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Diario YA


 

¡Llegó Navidad!, pero…

Francisco Torres García.- Hay una canción de John Lennon, una chritsmas song, un villancico en realidad, versioneada en español no hace mucho por Raphael -fiel a su cita familiar con la Navidad durante décadas para fastidio de algunos-, que comienza así: "Llegó Navidad", esa que a todos “bendice por igual”. Y es que eso es lo fundamental en estas fechas, que llegó Navidad que es tanto como parar el tiempo y darse un respiro en una vida llena de presiones, olvidos, azoramientos y pérdida de horizontes espirituales. Es ese momento en el que la mayoría silenciosa -también existe en España- dice aquello de: "¡Qué caramba!¡Es Navidad!".

Hay quien dice que es el tiempo de la felicidad falsa o, cuanto menos, engañosa. De villancicos blanco, de blanca Navidad, de campanas y purpurina, de paz y amor, que poco tienen que ver con la realidad (el aguafiestas suele decir que es la forma de ser alienados); que es el tiempo en que nos aislamos en una falsa y egoísta felicidad del exterior. Sin embargo, no es así como yo recuerdo esos días desde que tengo recuerdos vivos. Tiempo de solidaridad, naturalmente. No la del retrato ácido del “siente un pobre en su mesa” sino la del compartir con el que no tiene, con aquel que tiene faltas y no solo materiales. Esa solidaridad está, o al menos estaba, en el ADN de la Navidad, porque forma parte de su apellido, adjetivo y razón de ser: la conmemoración del nacimiento de Cristo.

La purpurina, los adornos, los villancicos y la felicidad o la alegría no nos llevan a ignorar la realidad. Ahí queda, en una estela menos beatífica, un soberbio villancico moderno con el título de "¡Bendita y maldita Navidad!", también en la voz de Raphael, señalando las contradicciones en que en estos días se vive entre las luces y los brillos y la situación de los que no las tienen; de que, en realidad, el gran motivo que todo lo compensa es que es Navidad.

"Si no fuera por las luces de neón los recuerdos que rescatan mi ilusión no habría diciembres para pensar en ti. Y si no fuera por la escarcha de papel por esa estrella y ese Niño de Belén no habría motivos para brindar por ti".

¡No soy un ingenuo! La Navidad hace tiempo que dejó de tener como valor universal el nacimiento de Cristo más allá del referente histórico cultural y en muchos casos ni eso. Hoy casi se tendría que decir que, en líneas generales, es casi lo subsidiario, un poso cultural y poco más. Difícilmente podría ser de otro modo en una sociedad completamente secularizada, donde además el denominado multiculturalismo es utilizado como justificación para ejercer una censura que pretende borrar a futuro el significado cristiano, aun cuando solo sea cultural, de estas fechas. Digamos que nos encontramos ante un recorrido histórico a la inversa.

El cristianismo reconvirtió las fiestas paganas romanas, que a la vez habían reconvertido las ceremonias de creencias -festejar los solsticios y similares no constituyen una religión sino algo anterior a las religiones- de los pueblos primitivos, en la conmemoración de la Pascua de Navidad. Nadie ignora que Cristo no pudo nacer en invierno, ni el año es exacto, pero la Tradición es la Tradición. Hoy se aspira, o mejor dicho asistimos a la nueva conversión de la Navidad en fiesta pagana, a disociar estos días de fiesta de su significado cristiano. Ya se ha intentado, y así se hace, aunque con escasa fortuna, que se llaman vacaciones de invierno o tonterías similares (algún cursi habla de vacaciones blancas, pero está el villancico y que lo blanco en la mayor parte de España es en realidad una anomalía temporal).

La Navidad va dejando de ser Navidad lentamente, es ya “Navidad secularizada” aunque sirva de recordatorio o lleve a prácticas que se pierden a lo largo del resto del año. En estas fechas, para no pocos, lo espiritual es víctima de un consumismo al que a veces resulta difícil escapar. Es difícil hurtar al debate sobre la realidad de estas fiestas nociones como consumismo, exceso, derroche a unas fechas y celebraciones que ya casi comienzan en el macropuente habitual de principios de Diciembre. Cierto es que siguen siendo unas fiestas cuya piedra angular continúa siendo la familia. Ímprobos son los esfuerzos por cuadrar las fechas entre los que están dispersos aunque vivan en al misma ciudad; que lo del reencuentro familiar continúa funcionando. "¡Vuelve, a casa vuelve, por Navidad!", que nos susurra la sintonía publicitaria. Tiempo en el que nuestro corazón se encoge ante las sillas vacías por los que están lejos o ya no están.

