¿Se arrepiente Sánchez de haber asumido la responsabilidad de gobernar?
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Miguel Massanet Bosch.
Muchos nos tememos que a estas alturas de la legislatura, inmersos en plena crisis sanitaria por la pandemia del coronavirus y entrando en lo que se podría calificar como una situación ruinosa en el aspecto económico y social, debida a las consecuencias colaterales de la epidemia que nos viene azotando desde hace unos meses; la euforia con la que el señor Pedro Sánchez, después del encaje de bolillos que tuvo que hacer para conseguir la investidura como presidente del gobierno, debe haberse transformado en angustia, preocupación, arrepentimiento y desolación ante el hecho evidente de que su gobierno está haciendo aguas y que se siente inerme e incapaz de bregar con una situación que, si para cualquier buen gobernante sería difícil, para él, un simple advenedizo con ínfulas de autócrata, cuyo único y principal recurso es el engaño, la mentira, el desacreditar a sus adversarios políticos y el usar todo el poder que le da el tener al 90% de la prensa del país que lo apoya, para hacer una propaganda de tipo totalitario y subversivo en favor de un gobierno de izquierdas que, para más INRI, está condicionado y manipulado por el comunismo radical de Podemos, el partido del vicepresidente señor Pablo Iglesias, es evidentemente un imposible.
Ciertamente ni él ni nadie podrían haber previsto lo que el Destino le tenía preparado. Una epidemia como la que estamos padeciendo, que tuvo sus orígenes en la lejana república China y que, contra pronóstico, ha acabado por convertirse en una pandemia global que está azotando a medio mundo y que no hay quien se pueda atrever a pronosticar cuánto tiempo durará ni cuántos muertos le va a costar a la humanidad el tributo a pagar por ella, se sabe cuándo llega pero se ignora cuál será su expansión y su punto final. Pero, cuando una persona se postula para un puesto de tanta responsabilidad y exigencia como es el de dirigir una nación como España, se ha de esperar que tiene la capacidad, la preparación, la energía, la sangre fría y los conocimientos necesarios para poder afrontar, sin perderse en divagaciones, cualquier incidencia, por grave e inesperada que sea, con la serenidad, solvencia, valentía y energía que se precisan para poder conducir a una nación en la adversidad, luchando para conseguir el menor número de víctimas y conseguir las mejores condiciones para que la recuperación, que necesariamente se deberá emprender, sea lo menos gravosa para la nación y el pueblo español.
Ya en tiempos de Zapatero, cuando la crisis del año 2008, originada por el fraude de las hipotecas subprime en los EE.UU, llevó a toda Europa a una situación que muchas de las naciones no pudieron superar, el que ostentaba la presidencia del gobierno en España, en lugar de admitir, inmediatamente que se inició la crisis, lo peligrosa que era y tomar las medidas que, posteriormente, se hubieron de implantar; se limitó a fanfarronear diciendo que no afectaría a España y que nuestra economía estaba más boyante que la italiana, añadiendo, con una sonrisa de suficiencia, que no tardaríamos en superar a la economía francesa. Los resultados son conocidos de todos y tuvo que ser el PP, con el señor Rajoy, el que aplicó el torniquete de la contención del gasto y la limitación de beneficios sociales, para evitar que el país tuviera que acudir al rescate europeo.
Pero, desgraciadamente, los españoles somos personas de poca memoria para estas cosas y nos sentimos más proclives a hacer caso a lo que unos cuantos agitadores nos explican, lo que los derrotistas nos quieren hacer creer o lo que el rencor y el afán de revancha de muchos de los que fueron perjudicados por su militancia comunista o socialista cuando perdieron la Guerra Civil; en lugar de usar la razón, buscar la verdad, olvidarse de controversias pasadas ( han pasado más de 80 años desde que finalizó aquella contienda) y contemplar el panorama mundial y cotejando los resultados verdaderamente espeluznantes de aquellas naciones en las que el comunismo ha ejercido sobre ellas su poder omnímodo y ver los nefastos resultados que, para sus ciudadanos, se produjeron como consecuencias del tiempo que estuvieron dominados por ellos; comparado con los progresos, el mejor nivel de vida y los avances científicos de aquellas naciones democráticas que premian a sus ciudadanos por sus iniciativas, sus inventos, sus esfuerzos y conocimientos, sus logros científicos y por los resultados de una economía de libre mercado fruto de las libertades ciudadanas y del papel secundario del Estado, reducido a aquellos campos en los que la iniciativa privada no pueda llegar, nunca como un sustitutivo de ella.
