ZP y sus ensoñaciones socialistas
Miguel Massanet
¡Hay que fastidiarse, señores! Ahora va a resultar que el señor Rodríguez Zapatero y su Gobierno, mejor dicho, gobiernos –porque ya han sido varios y sonados los cambios que la deriva de su política le ha llevado a tener que ir improvisando –, han sido un ejemplo a seguir en cuanto a su política social, llevada a cabo desde la primera legislatura en el 2004. Nuestro Presidente, en un ejercicio propio de quien está viviendo fuera de la realidad, empieza a sufrir los estertores de su mandato cuando ha sido apartado, por los suyos, de la primera línea del gobierno, temerosos de que, en su senilidad política, pueda acabar, de un estoconazo de neurastenia del poder, con los años de existencia del PSOE, gravemente amenazado, tanto desde sus propias bases como desde aquellos sectores simpatizantes que lo votaron, pensando que sería capaz de mejorar el anterior gobierno del señor Aznar. Y es que ZP no se mordió la lengua a la hora de ponerse medallas cuando, contestando al señor Rajoy, que le acusaba de haber improvisado, gobernado a golpe de decretos ley y de pensar sólo a corto plazo; presumió de que, a pesar de la crisis, “estas grande políticas sociales se mantienen en lo esencial”, añadiendo “Este es el esfuerzo de una política socialdemócrata y progresista”, y se quedó tan tranquilo, convencido de que los molinos de viento de la crisis contra los que se había estrellado, eran los gigantes del capitalismo.
No obstante esta muestra de optimismo y autobombo, convendría recordarle al señor Rodríguez Zapatero que ya no le valen achacar las culpas de sus desgracias al PP, que por mucho que sus sustitutos de hecho, que no de derecho, los señores Rubalcaba y Blanco se esfuercen, con todas las armas de que disponen, en retrotraer al periodo del gobierno del señor Aznar, todos los males que actualmente están minando nuestra economía y acabando con el estado de bienestar social del que gozábamos con anterioridad; lo cierto es que, este gobierno socialista, va de mal en peor, tanto en el aspecto interno como en el externo, de modo que, si somos considerados un problema para la UE, por nuestro excesivo endeudamiento y nuestro retraso en tomar las medidas precisas para intentar superar la crisis; no podemos decir que nos vaya mejor en cuanto a la multitud de problemas que acechan a la ciudadanía desde el punto de vista económico, social, financiero y, lamentablemente, desde lo que se considera el ortodoxo funcionamiento de nuestras instituciones. Resulta algo rayano en lo disparatado el que, a estas horas, el señor Zapatero venga a reivindicar su política “progresista” y “socialdemócrata”, si es que nos paramos unos momentos en considerar en lo que han acabado sus promesas de principios de la legislatura y los resultados de su declarada política keynesiana, basada en el más rancio y desacreditado intervencionismo estatal en la economía privada de un país, en este caso España.
