Manuel Parra Celaya. Leo una noticia intrascendente: la Policía Municipal de una ciudad española denuncia a un ciudadano por dar de comer a las palomas en un parque; con ayuda del inefable Google, me entero de que se trata de una Ordenanza municipal que está en vigor en otras muchas localidades y, concretamente, en Barcelona, la multa por contravenir la ordenanza puede llegar aquí a los 750 euros.
A un servidor le caen bien las palomas, qué le vamos a hacer; no así a mi esposa porque le estropean los tiestos de flores de la terraza, lo que es origen constante de polémicas conyugales. Pero cuando veo a ese inocente animalito vagar por calles y plazas, me retraigo inevitablemente a mi infancia, cuando, en la plaza de Cataluña, los niños gozábamos dándoles las llamadas besses y se nos subían por brazos y cabeza; también, hoy en día, me evocan aquella greguería de Ramón: “Todos los pájaros son mancos”…
Otro de mis recuerdos infantiles era saborear el rico mató que elaboraban las monjas Clarisas del Monasterio de Pedralbes; ya un poco mayor, me enteré de la tradición de llevar huevos al convento ante la cercanía de una boda familiar, para que las hermanitas rezaran para que el día señalado no lloviera. Lo cierto es que todas esas costumbres, la de las palomas encaramadas sobre nosotros, la del mató y lo de las rogativas para que el cielo permaneciera cerrado y no mojara el traje de la novia, se han perdido definitivamente con la marcha de la Orden de Santa Clara de su convento barcelonés.
Parece que la razón de fondo es la falta de vocaciones, problema generalizado de muchas órdenes religiosas en una Europa secularizada al máximo, y agravado en España quizás por los derroteros seguidos por algunas jerarquías y prelados de nuestra Iglesia, sea creyendo en la buena fe de sus adversarios, sea confiando en que estos pagarán las treinta monedas de rigor a cambio de los silencios y las puestas de perfil ante asuntillos como las profanaciones de sepulturas o la adhesión en colegios religiosos a las directrices woke y similares; futesas, nada importante…
Volviendo al tema, lo cierto es que las Clarisas han abandonado su convento, nada menos que existente desde el siglo XIV, y, según algunas informaciones, existe una propuesta para que las sustituyan los Hermanos Menores Capuchinos, que tienen la sagrada intención de instalar entre las venerables paredes un museo antifranquista, que me imagino que coincidirá con el año de Franco decretado por Pedro Sánchez ad maiorem gloriam de Sí Mismo.
Los Capuchinos también tienen una larga tradición de presencia en Cataluña, pero se recalca que especialmente en la segunda mitad del siglo pasado por su briosa entrada en el ámbito pastoral de la política, concretamente en su apoyo a cuantas opciones se enfrentaban al antiguo Régimen, preferentemente desde la óptica del nacionalismo separatista catalán.
En su convento de Sarriá tuvo lugar, en 1966, la llamada capuchinada, cuando algunos personaje de la considerada oposición al Régimen se encerraron y protegieron a lo sagrado; entonces se fundó allí el SDEUB (Sindicato de estudiantes de la Universidad de Barcelona); es decir, una labor pastoral a todas luces en seguimiento de los fines de la Orden, que son Contemplación y Estudio…
Muchos años después, me fue dado conocer que se continuaba fraguando en celdas, refectorios y salas conventuales capuchinas por medio de un amigo que, por una repentina vocación, ingresó en la Orden y tuvo que abandonarla poco tiempo después por algo parecido al no es esto, no es esto orteguiano, pues poco tenían que ver con San Francisco de Asís los derroteros abiertamente separatistas de sus hermanos de sayal.
No es extraña, pues, la noticia del proyecto museístico de los capuchinos de Barcelona, que, según me entero también, quieren hermanarse con otras comunidades, pero siempre de fuera de España, ya que la fraternidad tiene sus límites, como es sabido…
En consonancia con todo esto, tampoco me sorprende que se esté produciendo a marchas forzadas en Cataluña, pero no solo aquí, lo que llamo la Segunda Evangelización, esta de allá para acá, dada la ausencia de vocaciones y el progresivo desapego de los fieles hacia el clero autóctono. Los que van llegando, por otra parte, no responden a los criterios etnicistas del nacionalismo catalán, pero este fallo intenta ser suplido por una profunda inculturación, en la que ocupa un lugar destacado la inmersión en lengua catalana, como condición sine qua non para ser admitidos por prelados y jerarquías.
Concluyendo; se fueron ya las palomas de Pedralbes y ahora les toca el turno a los halcones, cuyo campo de acción predominante no es precisamente el del “mínimo y dulce Francisco de Asís”…