Cuando escuchamos a la señora ministra de Trabajo, señora Díaz, emplear un tono de superioridad, su autobombo y actitud de condescendencia, en el transcurso de una rueda de prensa, adoptando una postura de catedrática que alecciona a sus alumnos, intentando explicar que los señores que dejan de trabajar a consecuencia de los expedientes de ERTE, como si esta figura fuera una invención suya, no se pueden considerar como parados. Lo que no fue capaz de explicar cuáles son los argumentos para diferenciar a alguien que no trabaja por los motivos que fueran no es un parado y proporcionarlos la denominación que ella estima correcto aplicar en estos casos. Lo cierto es que nos cogen ganas de bajarle los humos, de hacerle entender que España y sus leyes existían antes de que ella apareciera y que, muchos de nosotros, muchos años de que ella naciera, ya estábamos cansados de tramitar expedientes de suspensión de empleo o de despidos masivos por causas de fuerza mayor o por los problemas económicos de las empresas. Ni tantas risitas de suficiencia ni tanto desprecio por la inteligencia de los ciudadanos señora ministra están justificados. Y es que, los seres humanos, nacen, se reproducen ( si es que lo deciden así) envejecen y se mueren y, en el caso de los señores ministros puede que, con suerte, sigan en sus puestos unos pocos años y, cuando son cesados vuelven a la categoría de ciudadanos corrientes, lo que, cuando se trata de personas sensatas, honestas, conocedoras de sus limitaciones y deseosas de servir lo mejor posible a los ciudadanos, se les nota en su modestia al expresarse, su continencia en el verbo, su simplicidad en el momento de exponer sus argumentos y en la forma escueta y clara con la que se adaptan al lenguaje del pueblo, sin apabullantes tecnicismos ni excesivas citas científicas. La señora ministra debiera aplicarse a sí misma el refrán español tan conocido de “torres más altas cayeron” como una cura deseable y necesaria de humildad.
A veces, lo que sucede es que muchos personajes no saben asimilar, con modestia y llaneza, el hecho de escalar a puestos importante de la Administración, demostrando que, por muchos títulos que se tengan, hay una asignatura que no se enseña en la universidad y que no todo el mundo es capaz de aprenderla, se trata, simplemente, del savoire fair, como dicen los franceses. Es cuestión de haberlo mamado y no de haberlo aprendido.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, lo que estamos viendo que sucede en estos momentos en los que no se ve, por ninguna parte, que este virus que nos está acosando presente señales de estarse debilitando, pese a la machaconería de quienes se empeñan en ver avances en meros detalles sin importancia, es que el Ejecutivo no se está dando cuenta o, al menos, intenta aparentar de que no se entera, de que España ha entrado en barrena, en una caída libre, sin que se vea un final cercano en esta pandemia que nos acosa, cuando es evidente que siguen aumentando los contagios, siguen produciéndose muertes en cantidades preocupantes y es muy posible que haya momentos en los que, los medios para defendernos de la pandemia, sean insuficientes ante la avalancha de contagios y bajas subsiguientes, que lleguen a producir el colapso de nuestros hospitales.
Y ante una situación tan evidente y un momento en el que, desde el punto de vista sanitario, corremos el peligro de no poder atender al número de pacientes que se vayan produciendo y también, desde el punto de vista social y económico (estamos hablando de millones de parados, pese a que nuestra ministra no considera parados a los que no trabajan por estar afectados por EREs o por ERTEs), la eminente llegada de una nueva recesión económica de proporciones mayores que la que padecimos desde el 2008, parece que pese a los placebos que las autoridades pretenden colarnos, nos encontraremos ante algo inevitable. El Gobierno no tiene más que una solución, si es que quiere que España y los españoles podamos sobrevivir a la situación, extremadamente grave, por la que estamos pasando, se trata de recurrir a un pacto con la oposición, con el PP, Ciudadanos y, cómo no, con los señores de VOX para, dejándose de rivalidades políticas y de consideraciones fuera de lugar, de intereses electorales o de posturas partidistas, excluyendo al señor Iglesias y su partido de todo acuerdo e intentando agrupar voluntades, mirar por el interés de España y de los ciudadanos, y acordar aquellas medidas urgentes que mejor nos puedan conducir a garantizar el retorno a la normalidad en el menor tiempo posible. Si nos empeñamos en seguir utilizando la pandemia para fines egoístas y políticos es muy posible que el resultado final para la nación y los españoles sea catastrófico.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos cómo van pasando los días y los meses, sin que lo que se nos dice, lo que se nos avanza o lo que viene ocurriendo tenga el más mínimo parecido con lo que se nos intenta hacer creer. Puede que quienes mandan piensen que podrán engatusar al pueblo durante mucho tiempo más, pero estamos convencidos de que, en estos momentos, toda la nación está instalada sobre un volcán de descontento que amenaza con erupcionar en cualquier momento. Las consecuencias de que, el desagrado de la sociedad, llegue a un punto en el que decida no seguir aguantando, sólo tiene un beneficiario nato, el señor Pablo Iglesias y sus comunistas bolivarianos. Muchos españoles se deberían hacer la siguiente reflexión, ante una situación tan extrema como es la que estamos pasando: o se forma un gobierno de coalición del PSOE y el resto de los partidos de la oposición o se deja que la situación se vaya deteriorando hasta que el frente popular que encabeza Iglesias consiga que los descontentos exploten y nos vuelva a llevar a una situación similar a aquella en la que España se lanzó al infierno bélico. No es una broma ni un anuncio desatinado de un apocalipsis nacional, estamos ante hechos que amenazan en convertirse en futuras y graves calamidades nacionales..