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Diario YA


 

Parte 1

70 años del viaje del Semíramis: Prisioneros del comunismo

Fotografía de Oroquieta y el Semínaris en la bocana.

Francisco Torres García. Hace muchos años, cuando yo era un niño, mi padre recordaba con vivas palabras aquel día, un cuatro de marzo de 1954, en que seis presos de Rusia, de la URSS, retornaban a Murcia –yo pude charlar muchos años después con uno de aquellos hombres, José Antonio Ramos Pérez–.
En aquel gran recibimiento, multitudinario, popular, mi padre participó, pues se habían cerrado los centros de trabajo y los comercios; refería cómo la gente rompió el protocoló, llegó hasta el jeep que los llevaba y los alzó a hombros para introducirlos en la Catedral. Luego conocí a un divisionario, de buena voz que cantaba en un afamado coro de la región: estuvo en la Catedral para cantar una salve en acción de gracias cuando aquellos hombres se postraron ante la patrona de la ciudad, ante la Virgen de la Fuensanta, para dar las gracias por su liberación.  Retornaban como auténticos soldados victoriosos, y este es un dato a retener por el lector a lo largo de estos artículos.
Se sabía de la gran manifestación que les aguardó en Barcelona, se conocían algunas imágenes por la prensa, pero el reportaje que después todos los españoles verían en el cine, antes de la película, en la proyección obligatoria del célebre y popular NODO, aún estaba en proceso de revelado y montaje. Sin embargo, las manifestaciones multitudinarias se repitieron en las capitales y en los pueblos de origen de los repatriados.
Fue así en toda España. Las innumerables fotografías que he podido ver y hasta guardar en mi archivo de las múltiples recepciones son incontestables. Los periódicos hablaron de esos hombres en aquellos días; después llegó el magnífico reportaje/documental, un especial de NODO titulado Retorno a la Patria, con un montaje tan soberbio como emocionante; triunfal. Al contrario de lo que se pudiera desprender de algunos escritores y de algún historiador, ni hubo silencio, ni apagón informativo, ni maniobras de ocultamiento o disimulo. Todo lo contrario. Quienes aún guardan memoria visual de lo acontecido aquellos días y de la huella que dejó en sus recuerdos pueden atestiguar lo que significó. Para todos eran los últimos supervivientes de la División Azul, aunque no fuera exactamente así.
A las 13.45 horas de un 26 de marzo de 1954, hace 70 años, el  capitán Irasimos Fokasa, desde su puente de mando, vio cómo se cumplía su orden de soltar amarras y lentamente, su navío, el Semíramis, unos quince minutos después, se despegaba lentamente de un muelle en el puerto ucraniano de Odesa con dirección a Estambul. Solo entonces los ya exprisioneros pudieron respirar tranquilos.
Aquel viaje, pese a la protección que pudiera brindarle el amparo de la Cruz Roja Internacional, quizá fuera el más peligroso de la vida de aquel capitán olvidado, cuando el aliento de la reciente Guerra de Corea (1950-1953) daba carta de realidad a la denominada Guerra Fría.
Las autoridades españolas habían conseguido mantener el silencio informativo, pese a la incómoda filtración de dos agencias extranjeras que pudieron frustrarlo todo, de una operación que había sido coordinada desde el Consejo de Ministros presidido por Franco, a través de una Comisión Interministerial para la Repatriación de Españoles (CIRE). Se abría así un proceso que se prolongaría en el tiempo y que permitiría el retorno a España de más de 3.000 personas que, en gran parte, contra su voluntad, llevaban retenidas en la URSS desde la Guerra Civil. Pero aquel primer viaje iba a traer, básicamente, a los prisioneros de la División Azul, a los internados en los campos de concentración/trabajo soviéticos, a unos supervivientes del llamado «país del Gulag».
Para los españoles de 1954, como anotamos, en el Semíramis retornaban los prisioneros de la División Azul, aunque pronto se supiera que entre ellos también volvían algunos «republicanos» (pilotos y marinos que habían pasado por los campos soviéticos y 4 niños de la guerra retenidos en la URSS contra su voluntad) y otros que habían sido capturados formando parte de unidades alemanas.
