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Diario YA


 

Cuidadito con ello

¿Música intravaginal para nonatos?

Miguel Massanet Bosch. Es obvio que hemos vivido cambios radicales que han sido capaces, en unos pocos años, apenas un siglo, de darle la vuelta a la vida de la humanidad, no solamente en cuanto a los progresos en las investigaciones científicas; los descubrimientos de nuevas formas de vida; los extraordinarios adelantos en la medicina y de los trasplantes de órganos, que han prolongado la vida de los seres humanos, sino también en cuanto a los hallazgos en el campo de las ciencias digitales, informática, robótica y ofimática; los inventos de naves espaciales, estaciones orbitales y potentes telescopios que han ayudado a descubrir otras galaxias a distancias incapaces de imaginar para la mente humana, etc.

Muchos de nosotros hemos vivido en épocas en las que una persona a los 40 años ya empezaba a ser considerada como mayor; que el escuchar una primitiva radio de lámparas ya nos parecía algo milagroso y que aviones, como los Junkers alemanes que llegaron a España durante la guerra civil, nos parecían el no va más de la técnica aeronáutica. En apenas 50 años hemos tenido que adaptarnos a todos los avances que la inventiva, la tenacidad, los modernos métodos de investigación y los, cada vez, más perfeccionados, instrumentos que la técnica ha proporcionado para dar el gran salto que nos ha llevado a una época en la que parece que nada queda fuera del alcance del hombre, salvo, el ser capaz de utilizar todos los adelantos conseguidos para el bien de toda la humanidad y no sólo para disputárselos, unos a los otros, por medio de las guerras, las matanzas, la crueldad, el egoísmo y la codicia.

Sin embargo, quizás hemos llegado a un momento en el que estamos a punto de alcanzar el límite en nuestros intentos de asemejarnos a Dios; es posible que, el afán incontrolado de algunos de investigar, de conseguir alcanzar los secretos de la creación; de conquistar la fama, aunque sea a costa de pretender entrar en el campo de la entelequia, de intentar enmendar la función de una naturaleza capaz de configurar las capacidades de una criatura a través miles de años de evolución y selección natural, que la han situado en su momento físico óptimo para enfrentarse a los peligros que la rodean o la obsesión de crear nuevos seres, al estilo del doctor Frankenstein que, en su locura paranoica, pretendía crear una criatura ensamblando miembros de cadáveres de personas.

Tenemos la impresión de que, la proliferación de laboratorios de investigación, la inmensa ambición de los que pretenden alcanzar metas rayanas a los límites rojos de la metafísica o los sofisticados elementos técnicos que permiten sondear en mundos hasta ahora vedados al saber humano; si bien tienen una faceta positiva innegable, que repercute en la curación de enfermedades que hasta ahora no tenían remedio; que consiguen paliar el sufrimiento de muchos desahuciados o que son capaces de instalar prótesis que permiten a los mutilados recobrar, aunque sea en parte, aquellas funciones que perdieron; tienen también su otra vertiente que, en algunos casos, puede enfrentarse con la deontología o la ética profesional, que establecen los límites a los que puede llegar la investigación cuando pueden entrar en colisión los derechos de las criaturas. Hemos tenido noticia, una más de las que cada día consiguen sorprendernos cuando leemos la prensa, de unos experimentos que han sido realizados por el Institut Marqués, dirigidos por la doctora Marisa López-Teijón, jefa de reproducción asistida del instituto, que recientemente se han dado a conocer a través de la revista científica Ultrasound, de la British Medical Ultrasound Society; consistentes en aplicar un altavoz, de un máximo de 54 decibelios (que ya se vende por Internet), que se introduce a través de la vagina materna para situarlo, el punto menos protegido del envoltorio fetal.

