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Diario YA


 

¿Ha dado la conferencia episcopal su placet a la expulsión de los benedictinos del Valle de los Caídos?

Francisco Torres García.- No soy lector habitual de Vida Nueva, no me gusta su planteamiento y por tanto me interesan poco sus contenidos. Normalmente no abro los enlaces que me envían alguno de sus lectores, no estoy en su onda. Sin embargo he tenido que prestar atención a una entrevista realizada hace unos días al Secretario General del Episcopado y obispo auxiliar de Valladolid don Luis Arguello. Quien por cierto debería aclarar si el joven retratado en un acto del PCE cerca de Santiago Carrillo es él o se trata de un fake news de la red.

Dejando a un lado la anécdota, nadie ignora su lamentable papel en todo lo referente a la exhumación-profanación-inhumación de Franco y ahora carga contra la homilía del padre Ramón Tejero en el panteón de Mingorrubio calificándola de hagiografía (lo de tratar de invalidarla dada su difusión indicando casi, melifluamente claro, que es casi herética porque “parezca hacer innecesaria la misericordia de Dios”, no deja de causar sonrojo). No estaría de más que Luis Aguero repasara las homilías de todos los cardenales y obispos de España en noviembre de 1975 antes de usar los calificativos. Y ya de paso, explicará con todo lujo de detalle, y no practicando la reserva mental con ánimo de desvirtuar y torcer la realidad, que dada su alta posición bien pudiera ser calificada como pecado, si se produjeron o no presiones sobre el sacerdote. También el lenguaraz prelado podría explicarnos si miembros de la Conferencia Episcopal o cardenales se han movido en Roma para garantizar el silencio que permitiera actuar al gobierno (no existe comunicación escrita de Roma al abad ordenándole nada); pero especialmente, ya que ha sido filtrado a la prensa desde el gobierno, si es cierto que hasta el último momento el Cardenal Osoro presionó al prior del Valle de los Caídos.

Naturalmente, don Luis Aguello o Vida Nueva, que ha secundado la posición oficial, podrían explicarnos las conversaciones entre el gobierno y la cabeza de la CEE sobre este tema. Quizás precisarnos si ha habido ofrecimientos por parte del gobierno o solo estamos ante deseos de agradar. Claro que leyendo el programa electoral de Pedro Sánchez ya podría explicarnos don Luis Arguello, Secretario de los Obispos, de qué les ha servido entregar los restos mortales de Franco y permitir el escándalo de la violación armada de una Basílica... así que vayan atándose sus reverendísimas los machos si acaba gobernando con el concurso de podemitas y erreceros.

No diría yo que don Luis Aguello, Secretario General del Episcopado, miente, pero...

Lo primero que le recomendaría, si no es obra suya, es que despidiera al responsable de los argumentarios. Ya se lo hemos oído a un balbuceante Martínez Camino. Lo de querer excusarse, seguro que el argumento es perfecto para Vida Nueva, diciendo que lo que el gobierno buscaba era implicar a la Iglesia en una cuestión política es de nota. Casi tan alta como tratar de hacer ver lo blanco negro, intentando sugerir que la CEE no solo no se ha puesto de perfil -para mí alguno de sus miembros han trabajado a favor de las tesis del gobierno- sino que ha intervenido positivamente en una situación de tensión buscando la conciliación como era su deber.

Lo segundo, que no se refugie en un argumento erróneo: enterrar a Franco en la Basílica de la Santa Cruz del Valle de los Caídos -nos dice- fue una decisión del gobierno y la de exhumar también, apoyada por el Congreso y refrendada por el Tribunal Supremo (dejemos a un lado lo pernicioso del argumento, porque según el mismo los católicos no tendríamos que oponernos al aborto... o ¿es que Luis Arguello acepta y asume leyes contrarias a la Doctrina y nos aconseja hacer lo mismo?).

Le falla al señor Arguello la memoria. Lo que pasó en 1975 no fue exactamente así, y él mejor que nadie debería saberlo. No es que mienta en su afirmación, es que hace una elipsis entre las dos decisiones. En 1975, el gobierno planteó a la Comunidad benedictina la entrega de los restos de Franco para que los enterrara y custodiara en la Basílica -el prelado sabe perfectamente que según el derecho canónico vigente tenía derecho a ello- y la Comunidad aceptó. El gobierno, con el rey Juan Carlos I al frente, le entregó a las puertas de la Basílica el cuerpo de Franco a la Comunidad para que lo enterraran. En puridad no lo enterró el gobierno sino la Iglesia, quizás para asegurar su protección frente a la ingratitud.

Don Luis Arguello se lía con suma facilidad con su melifluo lenguaje de reconciliación, paz y amor, al tenerlo que combinar con la realidad de los hechos. Lo hace hasta tal punto que se tira piedras sobre su propio tejado.

Nos ilustra el señor obispo con el reconocimiento de la inviolabilidad por parte del gobierno que ha tenido que pedir permiso. Claro que el audaz y dulce entrevistador de Vida Nueva, solícito con la tesis oficial del episcopado, no hace la pregunta clave en este embrollo: ¿Quién ha dado el permiso final? ¿Dónde está el permiso? Porque el gobierno lo que hizo fue ocupar por la fuerza la Basílica, secuestrándola. Y que sepamos, porque es público y notorio, el prior negó el permiso. ¿Esperaba el prior que los obispos defendieran la inviolabilidad? No lo sabemos, pero lo que hemos visto todos es que no lo hicieron. Probablemente, estuvieron todos de ejercicios espirituales esos días y por eso nada dijeron. Pero el cardenal Osoro, por lo visto, cual mediador necesario, sí se reunía con el gobierno y presionaba al prior tal y como ha sido publicado (si no es así el señor Arguello debería desmentirlo para evitar equívocos).

Todos conocemos las intenciones de Pedro Sánchez y la izquierda con respecto al Valle de los Caídos. Las han hecho públicas. Y en este punto viene la traca final de nuestro ilustre prelado. Palabras que debieran causar vergüenza y oprobio -Vida Nueva se calla en silencio cómplice-: el obispo auxiliar don Luis Arguello asume la tesis de Pedro Sánchez y se muestra partidario de resignificar el Valle. Lo hace utilizando el mismo concepto que la izquierda, resignificar (implica que a don Luis Arguello no cree que ya sea, como lo ha sido siempre, un espacio de reconciliación en el que se reza por todos los caídos independientemente de la trinchera que ocuparan). No contento, cuando le preguntan por la anunciada salida de los benedictinos (la expulsión, señores de Vida Nueva; hay que llamar a las cosas por su nombre), recurre sin problema al eufemismo: no dice que se opone a la expulsión de los benedictinos, que es lo que hubiera dicho de no practicar la reserva mental y la complacencia con Pedro Sánchez -seguro que lo ve otra vez en La Moncloa-, sino que en la Basílica resignificada sería conveniente la presencia de una comunidad orante (le faltó añadir que dócil a las necesidades de los tiempos y dispuesta a olvidar que el César también es de Dios).

Solo queda decir aquello de blanco y en botella. Y añadir: “adiós crucecita, adiós”.
 

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