La información inicial sobre los viajeros del barco de la libertad era escasa. Habían subido a bordo 286 españoles. Inicialmente la URSS ofreció la liberación de 253 españoles sin mayor precisión; los últimos comunicados, antes de que el barco saliera desde Grecia, hablaban de 291 españoles. Para las autoridades españolas era evidente que no retornaban todos los prisioneros, pues estos podrían superar los 400.
Allá, diseminados en los campos de trabajo soviéticos, hombres que habían sido internados entre 1939 y 1945, comenzaron a ser trasladados hacia Vorochilogrado en el verano de 1953. Los viajes se prolongaron en el tiempo para finalmente llegar a los campos de Krasnopole y Masimovka. Los últimos, algunos enfermos, lo harían en el mismo marzo de 1954. No era la primera vez que se producía un movimiento similar como anuncio de un próxima liberación. Tras su regreso, durante décadas, los exprisioneros creían que era una forma más de torturarlos. Sin embargo, aquellos movimientos vienen a coincidir con algunas negociaciones emprendidas para su liberación que se frustraron.
En el barco algunos prisioneros comentaron a los periodistas que Dolores Ibárruri, Pasionaria, había afirmado que para ellos «no habría hospitales ni compasión, que su destino era solo el cementerio». No sabemos si aquellas palabras eran apócrifas o una realidad, pero lo cierto es que la posición del PCE, cuya dirección máxima estuvo en la URSS durante mucho tiempo, no podía ser muy distinta a la adoptada con respecto a los «otros prisioneros», a los calificados usualmente como «republicanos», que habían acabado en los campos (marinos de los barcos retenidos en la URSS al acabar la guerra al igual que los jóvenes que estaban en la academia de pilotos, niños de la guerra y miembros del PCE que habían acabado en el GULAG): dejarlos en los campos de concentración como enemigos. Y el PCE estaba perfectamente informado de la existencia de aquellos españoles presos en los campos de trabajo y reeducación comunistas.
Más de 12 años de prisiones y campos llevaban a sus espaldas José Moreno Rodríguez y José María González. El primero capturado en la zona de Russa el 22 de octubre de 1941, al poco de entrar en línea la División Azul. Es posible que su nombre e identidad fueran utilizadas por un «agente» que llegó a España, siendo probablemente responsable de la voladura de un polvorín de la Armada en Cádiz en 1947, considerada oficialmente un accidente. El segundo, capturado en Posselolk, un enclave ante Possad, en noviembre de 1941, sería el primero de los resistentes en los campos de concentración soviéticos… También cayó prisionero José Montaña, quizás el primer caído en un campo de concentración enemigo. Y añadamos una nota, el caso de Marcos Sánchez que fue dado por muerto y que, en realidad, fue capturado en Carcovo, en las proximidades del lago Ilmen, el 20 de noviembre de 1941.
A partir de ahí, poco a poco, fueron cayendo prisioneros, de una forma aislada, un número impreciso de españoles. Todo ello cuando lo usual hasta 1943 en el Ejército Rojo era asesinar a los prisioneros. Fueron capturados con vida por razones militares (información sobre aquella unidad) y políticas.
El mando divisionario comenzó a tener noticias de la existencia de prisioneros tanto por algún testimonio de desertores o prisioneros como por la propia propaganda enemiga. De hecho, los soviéticos habían desplegado una unidad específica de propaganda en la que figuraban españoles para operar en la zona donde se desplegaba la División Azul. Entre los pasquines y hojas lanzados sobre los divisionarios, junto con alguna emisión con altavoces, se encontraron con la imagen de prisioneros o la firma de algunos de estos al pie de textos que invitaban a la deserción. Ahora bien, en 1942 se confiaba en la próxima victoria que conllevaría la liberación de los posibles prisioneros.
