SOSIEGO TRAS LA VEHEMENCIA
Manuel Parra Celaya. Pues no voy a ser menos. He leído bastantes artículos sobre la moción de censura y me doy cuenta de que aún colea, en contra de las opiniones despectivas suscitadas a priori, y ahora me toca a mí escribir sobre el tema. Empezaré diciendo que, en contra de mi costumbre, seguí con interés las intervenciones, especialmente la del candidato, que era el único que tenía algo de interés que decir a Sus Señorías y a una buena parte de los españoles pensantes. De don Ramón Tamames se puede discrepar con elegancia, pero no desde la estulticia, esa que sobreabunda en el hemiciclo. Como ya es conocida suficientemente su intervención, me limito a formular, desde el sosiego, una síntesis muy personal de mis pensamientos, una vez pasada la vehemencia, producto de la indignación que me causó escuchar a sus oponentes. Acudo a un modo casi telegráfico para informar al lector de mis impresiones.
Los niños y jóvenes de este momento -generalizando quizás injustamente- son los que más sufren este choque del relativismo
Manuel Parra Celaya. No creo que nunca podamos acostumbrarnos a que en todas las cabeceras de los informativos de la televisión o en nada recónditas páginas de los periódicos nos lleguen noticias alarmantes sobre niños y jóvenes como protagonistas de delitos o de suicidios. Lo primero que se nos ocurre estos hechos van a contra la propia naturaleza de esas edades, que podrían tener alguna explicación -no justificación- en un mundo de adultos desquiciados, pero nunca en momentos en que la vida, quizás de un modo algo tópico, se abre a un cúmulo de expectativas y de ilusiones.
Salvador Sostres y “Tres taras catalanas”
Manuel Parra Celaya. Puede ocurrir que mi habitual sentido del humor esté en horas bajas, porque no me hacen ni siquiera sonreír aquellos textos que, en clave de ironía y/o sarcasmo, tocan aspectos que considero importantes para mí; así, las burlas de doble y amable lectura que menosprecien España en su totalidad o en alguna de las tierras que la integran. Por supuesto, no de dejado de entender la intención antiseparatista de un asiduo colaborador de ABC, Salvador Sostres, catalán él, pero que, con el título de “Tres taras catalanas” publica un artículo en ese rotativo, que pretende ser sátira político-sociológica, pero que se convierte en munición para el adversario al que pretende ridiculizar.
“Libertad u obediencia: repensar la democracia” con el patrocinio de Ada Colau y el gobierno de España
Manuel Parra Celaya. Se suele hacer propaganda con carteles suspendidos de las farolas municipales, tanto la de tipo institucional, pura y dura, como de actividades culturales subvencionadas desde los fondos públicos. Así, durante un plácido paseo dominical, me fijo en una pancarta anunciadora que lleva el sugestivo título para un curso de filosofía de “Libertad u obediencia: repensar la democracia”. Las entidades patrocinadoras o convocantes son, nada menos, el Ayuntamiento de Barcelona y el Gobierno de España, razón por la cual se me enfrían los ánimos y declino de antemano mi presunta asistencia.
