Manuel Parra Celaya. De vez en cuando sucumbo a la tentación de repasarme libros leídos y casi olvidados de mi copiosa biblioteca y dejar de retén el rimero, también considerable, de las últimas adquisiciones pendientes de lectura. No creo que ello obedezca al mismo criterio del Borges anciano acerca de que, por su ceguera física, seguía leyendo en la memoria, leyendo y transformando, textos de otras épocas; por el contrario, estoy permanentemente abierto a nuevas aportaciones bibliográficas, en la firme convicción de que el pensamiento humano -a pesar de las apariencias- no se ha detenido y avanza.
Manuel Parra Celaya. Las etiquetas políticas van camino de desaparecer, para quedar como una antigualla de museo. Esto puede gustarnos o no, pero es una evidencia en nuestro mundo occidental, por lo menos desde que los indómitos trabajadores franceses votan a Le Pen, Wall Street apoya con armas y bagajes esa curiosa antropología de género representada por la señora Hilaria y la radical C.U.P. va del bracete con los senyors Esteve de la ex Convergencia, experta en recortes.
Manuel Parra Celaya. Ya no tienen razón de ser los viejos chistes que ironizaban sobre la holgazanería y la negligencia de las municipalidades y otras administraciones españolas. Por el contrario, actualmente se les acumulan los trabajos, que acometen sin descanso, las agendas de sus cargos y consejeros están ahítas de urgencias y, por qué no reconocerlo, se despepitan por servir a los ciudadanos y a sus necesidades más apremiantes
Manuel Parra Celaya. Vengo manteniendo que los políticos elegidos mediante sufragio suelen responder fielmente a las expectativas de sus electores; no se trata, no, de que aquellas cumplan sus promesas de campaña, ingenuidad de que la nos liberó explícitamente el profesor Tierno Galván, sino de que sus personas son algo así como el paradigma de quienes han depositado el voto con su nombre.
Manuel Parra Celaya. Los gurús de las estadísticas nos han venido bombardeando desde el día 11 sobre si el número de manifestantes separatistas había decrecido o no con respecto a años anteriores; son los mismos que, tras un escrutinio electoral, se apresuran a pontificar sobre los votos desplazados, de dónde proceden y cuáles han sido las causas que han empujado a los ciudadanos a cambiar sus inclinaciones. Los titulares de los periódicos colaboran eficazmente, según sus tendencias o las subvenciones que reciben, destacando avances o retrocesos de lo que, en lenguaje políticamente correcto, denominan Independentismo o constitucionalismo.
Manuel Parra Celaya. Creían los antiguos que el destino de los individuos y de las colectividades estaba escrito en los astros. Decimos los cristianos que Dios, aunque siempre está presente en la historia, ha concedido a unos y a otros la libertad, y que no existen determinismos de suerte alguna. Así, cada ser humano y cada nación llevan a cabo su camino en el tiempo siempre en busca de unas metas – espirituales y materiales, culturales y políticas, económicas y técnicas.
Manuel Parra Celaya. Creíamos que eso de remover sepulturas y airear su macabro contenido había quedado para las películas gore y las series criminológicas de televisión, que compensan la truculencia de unas imágenes con bellas agentes de policía; o que, en nuestra historia, quedaba soterrado en las páginas más terribles de nuestro siglo XX, con las fotos de exhumaciones y consiguiente exposición al público de restos humanos en Las Salesas de Madrid o en los Maristas de Barcelona. Lamentablemente, la necrofilia parece formar parte de actuales programas políticos, como se puede desprender de las intenciones del Ayuntamiento de Pamplona.
Manuel Parra Celaya. La alargada sombra de la distopía que plasmó la pluma de Orwell sigue cayendo sobre la España actual. Los ministerios de la verdad pretenden borrar o cambiar la historia; los ministerios del amor están consiguiendo reimplantar la planta odiosa de los rencores dormidos y los odios apagados. En el sopor de este verano, hacen entretanto su necio trabajo los genios de la dispersión que se esconden en cada pequeña aldea; todo ello, ante una indiferencia muy generalizada o la cansina rutina de protestas oficiales y democráticas y amagos de amenaza de medidas jurídicas que, todo sea dicho, se la trae al pairo a los secesionistas.
Manuel Parra Celaya. La portavoz del Gobierno informaba de la decisión de que tomara inmediatas cartas en el asunto la Fiscalía del Estado, que yo he traducido verbalmente -con sonrisas de aprobación de los comensales de la mesa vecina- de curar un cáncer con tiritas; omito pudorosamente el resto de mis comentarios por respeto al lector estival. Acabado el café con cierta prisa, he salido al aire libre -en sentido literal y no poéticamente político- y, cosa curiosa, por asociación de ideas, me ha venido a la mente una anécdota que explicaba mi profesor de Historia de bachillerato, de cuya exactitud y rigor no respondo (no tengo mi biblioteca al alcance), pero, en todo caso, relacionada con mis pensamientos del momento. Allá por el mil trescientos y pico, el rey Pedro IV de Aragón, enfrentado a los nobles insumisos en la batalla de Épila, rasgó con su punyalet, el documento del Privilegio de la Unión, que concedía amplios poderes a aquellos; en su ímpetu, se propinó una herida en la mano.
Manuel Parra Celaya. Me da la impresión de que un hado inmisericorde pero europeísta me empuja a volver a escribir esta semana sobre la Rubia Albión, sin que existiera intención premeditada por mi parte; me refiero a la difusión del Informe Chilcot, que pretende poner en revisión la última guerra del Golfo; aclaremos: no la primera, la que organizó Busch padre, perfectamente asumida por el PSOE en el gobierno de España, con el correspondiente envío de barcos de guerra nacionales, y por los progres en las calles y plazas.