Pablo J. Ginés/ReL
“El Hobbit“ es la nueva película que el cineasta Peter Jackson ha llevado a miles de pantallas en todo el mundo, sin embargo nació como novela en 1937 de la mano de J.R.R. Tolkien y ahora se analiza desde un punto de vista cristiano, lo que nos permite contemplar esta fantástica historia desde un nuevo e interesante prisma.
Tolkien, un entusiasta de los cuentos de hadas, las sagas y las narrativas míticas antiguas y medievales, escribió la historia de un hobbit que, contra todo pronóstico, abandona su cómoda casa para embarcarse en una aventura, en un viaje muy peligroso. Es “uno de nosotros” metido en un asunto “que le queda grande“, con dragones y elfos y reinos enanos.
La historia cumple todos los requisitos de un “Quest”, un viaje iniciático y de crecimiento, en que el héroe superar pruebas, conoce el mundo, crece gracias a amigos y maestros y se vuelve sabio, y por eso tiene un valor universal e imperecedero. Además, puede leerse en una clave más específicamente cristiana, porque en la novela resuenan ecos de enseñanzas evangélicas.
En español se acaba de publicar “El viaje de Bilbo: descubriendo el significado oculto en El Hobbit“, de Joseph Pearce (editorial Palabra), que ofrece un análisis cristiano de la novela por parte de este profesor de literatura de la Ave Maria University, experto en Tolkien, Chesterton y conversos literarios. Una forma de abordar el tema es resumirlo en 5 elementos, que coinciden en buena parte con los que aborda Pearce.
1) Sal de tu cómodo agujero hobbit: complícate la vida
El libro empieza explicando que Bilbo Bolsón vivía “en un agujero hobbit, y eso significa comodidad”. Comodidad que se ve interrumpida por un llamado, una vocación: Gandalf y los Enanos vienen a reclutarle para una increíble aventura. La inercia del comodón mediocre (de todos nosotros, occidentales opulentos) es quedarse en casa junto al fuego. Pero en Bilbo se despierta su sangre de la rama familiar Tuk… y se lanza a la calle. No tiene muy claro lo que puede aportar, pero sí que tiene una llamada. Es un paso en fe, no muy distinto al de Abraham y a otros que son convocados a salir de sus comodidades. Cualquiera que haya cantado eso de “en mi barca/no hay oro ni espadas” lo entiende.
2) Camina, aprende de los maestros, ten fe y crecerás
Como sabe cualquiera que haya hecho una dura peregrinación a Santiago o a otro lugar, en el camino se crece. Uno aprende a viajar con menos cosas… las cosas materiales quedan atrás, la persona y el alma se robustecen. Viajar purifica, y por eso Israel necesita 40 años en el desierto para purificar su cómoda esclavitud en Egipto. Viajando se aprecia más a los compañeros de camino, como los Enanos, y los que son “no-pueblo” se forjan como un pueblo. Y se aprende de los maestros veteranos, como Gandalf, que en cierto momento le dejan a uno solo, para que aprenda a volar por sí mismo. Por el camino, se ganan tesoros y sabiduría. Nada de eso se ganaría sentado en casa.
3) “Demasiada suerte”…, es decir, Providencia
Una y otra vez, Bilbo tiene una extraña suerte. Él es “el que encuentra la fortuna y el que el Anillo encontró”. Qué casualidad que él, una y otra vez, encuentre justo lo necesario, llegue justo en el momento… El lector avispado ve que no es suerte: es Providencia. Gandalf lo deja claro al final: “no pensarás que todas tus aventuras y escapadas eran mera suerte, sólo para tu beneficio, ¿verdad?”
La clave cristiana está en aprender a ver la voluntad y los planes de Dios para nuestras vidas, y entender que su Gracia es la que conduce las cosas. Joseph Pearce escribe que “al contrario de lo que proclamaron Nietzsche, Hitler y otros seculares progresistas, no hay un triunfo de la voluntad [título de un documental propagandístico de Leni Riefenstahl sobre el nazismo en su apogeo], sino una asistencia sobrenatural de la Gracia”. En El Señor de los Anillos se ve más claro: ¡no es Frodo quien con todos sus esfuerzos destruye el Anillo maligno!
4) Coraje y virtud, al elegir el bien
La virtud es el hábito de optar por lo bueno, elegir lo bueno y fortalecerse en el bien habitual. Bilbo supera su miedo una vez, y luego otra, y otra, y acaba haciéndose valiente. Abandonado su cómodo agujero, enseguida se hace desprendido. Bilbo no es grande ni fuerte, pero no se rinde: y al final consigue grandes cosas. La constancia en el bien es uno de sus temas.
5) No negocies con el dragón; ni lo sustituyas
“Yo controlo”, dicen los necios que beben, conducen rápido o se drogan. En realidad, son miles las adicciones que nos controlan cuando creemos controlarlas nosotros. Nuestras posesiones en realidad nos poseen. El Anillo controla a Gollum, y después intentará controlar a los siguientes portadores. Tolkien escribió un poema titulado “El tesoro“, sobre un montón de oro y joyas que cambian de dueño… pero a cada uno de ellos les aporta la perdición y les esclaviza. Hay quien quiere usar el Anillo para el bien, con un “yo controlo”, pero Tolkien dice que el control no existe, que el mal debe ser destruido.
Con el dragón no se puede negociar, ni jugar a acertijos ni llegar a un pacto: el dragón al final te devora. Y si le matas, cuidado no le sustituyas como guardián-esclavo del tesoro. No es extraño que represente al demonio y sus seducciones en la simbología cristiana.
Algunos hacen brujería pero usan imágenes de santos y vírgenes: es engañarse. El tesoro genera ese engaño, que en El Hobbit se llama “la enfermedad del dragón”, a la que Bilbo es bastante inmune porque se ha purificado en el viaje, pero a la que los Enanos son muy vulnerables, sobre todo Thorin. Cuanto más elevado y más orgulloso, más vulnerable se es a estas seducciones. Los más pequeños y humildes están más protegidos. El Evangelio previene: “donde está tu tesoro, está tu corazón”.
Estos elementos están claros en el libro. Habrá que esperar a ver la segunda y la tercera película de El Hobbit para comprobar si se reflejan bien en esta nueva trilogía o si quedan tapados con demasiados elementos añadidos.