Manuel Parra Celaya. El neologismo “resignificar” que ha empleado el Gobierno para sus trapacerías sobre el Valle de los Caídos -y que parece que han aceptado y asumido algunas jerarquías de la Iglesia Católica- debe entenderse como “nueva significación” o “cambio de significado”.
Es decir, que según estos planes el Valle ya no sería un monumento dedicado a honrar a todos aquellos -y recalco el todos- que ofrecieron su vida por una España mejor, sino una especie de museo de los horrores para olvidarlos y denigrarlos; en el paquete están incluidos los Mártires por la Fe reconocidos por esa misma Iglesia cuyas jerarquías (algunas, todo hay que decirlo) se ponen de perfil ante la profanación de sepulturas o firman sin mucha conciencia, y quizás por intereses, lo que se les pone delante.
Manuel Parra Celaya. Hoy me he despertado con el soniquete de unos versos casi olvidados, y no sé por qué: “Cuando el sable esté enmohecido y el arado reluciente…”; como suele ocurrir, el runrún no cesaba en mi cabeza, pero no recordaba ni su origen ni dónde los había leído, como a menudo nos ocurre tras una noche cargada de sueño y aparentemente vacía de sueños.
Achaqué la causa de mi desconocida, repetida y molesta atención a esas palabras al hecho de haber cedido a la tentación de enterarme de algunas noticias de actualidad justo antes de retirarme al descanso, cosa que, por razones higiénicas y casi médicas, no suelo hacer; si era así, la estrofa podía provenir de un subconsciente algo agitado por las palabras de la neo-belicista Sra. Úrsula Von Der Leyen o por la agria disputa entre las partes del llamado Gobierno español a cuenta del incremento de los gastos de defensa. Claro que tampoco creo que los sables deban llenarse de moho ni los arados reluzcan tanto que denuncien su falta de uso; son perfectamente compatibles trabajo y milicia, ya que ambos cooperan a un bien común…
Manuel Parra Celaya. Leo una noticia intrascendente: la Policía Municipal de una ciudad española denuncia a un ciudadano por dar de comer a las palomas en un parque; con ayuda del inefable Google, me entero de que se trata de una Ordenanza municipal que está en vigor en otras muchas localidades y, concretamente, en Barcelona, la multa por contravenir la ordenanza puede llegar aquí a los 750 euros.
A un servidor le caen bien las palomas, qué le vamos a hacer; no así a mi esposa porque le estropean los tiestos de flores de la terraza, lo que es origen constante de polémicas conyugales. Pero cuando veo a ese inocente animalito vagar por calles y plazas, me retraigo inevitablemente a mi infancia, cuando, en la plaza de Cataluña, los niños gozábamos dándoles las llamadas besses y se nos subían por brazos y cabeza; también, hoy en día, me evocan aquella greguería de Ramón: “Todos los pájaros son mancos”…
Manuel Parra Celaya. El panorama internacional está cambiando a marchas forzadas y a él dirigen su mirada sorprendida todos los analistas, políticos y estadistas del mundo, que, más que apresurarse y mover ficha, contienen la respiración y la mantienen levantada sobre el tablero, preguntándose cuál puede y debe ser su jugada, ya de enroque, ya de ofensiva; como aquí carecemos de esa última especie de estadistas, nos conformaremos con observar a las otras dos, sin confiar mucho en su sagacidad.
La semana pasada les escribía sobre esa realidad maltrecha que se llama Europa, y les confiaba mis ensoñaciones sobre ella, reflejadas en aquella excelente Declaración de París; hoy miro más acá, me ausento de la geopolítica, de Trump, de Putin, de Zelenski , y me vuelvo a volcar en un problema interno español (aunque compartido con otras naciones de nuestra área); aquí lo llamamos la España vaciada, y hasta la fecha no ha habido quienes le pongan el cascabel al gato, aunque han abundado los debates, simposios, foros y paneles desde la España llena, a cual más inútil y verborreico.
…hecha la trampa, dice un viejo adagio de uso extendido entre picapleitos, tramposos y, claro está, entre políticos (y perdonen la redundancia). Quiere decir que, para el avispado, siempre hay un subterfugio legal al que agarrarse, contenido en algún párrafo que el legislador incluyó en su día por error u omisión, y que fue aprobado por el Poder Legislativo en un momento en que Sus Señorías dormitaban más de lo habitual o se mostraban proclives, intencionadamente, al apaño.
Lo más grave y preocupante es cuando se da el caso de que el dicho puede aplicarse a la Ley de Leyes, es decir, a la Constitución, que debe ser el referente obligado para no caer en lo que antiguamente se llamaba contrafuero. Traducido en román paladino: cuando en el texto que organiza jurídica y políticamente una Nación pueden encerrarse gatuperios de tamaño natural; ahora nos explicamos las razones por las que Torcuato Fernández-Miranda se negó a estampar su firma en 1978.