Fernando Vadillo calificó como «gran redada» a lo sucedido durante la batalla defensiva librada por la División Azul en Krasny Bor entre el 10 y el 11 de febrero de 1943. Según precisamos en nuestra obra Cautivos en Rusia. Los últimos combatientes de la División Azul (Editorial Actas), al menos entre 262 y 265 soldados españoles cayeron en manos enemigas. Eran básicamente los supervivientes de las compañías desplegadas sobre las que se volcó el ataque, hombres que contaban con parte de sus mandos, oficiales y sargentos, lo que facilitaría lo que nosotros explicamos en nuestra investigación como el proceso de «reconstrucción» de la División Azul en los campos de prisioneros.
Estos soldados españoles –la División Española de Voluntarios fue constituida como una  unidad del ejército español– padecerían uno de los cautiverios colectivos más largos de  la historia bélica hispana de los que tenemos registro. Algo con lo que nadie podía contar en 1941, 1943 o 1945. Si nos referimos a los divisionarios el que más tiempo estuvo preso fue el sargento Cavero (hasta 1956, 13 años) y el que menos 10 años y algunos meses. Los capturados en unidades alemanas entre 9 y 10 años; la mayor parte de los divisionarios algo más de 11 años, algunos 12 años y unos meses. Si contamos desde el final de la guerra unos 9 años la mayoría.
Las cifras pueden decir mucho o poco si no tenemos elementos de comparación. Comparativamente, los prisioneros de guerra en manos de los occidentales tras el final de la IIGM entre 3 y 5 años; los que estaban en manos soviéticas, mayoritariamente, entre 2 y 8 años. Pero a diferencia de otros grupos de prisioneros los españoles no contaron con la esperanza del goteo de liberaciones, de repatriaciones, que se hicieron habituales a partir de 1947/1948 en el caso de alemanes, italianos y rumanos.
Quizás el caso de mayor similitud, además de con un grupo de japoneses en manos soviéticas (aunque las liberaciones de estos comenzaron en 1946), fuera el de los prisioneros norteamericanos que quedaron en manos vietnamitas tras las casi 600 liberaciones de 1973 –entre 5 y 9 años–, sufriendo el cautiverio en prisiones durísimas con una alta mortalidad
Tras la batalla de Krasny Bor llegó el momento de hacer balance, de tratar de desentrañar la suerte que habían corrido los soldados españoles en el combate. En las semanas siguientes, a través de declaraciones de prisioneros o desertores, se tuvo noticia de la existencia de un número importante de prisioneros. Fue el general Emilio Esteban-Infantes quien ordenó a su Estado Mayor la elaboración de listados de posibles prisioneros. Ello dio como resultado el inicio de las primeras gestiones de cara a conseguir información y una posible liberación. Así, en el mes de marzo de 1943, se intentó abrir un contacto a través de la embajada japonesa en Madrid. Y el propio general Gómez-Jordana, ministro de Exteriores, estimó oportuno intentar obtener información a través de Suiza. Pero a partir de ahí, y durante los años posteriores al final de la II Guerra Mundial, la URSS se negaría a facilitar cualquier información sobre los posibles prisioneros españoles.
¿Cuántos españoles llegaron a los campos de trabajo/concentración soviéticos, al «país del Gulag» para intentar sobrevivir en el sistema concentracionario comunista puesto en pie por Lenin y asentado por Stalin? Es imposible saberlo. Al menos 800 españoles pasaron por los mismos: prisioneros de la División y Escuadrilla Azul, prisioneros de la LEV, desertores de ambas, combatientes en las unidades alemanas, españoles detenidos en Berlín, marineros de los buques «republicanos» incautados por la URSS al acabar la guerra civil, alumnos de la escuela de pilotos de Kirovabad, niños de la guerra, exilados en la URSS al acabar la guerra civil…).
Ciñéndonos a los prisioneros de guerra, incluyendo a los posibles desertores, vinculados a la División y Escuadrilla Azul junto con los miembros de la LEV o de los que combatieron en unidades alemanas al final de  la guerra, hace muchos años que, en nuestro trabajo para la edición de las memorias del sargento Ángel Salamanca, evaluamos el total en una horquilla situada entre los 456 y los 489 españoles. A partir de 2010 comenzamos a tener algunos datos extraídos de la documentación soviética, a los que se sumarían trabajos como los de Elpátievsky o Kovalev. Los datos extraídos de informes puntuales son algo confusos y parecen referidos a un momento concreto. Así se indicaba que el total sería de 464 prisioneros, lo que coincidiría con nuestra apreciación inicial. Otro documento indicaba que existieron 452 prisioneros, siendo repatriados 383, falleciendo 70 (es probable que el número de repatriados incluyera los liberados, pero el número real de fallecidos casi podría alcanzar el doble).
