Manuel Parra Celaya. Me van a permitir los lectores que haga omisión de la efemérides de este domingo -6 de octubre-, y no recurra a mis humildes conocimientos de historia por ser poco democráticos; me refiero, claro está, al golpe de Estado que protagonizaron socialistas y separatistas catalanes contra la legalidad de la II República. No quiero caer en cancelaciones por evocar memorias non gratas, de forma que voy a centrarme en un tema más actual, concretamente en el antiespañolismo visceral y estúpido que recorre alguno de nuestros países hermanos más allá del charco.
Manuel Parra Celaya. Las fiestas patronales con fecha señalada están perdiendo el adjetivo patronal para quedar reducidas, simplemente, al sustantivo que anuncia unos festejos anuales, que podrían celebrarse en cualquier día del año u ocasión. De este modo, en la memoria del ciudadano, especialmente de los más jóvenes, se va borrando sistemáticamente la razón por la que se ocia en el trabajo, se propicia un buen puente para una escapada o se engalanan edificios oficiales. Viene dada esta situación por el empecinamiento del Sistema -más allá de su adscripción en izquierdas o derechas-, encarnado en los Consistorios en este caso, en confundir aviesamente la no confesionalidad del Estado, según el artículo 16.3 de la Constitución, aun supuestamente en vigor, con el puro y duro laicism
Manuel Parra Celaya. Un par de lectores me han echado en cara que falté a mi cita con ellos la semana pasada; efectivamente, y lo siento, pues estaba de viaje por las bellas tierras de Soria, donde se puede comprobar, en vivo y en directo, la situación de esa España vaciada que causa desazón a una mayoría sensibilizada de españoles, entre la que no se encuentran, por supuesto, las clases políticas. No fue óbice para las reflexiones sobre este vacío una obligada visita al Raso de la Nava de Covaleda, por aquello de ceder un punto a la nostalgia, sentimiento que será fácilmente entendido para los miles de ciudadanos que convivieron, en su juventud, bajo la lona en aquella “catedral de los campamentos”; un recuerdo agradable ha quedado, según varios testimonios, entre los vecinos de la localidad, pero este es otro tema distinto, que dejo para otra ocasión.
Manuel Parra Celaya. No sé en qué habrá acabado el tema, pues la noticia es de hace unos días y, francamente, no he sido capaz de perseguirla ni en prensa ni en redes sociales: dos juzgados de Bilbao habían marcado con unas pegatinas a unos presuntos (y recalco el término, de tanto uso actualmente, incluso ante delitos flagrantes) acusados de violencia machista. Ahí me quedé, y pido disculpas a los lectores por si se trataba de una fake news o, de ser cierta la información, se enmendó a tiempo la medida supuestamente cautelar de esos juzgados. En todo caso, quede como anécdota, pero lo suficientemente significativa para reflexionar sobre la actual cultura de la cancelación (“cancel culture”, en el inglés original de los EE.UU., de donde proviene el wokismo), sus exigencias y sus medidas inquisitoriales; ya está implantado en casi toda Europa y, por supuesto, en España, que acostumbra a ser el laboratorio de pruebas.
Manuel Parra Celaya. El totalitarismo democrático no solo afecta al ámbito de la política en su estricto sentido, sino que invade, cada vez más, la esfera de lo personal, de la intimidad incluso, y, por supuesto, del lenguaje y del pensamiento; recordemos que este viene condicionado por aquel, y no a la inversa: lo que decimos ha pasado previamente por esa especie de censura social y nuestro cerebro se ve constreñido por el uso de los términos que empleamos y por el rechazo de los que nunca pronunciamos por el influjo de esa censura.
Manuel Parra Celaya.
