Peregrina a ningún lugar
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Manuel Parra Celaya.
Creían los antiguos que el destino de los individuos y de las colectividades estaba escrito en los astros. Decimos los cristianos que Dios, aunque siempre está presente en la historia, ha concedido a unos y a otros la libertad, y que no existen determinismos de suerte alguna. Así, cada ser humano y cada nación llevan a cabo su camino en el tiempo siempre en busca de unas metas – espirituales y materiales, culturales y políticas, económicas y técnicas- que llegan a configurar su particular misión; la más elemental, a modo de premisa mayor, es encontrar los parámetros necesarios para la convivencia, las condiciones idóneas de vida en común, los individuos siempre en relación al otro y las naciones, igualmente, en referencia a las restantes del universo.
No es ajeno a esta idea el símbolo de la peregrinación: el hombre transita en la tierra hacia sus metas inmanentes y trascendentes; los grupos humanos igualmente adoptan la esclavina como vestimenta y se apoyan en bordones y se convierten en peregrinos para sus relaciones de alteridad con otros pueblos, configurando lo que alguien definió magistralmente como unidades de destino en lo universal.
Sin embargo, cualquier peregrino puede errar el camino; desorientado, da vueltas sin sentido y emplea jornadas y jornadas sin encontrar las señales que le orienten, cayendo de esta forma en el cansancio y, aun, en el agotamiento; este cansancio ya se ha producido en el pueblo español con respecto a la política. Me dicen los medios estos últimos días que se están dando síntomas de aproximación entre los partidos en litigio, en este largo recorrido hacia una posible investidura que proporcione a España unos mínimos de gobernabilidad, tras dos comicios en que se demostrado suficientemente la dispersión de los ciudadanos y, por ende, la de todo el cuerpo nacional para encaminarse hacia el cumplimiento de unas tareas históricas.
Se suceden ahora las estrategias sibilinas, las jugadas mal llamadas maquiavélicas- para llevar el agua a cada molino. Acaso el final del verano nos depare la noticia de que es posible que algunas manos sostengan el timón. De momento, España sigue siendo una peregrina a ningún lugar. Se me ocurre, con todo, que esta situación no es más que una prolongación de un largo proceso de esterilidad histórica; otros pueblos europeos, con los vaivenes lógicos de las circunstancias políticas, no tienen dudas en cuanto a lo fundamental en su peregrinación en la historia: su propia identidad como tales pueblos y las constantes básicas de su tradición hermanada con el necesario y natural progreso.
Nosotros no. Parece que no sabemos quiénes somos con seguridad y no cesamos de darle vueltas a nuestra diletante identidad: lo local sigue prevaleciendo sobre el conjunto; cada pequeña aldea se afirma en su individualidad, procurando que sea lo más discordante posible con respecto a la localidad vecina y a la totalidad; surgen voces vergonzantes o interesadas para que predomine lo exótico adversario frente a lo heredado, en clara actitud suicida. Y, como consecuencia, se nos han desdibujado radicalmente, no ya aquellos posibles signos en los astros, sino las convicciones esenciales de que caminamos juntos hacia algún lugar determinado. Nuestra peregrinación como nación, insisto, es hacia ningún lugar.
Y es que hemos confundido los términos y todo este panorama lo consideramos como un producto natural de la democracia, cuando esta no es más que un método para convivir y participar en concordia y libertad y no un resorte disolvente que nos invita constantemente a renunciar a nuestra condición de españoles en la historia; la democracia debe ser un sistema político -dicen que el menos malo de los sistemas- que lleve a una vida de convivencia pacífica y acorde, no un instrumento que, en manos de electores y elegidos irresponsables, perpetúe la desorientación vital de un pueblo. Esto no es un impase. Sino una consecuencia de un error de planteamiento inicial; la rectificación es posible, pero costosa y difícil. Pero todo lo bello y lo bueno ha sido gloriosamente difícil a lo largo de nuestra historia, y, entre dificultades, en muchas ocasiones los españoles hemos demostrado que somos capaces de afirmarnos en nosotros mismos y caminar, juntos, hacia las metas de nuestra peregrinación en la historia.