Manuel Parra Celaya. Así reza una expresión popular, creo que de origen norteamericano, en alusión a que todas las familias guardan secretos casi inconfesables, que tratan de que permanezcan ocultos incluso a lo largo de las generaciones; este ha sido el tema recurrente de novelas y películas, pero parece que de nuevo la realidad supera a la ficción.
Podemos ampliar su aplicación, y aventurar que igual sucede con todos los grupos humanos, estén o no unidos por lazos de sangre: los partidos políticos, las naciones y no digamos de los bandos en guerra abierta. No se escapan de esta aseveración todas y cada una de las confesiones religiosas (¡y, por favor, no solo la Iglesia Católica!) que, o bien llevaron sus creencias a fanatismos, o cometieron atrocidades sin cuento; es sintomático el ejemplo de los sacrificios humanos en un pasado más bien remoto, como el caso de la religión azteca, a las que puso fin la espada de Cortés y que el señor López Obrador y su heredera se empeñan en silenciar. Claro que hay que tener en cuenta la mentalidad de esos tiempos, el contexto sociocultural en que se produjeron, es decir, la circunstancia, y es absurdo mirar el pasado con las gafas del presente.
Mirando hacia más acá de la historia, se han venido repitiendo masacres de pueblos enteros, genocidios y crímenes selectivos por razones de Estado, muchos de los cuales permanecen fuera de los cauces habituales de propaganda y así continuarán por los siglos de los siglos; creo que España se lleva la palma en cuanto a magnicidios sin aclarar, y de los que solo se conocen las versiones oficiales.
Añadamos a la larga lista de desafueros, los robos, intrigas y traiciones, las ambiciones sin cuento, las mentiras prodigadas…, es decir, todo aquello que está al alcance de la especie humana, a partir de aquella aventurilla de una sierpe en el Jardín del Edén primigenio; pero, en lo que nos ocupa, derivado a la esfera política. Punto y aparte merecen las casualidades que han dado pie a las guerras más sangrientas y que, al aclararse algunas de ellas, ya no interesan a ninguno de nuestros coetáneos, ayunos de un conocimiento real y completo de las páginas de la historia. Aquí casi no cabe esa labor contextualizadora, ya que la mentalidad actual suele coincidir en más de un punto con los acontecimientos históricos.
Centrémonos, para bajar la tensión si es posible, en el mundo de la política actual, que comprueba que siguen existiendo numerosos esqueletos en los armarios y en las trastiendas institucionales. Como en las rememoraciones de la antigüedad, aquí no se escapa nadie, pero, dentro de esta unanimidad, unos son más iguales que otros.
Quienes pueden saber de sobra la existencia de restos óseos se preocupan, sobre todo, de que no caigan en manos de los CSI contrarios, pero emplean sin cesar a los propios forenses para detectar los del adversario. Esto era y es común en los regímenes llamados totalitarios, pero no se escapan ni muchos menos de estas estrategias las llamadas democracias actuales, que, siempre en teoría, deberían responder a criterios éticos y transparentes, en abierta comprobación por parte de los ciudadanos.
Diversos procedimientos se utilizan habitualmente para tapar o silenciar la existencia de estos esqueletos; mencionemos, entre ellos, la ocultación, el silencio, la mentira, la distribución de acusaciones o su faceta más extremada, que es la técnica del ventilador.
La ocultación, com primera medida, puede funcionar durante un tiempo, pero tarde o temprano resulta ineficaz, siempre que el contrario dé muestras de sagacidad investigadora; igual ocurre con el silencio por decreto, ya que se puede romper en cualquier momento la ley de la omertá por existencia del traidor o del tránsfuga de turno; la mentira pura y dura parece más consistente, sobre todo ante los pueblos anestesiados por su repetición, pero no descartemos que algún día cese el efecto de los barbitúricos administrados y alguien saque a la luz aquello de antes se coge a un mentiroso que a un cojo; además, existen las hemerotecas y los historiadores no controlados, aunque de momento funcione con ellos la técnica de la cancelación.
De forma que lo más utilizado, hasta ahora con éxito, es la distribución de acusaciones y la mencionada técnica del ventilador, basada en la comparación y en el y tú más, porque, como hemos dicho, nadie se escapa en alguna medida de haber cometido irregularidades sin cuento.
Pero suele ocurrir que quienes más se preocupan de descubrir esqueletos ocultos en el fondo de los armarios pueden guardar auténticos osarios en loe suyos; así viene ocurriendo en los casos concretos de corrupción política, en los latrocinios dinerarios o en el tema-estrella del acoso sexual y derivados, como todo el mundo sabe sin necesidad de recordar nombres y casos muy recientes.
Sabemos que la perfección en un marco social y político es pura utopía, por la inclinación al mal del ser humano mencionada tras el fracaso de la inocencia primigenia que nos recuerda la Biblia; pero concluyamos que el actual Sistema en el que estamos inmersos, que extiende sus sucias raíces en lo político, en lo social, en lo económico y en lo ético, es el caldo de cultivo ideal para que siempre sobrenaden los gusanos de la corrupción y de la falsedad, y para que hiedan los esqueletos ocultos en los armarios. Estamos hablando, por tanto, de nuestra circunstancia concreta, que urge transformar.