Con ello se ha pretendido demostrar que, a partir de las 16 semanas de gestación el feto es capaz de reaccionar a la música. Según explican los autores del informe, los fetos (han sido 100 las madres embarazadas a las que se ha realizado este experimento) han reaccionado de forma distinta según el tipo de música a la que se les ha sometido. En el caso de una pieza de Mozart, Serenata K525, que es la de mayor efecto, los fetos abrían y cerraban la boca y sacaban la lengua. Dicen los mismos informantes que, con la voz materna, el 71% abren la boca pero ninguno saca la lengua. Al parecer, una ecografía del feto cuando se ponía la música mostró que la cara se movilizaba, abría la boca de forma desmesurada y sacaba la lengua.

Para los investigadores era como “si quisiera hablar o cantar” No sabemos a donde quieren llegar, con este experimento, los que han hecho este estudio, ni tampoco, queda por ver, los beneficios presuntos que se pueden sacar de esta prueba. Sin embargo, a la vista de la reacción que dicen que se producen en los futuros bebes; no creo que haya nadie que pueda afirmar si la reacción que se detecta en los fetos es producida por una sensación de placer o si, como fácilmente se podría entender, si el escuchar unos sonidos distintos del latido del corazón de su madre (de efecto tranquilizador) o de los ruidos habituales producidos por las vísceras de la madre o por los movimientos del líquido amniótico de la bolsa alantoidea, a los que ya deben estar acostumbrados; los gestos desmesurados de las caras de los fetos, (aparte de demostrar que, a las 16 semanas, ya son pequeñas personitas a las que no se las puede matar mediante la criminal práctica del aborto), pudieran muy bien ser expresiones de rechazo, de susto o desagrado, como también pudiera expresar, el sacar la lengua, algo que es un gesto reflejo que, en muchas ocasiones, se produce cuando se tiene asco o repugnancia hacia una cosa.

En todo caso, el hecho es que se han practicado estas pruebas en un centenar de personas, madres embarazadas, para someter a los fetos a unas pruebas que falta, todavía, por ver si pudieran tener algún efecto, no se sabe si bueno o malo, sobre los futuros bebés que han formado parte de los ensayos practicados. El hecho de que ya se vendan altavoces vaginales que, cuestan 100 euros, nos permite presumir que existe un afán de lucro en quienes los han comercializado y que, en consecuencia, estas pruebas ya deben de haber sido sometidas al debido control de los organismos sanitarios, que tienen el deber de dar el visto bueno a una práctica que pudiera ser inofensiva pero que, cuando se populariza la venta de los altavoces, quiere decir que cualquier persona, profana en medicina, puede hacer el intento de realizarla sin las garantías de que, en la forma en que se lleve a cabo el experimento, pudiera ser pernicioso o contraproducente para la tranquilidad o salud del feto en cuestión.

No sería la primera vez ni, seguramente, será la última en la que se popularicen determinados remedios, se anuncien supuestos remedios contra el cáncer u otras dolencias o se intente ilusionar a la gente con métodos, sistemas o prácticas con las que se intenta convencer a los ciudadanos de los beneficios que les pueden aportar unas pulseras imantadas para curar el reuma; unos anillos con una piedras presuntamente curativas o unos collares de piedras milagrosas para evitar ser víctimas del vudú. Con esto no queremos decir que el estudio realizado por este Instituto, no sea creíble o no pudiera resultar beneficioso para los fetos; sin embargo, es evidente que cuando se observa la prisa con la que se han sacado a la venta unos utensilios que se deben introducir en la vagina de las mujeres, lo primero que se nos ocurre pensar es que es un lugar delicado para introducir objetos extraños que pudieran causar infecciones o cualesquiera efectos secundarios y, aún más, cuando la mujer en cuestión está embarazada.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos con alarma cualquier innovación que va acompañada de una promoción de carácter económico, que pueda significar que cualquier persona, no profesional, pueda poner en práctica una prueba que pudiera afectar a la salud de un nonato y a su vida plácida en el vientre materno.

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