promesas incumplidas, de humillaciones anunciadas. Somos la Cataluña hispana, la que sueña con demostrar a toda España que frente a la más cruda de las adversidades podemos levantarnos nuevamente y gritar: ¡Queremos ser libres! ¡No queremos vuestras imposiciones nacionalistas! ¡No necesitamos que desde Madrid nos perdonen la vida cada cuatro años! ¡Sabemos defendernos y ya no os debemos nada!

 

Ahora toca a este pueblo humillado, levantar con orgullo la bandera de la Patria; para que todos los españoles de buena fe, sepan que hay salvación y esperanza, y que ni Cataluña se rinde ni España morirá mientras haya un puñado de catalanes dispuestos a ponerse en pie y gritar: ¡Abajo la tiranía! ¡Mori el mal govern!

 

¡Visca sempre la Calalunya hispana!

 

¡Viva España!
 

Lectura del Manifiesto de Clausura 10 de julio