¿Qué le pasa a Bergoglio con España? ¿Le falta información?
Miguel Massanet Bosch.
¿Hizo bien el Papa emérito, Benedicto XVI en retirarse del primer plano de la Iglesia católica, el 28 de febrero del 2013, dejando su puesto de máxima responsabilidad dentro de la jerarquía eclesiástica, el papado, para refugiarse en un papel discreto dedicado a la oración y el retiro espiritual? Sin poner en duda las razones que le impulsaron a tomar tan extraordinaria decisión y, simplemente, como meros observadores de lo que ha ido sucediendo dentro de la Iglesia católicas desde que, en el cónclave de cardenales, tomaron la decisión, por medio del voto secreto, de elevar al solio pontificio al cardenal Jorge Mario Bergoglio; muchos hemos llegado a pensar que, el hecho de haber nombrado a un cardenal argentino, acostumbrado al peronismo de los Kirchner y, según se ha podido comprobar en lo que lleva en el papado, poco o nada partidario de los llamados gobiernos llamados “capitalistas o liberales”, a los que no para de censurar por lo que considera como poco sociales y excesivamente preocupados a sus gobernantes, por las cuestiones económicas, en perjuicio de lo que considera como una explotación del pueblo llano, debida a un excesivo egoísmo de los “poderosos” respecto a las clases menos favorecidas, a las que juzga explotadas por aquellos que tienen en sus manos los resortes de la riqueza, a quienes acusa duramente de ser los responsables de la pobreza de muchas naciones en el mundo.
Es el verdadero estereotipo del que siempre se ha valido el comunismo internacional y que le ha servido para crear la imagen del capitalismo como sistema opresor de las clases humildes por las clases acomodada, identificadas como quienes se valen de los trabajadores para hacerse ricos sin que les importe que, para ello, los que trabajan a sus órdenes deban estar sometidos a trabajos duros, insalubres, peligrosos y despóticos. No obstante, si bien en los países suramericanos y de poblaciones descendientes de indios y españoles o portugueses, sus colonizadores, la corrupción de sus gobiernos de cualquier color político que hayan tenido que soportar y la enorme brecha existente entre los gobernantes, caciques, patrones, grandes empresarios, capos de la droga, y bandas armadas al mando de criminales extorsionadores y ladrones; y la extrema pobreza de una parte importante de sus ciudadanos, en ocasiones víctimas de legislaciones de poco apoyo a la clase trabajadora, permite que exista algo que, afortunadamente, no sucede ya en una Europa moderna, que respeta los derechos humanos, que establecen leyes de apoyo a las familias, que impiden la explotación del asalariado, que le garantizan sus derechos y que les defienden de cualquier intento de los poderosos de coartar sus libertades. Por ello es que, en el caso del papa Francisco, un sacerdote que se formó en Argentina, tierra del peronismo y de las grandes diferencias entre clases sin que, sus gentes, hayan conocido más que gobiernos de dictadores y caciques grandes terratenientes que ejercen en sus extensas propiedades como verdaderos tiranos sobre las gentes que viven en sus estancias, lo que les hace considerar a los trabajadores europeos como si estuvieran afectados por las mismas injusticias que tienen lugar en aquellas tierras de allende los mares..
Un Papa viajero, empeñado en llegar a acuerdos con otras religiones con las que, hasta hace poco, existían duros enfrentamientos a causa de sus distintas concepciones respecto a principios fundamentales en materia de fe, de sus convencimientos sobre la esencia de Dios o los distintos dioses que cada una de ellas adora o, incluso, sobre el trato que dispensan a los miembros de otras religiones, como sucede con la religión islámica que considera al resto de religiones como infieles contra los que es preciso luchar. Pero, a la vez, un Papa que le gusta intervenir en materias que más tienen que ver con el poder terrenal, en el que sus competencias pueden confrontar con los de los gobiernos que las dirigen, quizá entrando en un terreno resbaladizo que se aleja de sus verdadero fin, el espiritual en el que, al menos para los católicos, su magisterio ex cátedra puede ser dogma de fe.
Y en este controvertido tema de hasta dónde llega la autoridad del papa Francisco en cuestiones que tienen mucho que ver con las competencias políticas de los estados, lo que hace referencia a los problemas internos de la organización de los países, sus discrepancias territoriales, las diferentes opiniones políticas de sus ciudadanos o cuanto hace referencia sus sistemas de gobierno que, evidentemente nada tienen que ver con las distintas religiones que están establecidas en cada uno de ellos y que, como ocurre en España, un país que, sin tener una Constitución que lo declare laico, si se califica como “aconfesional” lo que supone que se admiten todas las religiones sin que exista más que una condición básica para que puedan ejercer dentro de nuestra nación: que se comprometan a cumplir con todas las leyes del país.