Manuel Parra Celaya. ¡Menos mal que el humor español no amaina y nos sirve de antídoto contra la invasión de simplezas que se pregonan por doquier! ¡Lástima que no tenga grandes efectos sobre la manipulación! Corre ahora por las redes (la he recibido por varios conductos) la versión carpetovetónica del tan recomendado kit se supervivencia ante un presunto conflicto: una maletita lleva de ibéricos; y añaden una coletilla: “Sirve también para mantener alejado el principal y evidente peligro: la islamización”.
Luego está el tema de los búnqueres o refugios… Hasta ahora, nos llegaban noticias de lejanos lugares donde personas y familias, movidas por una prevención que uno juzgaba, poco piadosamente, como enfermiza, ya tenían dispuestos un búnker en el sótano, y en algunas películas se reflejaban conductas de asociaciones o grupos que se estaban entrenando en técnicas de supervivencia ante lo que creían inminencia de un desastre nuclear; el comentario más común era aplicarles el apelativo piadoso de majaretas o el consabido comentario hispano, quizás de raíces estoicas, de “Hay gente para todo…”
Manuel Parra Celaya. Una de las grandes paradojas de nuestro tiempo estriba en que, junto a la prédica constante de la libertad sin límites y la consiguiente ocultación de la noción de responsabilidad, nunca la sociedad había estado tan constreñida por las prohibiciones.
Una gran mayoría de estas tienen duro carácter coercitivo y vienen publicadas en las numerosas normas, decretos, leyes y reglamentos que cada Poder Establecido aplica en el ámbito que le ha sido encomendado; no es extraño que vengan seguidas, sin solución de continuidad, de multas, sanciones, penas o castigos en general a que puede llevar su incumplimiento; se extienden, así, a todos los campos, y sus fundamentos los podemos encontrar fácilmente en las Ideologías Oficiales, que tienen la característica de transformar las ocurrencias en verdaderos dogmas inapelables.
Manuel Parra Celaya. Hace exactamente un mes (9 de febrero), mi articulo “Hecha la ley…” pretendía reflejar lo que ahora ha visto la luz y suscita un debate político (efímero como todos) sobre la posible constitucionalidad o no, sobre la conveniencia o sobre la utilidad -esto último para Sánchez y Puigdemont- de echar mano del artículo 150.2 de la Constitución para hacer mangas y capirotes del 149.
Me temo que la polémica actual se disolverá como un azucarillo en un vaso de agua, como pasó con aquel rasgar de vestiduras ante la amnistía y, en general, ante todos los chanchullos y trapacerías, sean judiciales, económicos o eróticos con que nos informan a diario algunos periódicos aún no controlados; seguro que el Sr. García-Page amagará alguna que otra firme discrepancia, y aquí paz y después gloria, incluso de podrá contar con la aquiescencia de la Oposición para algún retoque de la futura Ley Orgánica.
Manuel Parra Celaya. Muchas veces he repetido, y en estas mismas páginas, que me siento profundamente un ciudadano europeo, pero no porque me lo digan desde Bruselas, sino como versión actualizada de aquella ciudadanía romana de la que blasonaba con razón don Eugenio d´Ors. Y también he parafraseado a otro maestro, don José Ortega y Gasset, al soñar con que el Viejo Continente llegara a ser un proyecto sugestivo de vida en común, mas no de acuerdo con aquello de que España es el problema y Europa la solución, porque, hoy en día, tanto una como otra son un problema en sí mismas.
Pero lo cierto es que los ensueños personales poco tienen que ver con las crudas realidades, y este convencimiento tiene mucho que ver con la actual Unión Europea, que solo sirve para aumentar día a día el número de los euroescépticos, que prefieren, en su lógica, ensimismarse en los estrechos límites de los nacionalismos y enrocarse en las limitadas perspectivas de sus respectivos Estados.
Manuel Parra Celaya. Así reza una expresión popular, creo que de origen norteamericano, en alusión a que todas las familias guardan secretos casi inconfesables, que tratan de que permanezcan ocultos incluso a lo largo de las generaciones; este ha sido el tema recurrente de novelas y películas, pero parece que de nuevo la realidad supera a la ficción.
Podemos ampliar su aplicación, y aventurar que igual sucede con todos los grupos humanos, estén o no unidos por lazos de sangre: los partidos políticos, las naciones y no digamos de los bandos en guerra abierta. No se escapan de esta aseveración todas y cada una de las confesiones religiosas (¡y, por favor, no solo la Iglesia Católica!) que, o bien llevaron sus creencias a fanatismos, o cometieron atrocidades sin cuento; es sintomático el ejemplo de los sacrificios humanos en un pasado más bien remoto, como el caso de la religión azteca, a las que puso fin la espada de Cortés y que el señor López Obrador y su heredera se empeñan en silenciar. Claro que hay que tener en cuenta la mentalidad de esos tiempos, el contexto sociocultural en que se produjeron, es decir, la circunstancia, y es absurdo mirar el pasado con las gafas del presente.