Manuel Parra Celaya. “La violencia es la razón exasperada”, dejó dicho Ortega en su época. ¿Se debe a la razón la violencia que parece crecer, día a día, en la España de 2014, entre cuestiones supuestamente personales, “escraches” y asonadas callejeras? Más aun, ¿se debe a la exasperación -que implica espontaneidad- por las medidas restrictivas ante la crisis? Mi respuesta es negativa en los dos casos.
Manuel Parra Celaya. El pasado sábado fui testigo sorprendido de una pequeña manifestación en Barcelona de un grupo de, al parecer, nigerianos, que clamaban, entre eslóganes y cánticos, por las más de doscientas niñas de su nacionalidad a quienes el llamado por la prensa “sector radical” Boro Haram secuestró de su colegio en la localidad de Chibok.
Manuel Parra Celaya. Ya arrancó la campaña para las elecciones europeas, aunque, de hecho, ya había comenzado hace varias semanas sin necesidad del pistoletazo de salida oficial. Todos los comentaristas coinciden en que los partidos mayoritarios -eufemismo para no decir “bipartidismo consagrado”- la utilizarán para sus diatribas domésticas, como un ensayo para próximas contiendas electorales y mediante el original procedimiento del “ventilador”, es decir de echar la mayor cantidad posible de (con perdón) mierda sobre su contrincante.
Manuel Parra Celaya. Todos los educadores estamos de acuerdo en que una de nuestras tareas prioritarias -una de ellas- consiste en dotar al educando de las necesarias habilidades y técnicas para que sea capaz de llevar a cabo el aprendizaje por sí mismo. Hasta aquí, santo y bueno.
Manuel Parra Celaya. No puede calificarse de tardío el reconocimiento universal a la obra de Gabriel García Márquez, quien recibió merecidos laureles en vida por su aportación impresionante a la literatura hispánica; se ha ponderado su genialidad como escritor, como creador de mundos de ficción, como discípulo de Cervantes… Comparto plenamente los elogios vertidos, pero dejo para plumas más avezadas que la mía a la crítica literaria su ampliación.
Manuel Parra Celaya. La alegría y la paz interior de este domingo de Resurrección han estado a punto de verse alteradas por la costumbre de ver y oír las noticias por televisión, eso que nuestros mayores llamaban el parte, por reminiscencias de una ocasión bélica que ojalá no vuelva a repetirse. En este caso concreto, se ha tratado de la celebración del Aberri Eguna, apoteosis de la mitología del nacionalismo vasco; un líder del PNV, cuyo nombre lamento mucho no haber recordado, vociferaba que “España ya no es una”.
Manuel Parra Celaya. No envidio la labor del historiador, especialmente cuando se campo de acción se centra en la época contemporánea. Además de atenerse a la posible deontología que exige su profesionalidad (búsqueda de fuentes y datos, fidelidad, interpretación de los mismos con criterios científicos, máxima objetividad, variedad de enfoques…), debe velar porque el resultado de sus trabajos sea acorde con las verdades oficiales y no se aparte ni un ápice de las instrucciones.
Manuel Parra Celaya. Las Naciones-Estado -España en nuestro caso- no son patrimonio ni de una dinastía ni de un gobernante, pero tampoco lo son de una generación determinada, que, seducida por los sofismas de una oligarquía, puede hacer mangas y capirotes del esfuerzo (y de la sangre) de sus antecesores. Ni una parte de una Nación -Cataluña en mi caso- puede atribuirse ese derecho divino de romper una unidad de siglos, ni el conjunto de todos los españoles tendría legitimidad histórica y ética para aprobarlo en su caso, por mucho que lo proclamen constituciones, parlamentos y gobernantes, siempre transitorios, de esa nación.
Manuel Parra Celaya. La semana pasada centraba mi artículo en la escenificación del número de los verificadores, que probó una vez más que el PNV sigue recogiendo las nueces. Reconozco que quizás me excedí en mi opinión sobre esos personajes, pero es que uno está muy quemado en todo lo que afecta al separatismo, sea en forma terrorista y violenta, sea de guante blanco, traje y corbata de seda, sea de sacristía.