Cualquiera que haya trabajado con el tipo de documentación referida a listados, fichas y expedientes sabe que la precisión absoluta es muy difícil. La grafía de los nombres y apellidos es cambiante en su ortografía y en su orden. Los datos de desaparecidos y de nombres transmitidos a Cruz Roja por exprisioneros de otras nacionalidades o de expedientes soviéticos no tienen una trascripción correcta; en muchos casos es posible identificar las repeticiones o variaciones, en otras no. La identificación exacta no llegó a ser posible en la época.
Entre los listados y fichas hay un número de posibles prisioneros que fueron vistos en un campo por otro y nunca más se supo, aunque en la documentación española figuren como desaparecidos, siendo dados por fallecido años más tarde (19/22 hombres); junto con otros que son un nombre perdido (42/45). Ello eleva nuestro cálculo de máximos y mínimos hasta los 564/585. Pero el mínimo real, si prescindimos de aquellos que consideramos como posibles o sin más noticias, se situaría entre los 502 y los 518 prisioneros. El 87% eran miembros de la División o de la Escuadrilla Azul.
No todos eran prisioneros. Entre ellos había un número relativamente importante de desertores. En un reciente estudio, Ángel Serrano ha cifrado el número real de desertores al enemigo que consiguieron su objetivo en 91, confirmando que parte de los que se consideraban como tales y apuntábamos en nuestro estudio no lo fueron realmente, no conservándose proceso alguno sobre su posible deserción. De ellos, algunos ofrecen dudas sobre su deserción. Hasta un centenar, por testimonios, fueron considerados como desertores o posibles desertores en la época. De ese total, al menos 34 lo fueron por razón ideológica, se alistaron y consiguieron esquivar los filtros para pasarse al enemigo. Un número irrelevante. Pero es de destacar que descontados estos y asumiendo que decían verdad aquellos que negaban que hubieran desertado, el número de desertores por fatiga de combate, por miedo ante el enemigo, entre los divisionarios fue muy bajo, porcentualmente irrelevante, aunque incluyamos los 19 casos de deserción frustrada registrados por Ángel Serrano. Conviene detenernos en esta cuestión para subrayar que estas cifras derriban el mito de una unidad formada por combatientes obligados o alistados masivamente para desertar pasándose al enemigo al considerar a este como su espacio ideológico natural.
Cabría anotar que del total de prisioneros una 30 fueron asesinados tras ser capturados por el enemigo (probablemente fueran más). El primero de los rematados fue el soldado Agapito Morales Quintanilla en noviembre de 1941.
A partir del testimonio de los viajeros del Semíramis se pudo establecer un listado de 115 fallecidos/asesinados en los campos de prisioneros, número que César Ibáñez, en la primera relación de caídos elaborada a partir de fuentes documentales, amplió hasta un total de 127. Cifra que se elevaría hasta superar los 150 si añadimos el número de los asesinados tras ser capturados, y que podría situarse realmente entre los 171 y 185 españoles. Sobre los mínimos estimamos que entorno al 24-26% de los prisioneros de guerra españoles dejaron entre alambradas su vida, algo más si incluimos a aquellos que fueron asesinados al ser hechos prisioneros. Si a ello añadiéramos el difícilmente evaluable acortamiento de sus vidas por las penalidades sufridas en algunos casos la cifra sería aún más trágica (un 20%). Durante el cautiverio al menos 69 españoles serían procesados y comparecerían ante tribunales soviéticos, siendo condenados a diversas penas por sus acciones de rebeldía.
Más de 150 campos de trabajo, en una itinerancia inacabable, albergarían a estos prisioneros de guerra durante más de una década.

 

 

 

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