La Navidad está dejando de ser Navidad, lentamente, paso a paso, por la acción de los poderes públicos en una maniobra de esas a las que ya nos estamos acostumbrando de ingeniería social/cultural orquestada desde arriba. No lo percibimos, o quizás solo algunos nos damos cuenta, pero está ahí. No es solo que proliferen las tradiciones navideñas foráneas, ya plenamente integradas que también son parte de la Navidad (desde el arbolito a Papa Noel), sino que abundan los elementos sustitutorios. Un día nos levantamos con unas luces en las calles que en sus motivos son cualquier cosas menos navideñas (luego la sabiduría popular encuentra explicaciones tales como las escobas de este año en Madrid en sintonía con la "bruja" que ocupa el Ayuntamiento); la proscripción de los belenes (hasta hemos leído las "órdenes" de la dirección de algún centro educativo prohibiendo que se instalen belenes para no molestar a los de otras religiones); o los dislates en las cabalgatas de Reyes Magos. Hechos que, aunque sean algo puntual, son el comienzo, los primeros pasos, de esa obra de ingeniería cultural puesta en marcha por una izquierda a la que sigue sin gustarle la religión, católica por supuesto.

Menos mal que siempre nos quedan las películas navideñas que con tanto canal siempre vuelven y cuyo mensaje se ha mantenido impertérrito pese al paso del tiempo; y con suerte hasta alguna que otra cinta religiosa -aunque nos agüen la fiesta los heraldos de la telebasura en sesión de tarde haciendo el bufón imitando el portal de Belén-. Hoy, nuestra Navidad es salvada por los niños. Quitarles la Navidad es muy difícil. ¿Cómo rehusar a ser pastorcillo o ángel? ¿Cómo quitarles su Belén? ¿Cómo evitar el cuento de Navidad? ¿Cómo cargarse a los magos de Oriente? La Navidad es hoy más que nada fiesta para y de niños. Niños que la siguen entendiendo como hace cientos de años, que recuperan la historia del nacimiento de Jesús.

Y en medio quedan los inocentes. Los Santos Inocentes que nos recuerdan el infanticidio moderno que es el aborto. La multiplicación de los Herodes directos e indirectos. También de los inocentes que no se dan cuenta del muñequito en la espalda que todos los años, de un modo u otro, acaban colgándoles con sus discursos desde el Jefe del Estado al último presidente de Comunidad Autónoma pasando por el Presidente del Gobierno y algún que otro alcalde. El muñequito de la gracia es, en sus frases, el recurso permanente al eufemismo. Así, lo que para este año se anuncia no es más que el cómo vender recortes y más apretarse el cinturón para mejorar la macroeconomía y retrasar un año más, por el bien de España, la recuperación de los hogares.

La Navidad es de todos. Como anotábamos al principio la Navidad es de todos y para todos, aunque no se vivan en lo material de igual modo. También Cristo nació en un establo. Y por ello también será Navidad en los comedores de Cáritas, en los de las organizaciones sociales que atienden a los desfavorecidos, en los hogares -lamentablemente decenas de miles- de aquellos que se encuentran en el umbral de la pobreza, en las casas víctimas de la pobreza energética... para es alarmante la cifra de niños que viven en la pobreza de los países ricos. Contarán, eso sí, con la solidaridad y la ayuda de los españoles de a pie que, de una u otra forma, contribuyen generosamente en estas fechas. Esos que atendemos a la fotocopia puesta en nuestra puerta diciéndonos que tal día pasarán por casa los scouts de la parroquia -sí, sí, la parroquia- para recoger alimentos y juguetes, por lo que nos toca ir al supermercado o a la juguetería más cercana. Esa solidaridad que hace que nos alegremos cuando no nos toca la lotería y sabemos que el gordo ha caído en un barrio de gente que lo necesita más que nosotros. Todo eso es Navidad, como la indulgencia que obtenemos al poner el Belén. Esas figuritas de barro -no las made in China, por favor- que nos acompañan y que nos recuerdan por qué realmente celebramos la Navidad. Hasta en los hogares de aquellos que lo ponen solo por razón cultural.

Todo ello, todo lo dicho o sugerido, nos recuerda que lo que conmemoramos es el nacimiento de Cristo y que esos valores que ahora tratan de presentarse como propios de la secularización tienen su origen y su raíz en el mensaje que trajo aquel Niño.

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