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Diario YA


 

el Bien Común han desaparecido de ideologías y programas

DOS CABEZAS BAJO EL MISMO SOMBRERO

Manuel Parra Celaya. En los últimos años universitarios, opté por cursar una asignatura que llevaba el sugerente título de Pedagogía empresarial, confiando en que en ese mundo de la empresa, desconocido prácticamente para mí entonces, se me abrieran algunas perspectivas sociales prometedoras, compatibles con mi vocación educativa.
    Un engolado y joven profesor vino a echar por tierra mis expectativas ya en la presentación de la materia, al anunciar que explicaría la interpretación materialista de la historia en Carlos Marx, con hincapié en su vertiente dialéctica; avisó que toda versión que diéramos basada en el Bien Común sería desestimada en trabajos y exámenes. Aún me pregunto qué tenía aquello que ver con la pedagogía y con el mundo empresarial.
    Si la memoria no me falla, eso ocurría en 1972, por lo tanto en los epílogos del franquismo, por lo que deduje que estaba en presencia de un auténtico propagandista, nada sumergido en la clandestinidad, que pretendía un adoctrinamiento; permanecí atento a sus clases, y mis preguntas e intervenciones se centraron en el ámbito del sindicalismo histórico, que confesó paladinamente que desconocía en absoluto. Aprobé la asignatura, sin embargo, y perdí de vista al profesor de marras, sin haber añadido muchos conocimientos a los que ya tenía sobre las teorías de Carlos Marx.
    Con esta anécdota universitaria no trato de informar de algo ya muy sabido: las aulas estaban, ya en el Régimen anterior, minadas por los “intelectuales orgánicos”, en la terminología gramsciana; y tampoco quiero quitar todo mérito a la figura, en parte torva y en parte atrayente, del economista y filósofo de Tréveris, que acertó en muchas de sus críticas y erró en sus fundamentos y predicciones.
    Y he aquí que observo hoy en día que, curiosamente, el materialismo es común a todas las formaciones políticas del Sistema, pues las teorías -de base aristotélica y cristiana- del Bien Común han desaparecido de ideologías y programas, no solo en la izquierda, ahora sumida en defensa de los identitarismos y no de la clase trabajadora, sino también de la derecha, cuyas motivaciones y planteamientos quedan reducidos al campo de lo económico, con casi exclusión de todo lo demás.
    En primer lugar, se omite cualquier mención sobre lo espiritual y trascendente de la vida del ser humano, que queda encerrado en la  esfera de la intimidad más recóndita, sin la menor expresión y repercusión en lo público; en segundo lugar, se relega el concepto de patria a lo estrictamente jurídico y legal, sin el menor asomo de pasión patriótica que sobrepase los términos estrictamente constitucionales, por lo que los términos “país” o “Estado español” sustituyen casi siempre al rotundo y claro concepto de España; por supuesto, los separatismos nacionalistas solo son vituperables si encarnan una desobediencia no democrática a las leyes vigentes; la defensa de la institución familiar brilla por su ausencia, y, por supuesto, no se contradicen las aberraciones antropológicas y éticas admitidas por el “consenso” (es decir, por la estrategia de la Ventana de Óverton). La posverdad es democrática, y la Verdad siempre sospechosa…
    El juego partidista se centra entonces para el ciudadano en la teoría del mal menor; las preferencias electorales deben ajustarse exclusivamente al patrón dado, y aquel, igualmente embebido en la mentalidad del Sistema, debe elegir entre supuestas opciones cuyos fundamentos son exclusivamente materialistas y economicistas. Aquella prédica del profesor universitario mencionado ha triunfado y excluye automáticamente otras opciones, que, en lugar de estar suspendidas, como entonces a sus alumnos, son ahora canceladas. Claro que le queda al ciudadano el morbo de los escándalos financieros o sexuales de los protagonistas de la vida pública para entretenerse…
    El fondo de este predominio del materialismo debe buscarse en las raíces económicas del Sistema, es decir, en el neocapitalismo, que, si bien ha evolucionado desde sus primeras etapas manchesterianas, mantiene sus fundamentos en la práctica, similares a los de la teoría marxista, que dice ser su oponente. Alguien denominó, hace algún tiempo, a este materialismo derechista y conservador como “el bolchevismo de los privilegiados”.
    Evidentemente, las previsiones de Carlos Marx sobre la autodestrucción del sistema capitalista quedaron en meras utopías, y eso que arrastraron a mentes muy preclaras europeas en su seguimiento. Pero quedó permanentemente instalado su enfoque materialista, ese mismo que hace que nuestros políticos de diestra y siniestra se lancen a competir exclusivamente en presentar estadísticas y cifras macroeconómicas, con absoluto desprecio de las carencias reales del ser humano, tanto en sus necesidades inmanentes -vivienda, alimentación, cultura..- como en su dimensión trascendente, cuya expresión pública resulta inconveniente.
 

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