El Santo Padre Benedicto XVI desde a la ventana de su estudio lanza un mensaje para evocar aquella histórica jornada de inauguración del Concilio Vaticano II el 11 de Octubre de 1962. Palabras inolvidables de Juan XXIII en el “discurso de la luna”: “Queridos hijitos. Siento vuestras voces. La mía es una sola voz pero resume la voz del mundo entero” Entre aquella multitud estaba un joven teólogo, seguro de asistir a un acontecimiento histórico. Cincuenta años después aquel sacerdote alemán, Joseph Ratzinger, es el Papa Benedicto XVI.
Cincuenta años atrás, en este día, yo también estuve aquí en la Plaza, con la mirada hacia esta ventana, donde se asomó el buen Papa, el beato Papa Juan y nos habló con palabras inolvidables, palabras llenas de poesía, de bondad, palabras del corazón.
Estábamos felices –diría- y llenos de entusiasmo. El gran Concilio Ecuménico había sido inaugurado; estábamos seguros que debía venir una nueva primavera de la Iglesia, un nuevo Pentecostés, con una nueva esperanza fuerte de la gracia liberadora del Evangelio.
También hoy estamos felices, tenemos gozo en nuestro corazón, pero diría que un gozo quizás más sobrio, un gozo humilde. En estos cincuenta años hemos aprendido y comprobado que el pecado original existe y se traduce, siempre de nuevo, en pecados personales que pueden además convertirse en estructuras de pecado. Hemos visto que en el campo del Señor existe siempre también la cizaña. Hemos visto que en la red de Pedro se encuentran también peces malos. Hemos visto que la fragilidad humana está presente también en la Iglesia, que la nave de la Iglesia está navegando con viento contrario, con tempestades que amenazan el barco y alguna vez pensamos: “el Señor duerme y nos ha olvidado”.
Esta es una parte de las experiencias de estos cincuenta años, pero hemos tenido también una nueva experiencia de la presencia del Señor, de su bondad, de su fuerza. El fuego del Espíritu Santo, el fuego de Cristo no es un fuego devorador, destructivo, es un fuego silencioso, es una llama de bondad, de bondad y de verdad, que transforma, da luz y calor. Hemos visto que el Señor no nos olvida.
También hoy, a su modo, humilde, el Señor está presente y da calor a los corazones, muestra vida, crea carismas de bondad y de caridad que iluminan el mundo y son para nosotros garantías de la bondad de Dios. Sí, Cristo vive, está con nosotros también hoy y podemos ser felices porque su bondad no se apaga, ¡es fuerte también hoy!
Finalmente, oso hacer mías las palabras inolvidables del Papa Juan: “vayan a casa, den un beso a los niños y díganles que es del Papa”.
VIDEO de este momento con discurso: discurso improvisado:
Fuente: Cruz de San Andrés