Cuesta mucho entender que una política, llevada a cabo por un gobierno socialista, pueda decirse que ha producido “un avance sustancial de las políticas sociales, Sanidad, educación y la dependencia” como el propio ZP le espetó al líder de la oposición, señor Rajoy. Porque veamos, señor Presidente, si nos aclaramos. Porque, ¿es que usted considera una avance social que, después de haber anunciado a principios del 2008 que “en un año tendríamos pleno empleo”, resulte que, al fin y a la postre, lo que han conseguido ustedes es llegar a un 20% de desempleo y seguimos subiendo? ¡Menuda conquista social! Tampoco es muy progresista anunciar mejoras, comenzar a aplicarlas y en virtud de esta “sostenibilidad”, de la que tanto presumen, resulte que todo el montaje y toda la propaganda con las que vendieron, haya quedado en agua de borrajas ya que, una a una, sus llamadas conquistas sociales han ido desapareciendo, devoradas por una realidad que ha superado el grado de incompetencia de aquellos que las pusieron en solfa. Han desaparecido los 2.500 euros por nacimiento de hijo; ha quedado en un querer y no poder la ayuda para alquiler de los jóvenes; apenas ha conseguido despegar la cacareada ley de Dependencia; se han congelado las pensiones de las clases pasivas; disminuido los ingresos de los funcionarios; incomprensiblemente, se han suprimido las ayudas de los 426 euros mensuales a los parados sin subsidio ( ahora dicen que se compensarán con cursos de capacitación pero, ¿se come con ello?) y, por si faltara algo, esta llamada política “tan social” nos están empobreciendo a todos, cuando quienes nos gobiernan están despilfarrando nuestro dinero, endeudándose más a medida que los sucesivos vencimientos de nuestra deuda nos obligan a renegociarla, cada vez con intereses más gravosos y costes más elevados. ¿Mejora en educación? Será por eso que estamos a la cola de Europa en esta materia. ¡Menuda jeta!
Es el mismo sector público –al contrario de lo que les ocurre a las compañías mercantiles cuando no pueden atender a sus compromisos de pago o las familias cuando no pueden hacer frente a sus facturas o el sistema financiero que tiene que apechugar con los efectos de sus “aventuras inmobiliarias” –, el que, con su característica voracidad, no tiene problemas en financiarse a costa de recibir, preferentemente, los créditos millonarios de bancos y cajas, con la agravante de que, para mayor escarnio, en muchos casos, cuando tienen que devolver el dinero, simplemente, no pagan. Basta una cifra para hacernos una idea del problema: los bancos y cajas han concedido créditos al sector público por valor de más de 73.000 millones de euros. Esto, que en el lenguaje económico se conoce como credit crunch, no es más que el efecto de restricción de créditos para particulares causado, en este caso, por la necesidad de prestar al Estado, que atiborra a las entidades crediticias de deuda pública, lo que limita las posibilidades de conceder créditos a compañías privadas y particulares. La deuda pública nos empobrece a todos y, sin embargo, no remedia ni da impulso a nuestras empresas grandes o pequeñas, que se las ven y se las desean para conseguir liquidez y que, cuando lo consiguen, tiene que pagar los euros recibidos a precio de oro. Es posible que esta circunstancia la entienda también, el señor ZP, como una mejora social.
Pero es que, si queremos referirnos a lo que ZP entiende como una política “socialdemócrata”, tampoco nos cuadran las ideas porque no hay nada más lejano a la clásica estatalización de le economía y al dirigismo clásico, propio de los gobiernos intervencionistas, que el proceder a las privatizaciones de las empresas públicas. El fracaso del sistema socialista queda explicitado por el brusco giro de timón que el gobierno de ZP ha tenido que imprimir a lo que ha sido, durante los seis primeros años de su mandato, un intento continuado de ir acaparando poder, haciéndose con el control de la mayoría de empresas en las que han conseguido meter baza; incrementando, desmesuradamente, el número de empresas públicas y otras semipúblicas o mixtas, aumentando exponencialmente el número de funcionarios, que ha subido del 1.500.000 de tiempos de Aznar, a los 3.000.000 largos de la actualidad. Pues bien, a las privatizaciones anunciadas del 49% de AENA, del 30% de las loterías del Estado, parece que el Gobierno está barajando otra nueva oleada de nuevas ventas de empresas. Se habla de que el Gobierno posee información interna sobre posibles privatizaciones de ferrocarriles, estaciones de tren y televisiones públicas. Estos estudios fueron solicitados al Consejo Consultivo de Privatizaciones. Por otra parte, el Estado, conserva participaciones de empresas cotizadas en Bolsa por valor superior a los 2.000 millones de euros, que también podrían entrar en el saco de las realizaciones. ¿Es esto, señor ZP, una política socialdemócrata o una mera liquidación, a precio de saldo, del Estado?