A diferencia del común de los mortales, me suelo fijar en las pintadas callejeras, no tanto por razones estéticas, cuando las hay, como sociológicas, para intentar entender el mensaje que pretenden transmitir a otros. Creo que ya comenté una vez que me sorprendió una que llevaba la firma inequívoca de la “A” anarquista: No parar hasta conquistar, lo que indicaba un tremendo despiste -¿o no?- del ácrata del rotulador; ante otra del mismo signo ideológico no pude menos que expresar aquiescencia (estaba un servidor en sus años mozos): Sin mujeres, no es posible la revolución.
El otro día mereció por mi parte una serie de reflexiones otra pintada, repetida en varias fachadas: La emigración es un derecho, el turismo es un lujo. Traslado a los lectores un resumen de mis meditaciones, por si alguno desea entrar en amigable polémica al respecto.
Manuel Parra Celaya. En mi artículo de la semana anterior, atendí a lo trascendente y tiré por elevación; reflexioné en voz alta -aunque sosegado, como dije- y me centré en las últimas y más profundas razones del hecho. Hoy, por el contrario, aunque persiste la serenidad, me he propuesto reírme de lo acontecido en el carnaval callejero-policíaco de la escapada de Puigdemont; primero, porque la vis cómica es siempre más saludable al cuerpo y al espíritu, y, segundo, por intentar evitar que otros se rían de mí, tal como lo están haciendo con muchos conciudadanos.
Manuel Parra Celaya. Como ya habrán advertido los sagaces lectores por el título de este artículo, casi literalmente plagiado del genial Gonzalo Torrente Ballester -junto a cuya efigie tuve el honor de tomar un café en la Plaza Mayor de Salamanca hace pocos días-, mi indignación inicial se debía al número circense protagonizado, al alimón, por el prófugo de Waterloo y las Fuerzas de Seguridad autonómicas; y todo ello bajo la espesa capa de silencio de los normalmente locuaces ministros, portavoces y consejeros de La Moncloa. El resumen del sainete es conocido por todos a estas alturas: el fugado entra en España impunemente, tras varios años en que se puesto de manifiesto la insolidaridad europea y la animadversión hacia nosotros de la judicatura de varios países de la Unión; el mencionado prófugo de la justicia española anuncia públicamente sus intenciones urbi et orbi, y las cumple sin que aquí se mueva ni un servicio de -llamémosle- inteligencia; claro que no es difícil la jugada, cuando no existen fronteras y otros muchos delincuentes se aprovechan a diario de esta situación; actúa en un breve mitin callejero, en un escenario montado ad hoc, ante sus fanáticos seguidores…y desaparece cual nuevo Houdini.
Manuel Parra Celaya. La horterada parisiense del acto de inauguración de los Juegos Olímpicos se vio implacablemente trufada de lo queer y de wolkismo por obra y gracia, dicen, de un tal Thomas Jolly, inspirador y creador de la escenografía. Como no podía ser menos, incluía una mofa de la religión, pero no de una cualquiera, sino en concreto del Catolicismo, a lo que ya estamos acostumbrados en esta sucursal de la postmodernidad que algunos nos empeñamos en seguir llamando España. Al parecer, Monsieur Jolly no tiene redaños para hacer escarnio de las otras religiones del Libro, porque sus respuestas a las provocaciones blasfemas suelen ser mucho más contundentes, como la propia Francia experimentó en sus carnes hace unos años.
Manuel Parra Celaya. Reciente la festividad, jornada laborable en muchas Comunidades, me pregunto cuántos españoles han sido conscientes, ese día, de su patronazgo en esta época convulsa y extraña que nos toca vivir.
Bien mirado, poco le importa a un servidor que el Apóstol Santiago estuviera o no dando mandobles en la batalla de Clavijo, según ironía de José Antonio Primo de Rivera, como burla amable a unas derechas que, llenándose la boca de referencias del pasado lejano y de leyendas piadosas, se desentendían de las necesidades perentorias del pueblo español. Sobre Santiago, me basta con saber que era uno de los hijos del Trueno, discípulo predilecto de Cristo, predicador del Evangelio, primer mártir por esa causa y que entró por esos méritos en el santoral; con el importante añadido temporal que es el Patrón de España y de la Caballería española.