Cuando el papa Francisco, el pasado mes de febrero, viajó a Abu Dabi, contestó a unas preguntas de unos reporteros españoles en los que se le preguntaba a cerca de una posible visita a España, respondió con una frase intrigante: “Cuando los españoles se pongan de acuerdo”. Evidentemente se refería a la amenaza separatista debida a la postura abiertamente enfrentada de los catalanes soberanistas al Estado español que, como era su deber constitucional, debía cortar de raíz semejante intento. ¿Qué quería insinuar Bergoblio cuando parecía poner en el mismo plano a unos que atentaban contra la unidad del Estado español y los que la defendían de acuerdo con el Estado de derecho de la nación española?; ¿Por qué una situación interna de los españoles podría condicionar una visita de Estado del papa Francisco a la nación española? No somos capaces de encontrar una relación entro una cosa y la otra.
En otro vuelo papal, con destino a Marruecos, y respecto a una carta de los presos encarcelados en Castellón
( Curiosamente, hablando como si tuvieran la “ representación de todos los presos españoles”, una licencia temeraria dado que, no es una cualidad generalizada que, en las prisiones españolas “hayan muchos presos de creencias católicas”), los periodistas que acompañaban a Francisco en aquel viaje, le preguntaron si vendría a España para satisfacer la demanda de los presos. El Papa respondió: “Suelo hablar en forma críptica”, añadiendo otra frase igualmente misteriosa: “Cuando haya paz”. ¿Es que en nuestra nación estamos en guerra?, o resulta que ¿deberemos entender que el desafío catalán implica, de por sí, estar en estado bélico? Quizá, el que en el Vaticano se interprete que el juzgar, en nuestro TS, a unos presuntos delincuentes que intentaron destruir la unidad del Estado español, suponía admitir que se había producido una acción bélica, era motivo suficiente para la curiosa frase del papa Francisco.
Pero hay algo que, a nuestro modesto entender, pudiera significar que, el Vaticano, ha decidido tomar posiciones en relación a las pretensiones independentistas de una parte del pueblo catalán ( no olvidemos que, pese a que el señor Torra y su jefe, el señor Puigdemont, se empeñen en hablar, en nombre de “todos los catalanes”, la mitad de los españoles que vivimos en dicha autonomía, no estamos de acuerdo con las pretensiones independentistas de aquellos catalanes que no se encuentran a gusto siendo españoles.) En realidad, se puede interpretar como un espaldarazo a la actitud de una gran parte del clero católico catalán que, pese a que la Iglesia debería estar ajena a cualquier problema político que afectase al pueblo catalán, en el bien entendido de que sigue vigente aquella frase de nuestro señor Jesucristo en la que se dejaba claro aquello de que “Se debía dar al César lo que era del César y a Dios lo que es de Dios”, dejando paladinamente evidenciado que cada uno de los poderes, el religioso y el civil, no debían interferir el uno dentro de las competencias del otro.
Lo cierto es que el papa Francisco acaba de nombrar para el cargo de arzobispo de la provincia de Tarragona (Cataluña), al decano de la facultad de teología de Barcelona, señor Juan Planellas, un sacerdote que, entre otras lindezas, tiene la de haber colgado una “estelada”, símbolo independentista catalán, contestando a la esposa del cómico Boadella, que le recriminó por ello: “que si no le gustaba pusiera ella una bandera española en su casa”. Si en el Vaticano se hubieran preocupado de indagar en los antecedentes de este capellán, sabrían que Juan Planellas tiene la fama de ser uno de los curas más separatistas de Cataluña, conocido en los círculos clericales por ser el impulsor y seguidor de los postulados de la “iglesia catalana” y firme partidario de la “república supremacista” en Cataluña.
Todo el mundo sabe que los servicios de información del Vaticano son unos de los más solventes de todo el mundo y, es poco probable que, el papa Francisco, pueda ignorar todo lo que está sucediendo en tierras catalanas, lo que está ocurriendo en el clero de esta autonomía y sus inclinaciones, claras y evidentes, hacia el separatismo de esta parte de España. En consecuencia, cuesta poder admitir que este nombramiento, que se puede calificar, como menos de inoportuno y destinado a darles ánimos a quienes defienden la separación de Cataluña de España, lo que, a la vez, supone ponerse en contra de lo que, una gran mayoría de los españoles considera como una traición al resto de España y del pueblo español.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no nos queda más remedio que considerar como una intervención inoportuna, inadecuada y lamentable por parte del Vaticano, que debiera de haber tenido en cuenta lo inapropiado de este nombramiento, en unos momentos en los que cualquier decisión semejante se puede interpretar como una intervención no deseada en los asuntos internos de la nación española. Y esto es importante.