La inmersión linguistica de los sacerdotes de origen hispanoamericano y africano
Manuel Parra Celaya. Hace poco, he visitado a fondo una localidad catalana de gran tradición histórica, artística y religiosa, guiado por unos amigos nativos; en referencia al último aspecto mencionado de esa tradición, me han contado la presencia de sacerdotes de origen hispanoamericano y africano en sus parroquias, debido a la carencia casi absoluta de autóctonos, y, por supuesto, de vocaciones a lo divino entre los jóvenes. Curiosamente, a estos sacerdotes de importación se les hace pasar, obligatoriamente, desde el Obispado por una inmersión lingüística, con el fin de que su idioma de culto, oración y prédica sea exclusivamente el catalán. Por otra parte, el número de fieles del lugar ha descendido en picado y predominan los emigrantes del mismo origen de los sacerdotes, pero, al comprobar que estos celebran y hablan en una lengua que desconocen o entienden mal, también dejan de acudir a las iglesias. Eso sí, en esa localidad ha crecido de forma exponencial los fieles de una gran mezquita, generosamente subvencionada desde fuera y desde dentro de nuestras fronteras…
Lo “políticamente correcto” ha dejado de ser una anécdota
Manuel Parra Celaya. La prohibición como fórmula, el decretazo como arma, la sanción social como ostracismo para los disidentes. Esta es la atmósfera en la que estamos inmersos todos los ciudadanos occidentales y, en concreto, los habitantes de este laboratorio de pruebas del Pensamiento Único y sus Ideologías, que se llama España. Una anécdota sin importancia ha suscitado estas líneas: recientemente, fui invitado a un evento (ahora, todo son eventos) que se celebraba en un local cedido por una Administración pública; los convocantes sugirieron, para hacer más amigable y simpática la ocasión, que el acto finalizara con un aperitivo, cuyos componentes prácticos fueran aportados por los asistentes; inmediatamente, la susodicha Administración avisó, de forma terminante, que de ningún modo se podrían aportar bebidas alcohólicas, incluyendo la cerveza; ha de añadir que todos los posibles asistentes eran adultos y algunos algo más que eso. He aquí como hube de conformarme con un pincho de tortilla de patata acompañado de una limonada…
Las cartas con explosivos caseros enviadas a embajadas y a La Moncloa eran de un jubilado pro soviético
Manuel Parra Celaya. Un nuevo ridículo, que, al parecer, está pasando casi de puntillas o desapercibido para los medios subvencionados y obedientes, y para la inmensa mayoría de los ciudadanos ilusos. Nada de trama del odioso Putin, nada de una conspiración terrorista de largo alcance, con hilos en los medios de inteligencia en conflicto, contra Ucrania y sus valedores, empezando por el anciano Biden. Las cartas con explosivos de elaboración casera que llegaron a varias embajadas (¡y a La Moncloa!) fueron enviadas por un jubilado añorante de los mitos de la extinta Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, cuyo reloj histórico dicen que estaba parado en los tiempos de Lenin o de la Pasionaria.
Pasto constante de la dictadura del miedo
MANUEL PARRA CELAYA. Si las mejores palabras sobre el amor se encierran mejor en los endecasílabos del clásico Garcilaso de la Vega (“por vos nací, por vos tengo la vida”) que en las Rimas del romántico Bécquer, pueden encontrarse lo que son acaso excelentes guías para las ideas y los valores en otro soneto clásico de nuestra época, como es el inmortal Envío de Ángel María Pascual. El templo de la Sagrada Familia de Barcelona sigue luciendo en uno de sus inacabados pináculos una refulgente estrella, que ya ha sobrevivido a dos Navidades y a ciertos reparos del Ayuntamiento. La puedo ver brillar en cada anochecida y su simbolismo viene a ser para mí similar al que me sugiere, cada verano, al circular por la M40 en dirección a Ávila y Salamanca, la monumental Cruz del Valle de los Caídos que preside la sierra madrileña. En ambos casos -la Estrella y la Cruz-, pongo los ojos arriba, como dice el último endecasílabo del soneto del poeta navarro.
Para el Pensamiento Único, prevalece siempre la opinión del filósofo de la Escuela de Frankfurt y nunca la de Ratzinger
Manuel Parra Celaya. Comprobamos a diario que han dejado de tener validez social las categorías permanentes de razón, es decir, aquellas verdades que deben estar por encima de modas, opiniones e ideologías políticas. Este es uno de los fundamentos esenciales del Liberalismo desde su nacimiento histórico, perfectamente asumido por el actual neoliberalismo: la voluntad general, interpretada como la voluntad de la mayoría, y esta concretada en los pactos electorales o poselectorales de los partidos políticos, impone sus criterios considerados como dogmas de los que, como tales, no es lícito discrepar, a riesgo de caer en el ostracismo y el repudio.
¿LASTRE O TESORO?
MANUEL PARRA CELAYA. ¡Hay que ver la cantidad de objetos, recuerdos, trebejos y chismes que llegan a acumularse en un domicilio particular! Los que ya contamos algunos años en nuestro haber -vamos a llamarle, piadosamente, que hemos llegado a una edad madura- hemos ido guardando celosamente elementos que han significado o siguen significando para nosotros evocaciones constantes de distintos momentos de nuestra vida; esa acumulación no sabemos, a veces, si se debe a su posible utilidad o responde a una mera nostalgia. No es extraño que su persistencia entre nosotros sea origen de amables discusiones con la cónyuge respectiva en pro de su permanencia o desaparición…