Principal

Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

AL FILO DEL NUEVO AÑO

Manuel Parra  Celaya. Mientras el legionario Benavides de Luis del Río y aquel miliciano de García Pavón se turnan -hermanados y depuestos sus fusiles- para hacer guardia de honor en el Belén Celestial ante el Protagonista de la Navidad, Jesús, el Hijo de Dios, contemplo, en esta tierra, mi Pesebre familiar, engalanado con corcho, con musgo y con un molino que gira y con una fuente y un río cuyas aguas fluyen permanentemente.
    Me congratulo de que los hogares de mis amigos y numerosos escaparates comerciales han hecho un corte de mangas a la corrección política laicista y también lucen Pesebres, aunque sin tantos ornamentos, que, en mi caso, quedaban reservados a mis hijos y nietos.
    Pasó la Nochebuena, esa que viene y se va según el popular villancico, pasó el día grande de la Navidad, pero quedan aún fiestas que celebrar en días próximos, especialmente la de los Magos de Oriente con la ilusión de sus regalos a pequeños y a mayores; en tono menor, la despedida del año viejo y el primero de enero, que, además, es el santo de un servidor; no hablo de las inocentadas tradicionales del 28 de diciembre, pues en nuestro tiempo han perdido su vigencia, ya que todos los días nos informan los medios de nuevas -y graves- inocentadas que propicia la clase política.
    ¿Qué van dejando estos días en nuestro corazón? Como siempre, una maravillosa mezcla de alegría y nostalgias inevitables, de recuerdos y de expectativas; entretanto, nuestra razón también ha trabajado duramente -no son incompatibles en absoluto Fe y Razón, nos decía Ratzinger- y no tiene más remedio que aportar su granito de arena a la tristeza que nos causa el panorama nacional e internacional que compone nuestra circunstancia histórica, pero también a la confianza en tiempos venideros.
    Porque, junto a esa mirada, apenada inevitablemente, también se vislumbran caminos de esperanza, algunos de ellos fácilmente visibles y otros presentidos. Por ejemplo, que muchos jóvenes son capaces de abandonar su pasotismo y entregarse a la solidaridad y el servicio ante las desgracias, como ha ocurrido en las devastadas tierras valencianas; que -como decía- nada han podido las soterradas consignas de laicidizar la Navidad, entre ñoñeces y dengues más o menos oficiales; que los fantasmones encaramados en los poderes siguen perdiendo credibilidad entre mis paisanos y en muchos otros lugares de Europa; que muchos españoles vuelven a sentir en sus almarios la convicción de que son tales y que la pesadilla acabará por difuminarse; que nuestros soldaditos destacados en lejanas tierras saben que cuentan con el cariño fervoroso de sus familiares, de sus amigos y de la mayoría de sus compatriotas; que nuestros inmigrantes hispanoamericanos mantienen las esencias de su cercano parentesco con nosotros, y llenan, rechazando la cultura de la muerte,  calles y plazas con sus niños y también con jóvenes sacerdotes nuestras iglesias, para suplir las carencias de nuestros casi vacíos Seminarios…
    En resumen, que nada de lo fundamental está perdido, a pesar de esa nefasta condición inherente al ser humano, que, según la narración mítica, proviene de una maldita sierpe que se coló en el Edén primigenio. La historia seguirá su curso y, sin necesidad de echar la vista atrás, nos deparará, entre inevitables sobresaltos momentáneos, momentos mejores, quizás no para nosotros, pero seguro que para nuestros descendientes.
    El día de mañana, cuando tengan la edad, mis nietos recibirán una educación muy distinta a la que ha llevado al desastre a las aulas actuales; construirán sus conocimientos sobre bases seguras, superada ya la estupidez del constructivismo actual, que pretende partir de la nada para manipular mejor mentes infantiles; posiblemente, también vivirán su tiempo de ocio, no en las calles donde ahora impera la delincuencia y la droga, sino en campamentos al aire libre, en vivencias de camaradería y de sana alegría. Y se volverán a cantar canciones, distintas, por lógica, de las que presidieron mi infancia, pero que transmitirán valores intemporales.
    Descendiendo al momento presente, se anuncia, inminente, un nuevo año, que nos va a traer, seguro, un acrecentamiento de estas y otras muchas esperanzas. No tienen la menor importancia las doce uvas tradicionales, pero muchos confiamos en que la caída de la bola en el campanario del edificio de la Puerta del Sol madrileña nos inaugure nuevos tiempos y nos reafirme en nuestros buenos deseos.
    Mientras tanto, la noche del treinta y uno de diciembre mantendré mis rituales particulares -que algún día expondré a la curiosidad de los lectores- y brindaré “con cava catalán por la unidad de España”, como me escribió una vez un recordado y genial poeta sevillano que se llamaba Aquilino Duque.

Etiquetas:Manuel Parra Celaya