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Diario YA


 

Y es lícito preguntarse qué dignidad nos cabe a quienes formamos parte de un pueblo mayoritariamente depauperado y empobrecido

Cádiz, dignidad y soberanía

Malco Arija. Con agradecimiento recojo la invitación de escribir bajo esta cabecera, tan entrañable como sólo puede serlo aquello que nos despierta agradables recuerdos de la infancia. Mientras escribo pienso en mi abuelo, el Dr. Manuel Martínez Llopis, y en su cadencioso y distraído repaso a las páginas del diario "Ya" antes de reanudar sus erudicciones gastronómicas. Algo similar me ocurre con estas tierras gaditanas, hasta hace poco prácticamente desconocidas para quien esto escribe, y que fueron sin embargo el marco en el que se desarrollaron algunos de esos episodios familiares dignos de contarse, y que en todo caso adquieren dimensiones míticas cuando se escuchan en la niñez. Episodios como el de aquel marino que izaba un orinal cuando surcaba las aguas del estrecho como gesto de desprecio a las autoridades de ocupación británicas, o el de aquellos otros militantes dispuestos a volar el peñón en mil pedazos aprovechando las vicisitudes de la II Guerra Mundial. La sensación, agridulce, mezcla el orgullo de un ánimo que no decae con el paso de las generaciones, con la amargura que produce el hecho mismo de tener que mantener vivo ese compromiso porque la causa que lo motivó sigue ahí, desafiante. Y aunque este tipo de viejas pendencias adquieren una especie de cariz personal, en realidad trascienden con mucho el estrecho límite del capricho, porque afectan a la dignidad de todo un pueblo, y a su soberanía, que es la llave de su libertad.

Sin embargo, tan antiguos como puedan ser los parajes gaditanos o esas viejas batallas familiares en las que quizá otro día me detenga, suenan hoy viejos y como pasados de moda estos conceptos -dignidad, soberanía- sospechosos de no ser lo suficientemente modernos. Como escuché hace unos días de labios de un amigo, los hombres de hoy parece que han renunciado a escribir su propia historia... Y es que en esta arcadia cada vez menos feliz del único Occidente realmente existente, donde la libertad es una suerte de menguante espejismo espectacular, la dignidad asemeja ser un cachivache ignoto, arrumbado al rincón oscuro de las antiguedades pasadas de moda, y la soberanía un mero reflejo condicionado, un automatismo teledirigido circunscrito al vacío acto de consumir -el objeto, el alimento, el voto y hasta los sueños- mientras se mira hacia otro lado. Con el populacho disfrazado de ciudadano responsable entretenido en el juego del aparentar -pensar, ser, tener-, el rebaño permanece incapaz de moverse un ápice frente a la luz cegadora de un monstruoso holograma especular que lo atrapa, aliena, roba y esclaviza. A cambio de algunas migajas, de chirigotas variadas y de ciertos excesos controlados, la castuza despreciable de este Régimen maneja las riendas al servicio de otros poderes sistémicos mayores, mientras practica una despreciable política de tierra quemada.

Cádiz es hoy, por desgracia, vivo ejemplo de ello. Y es lícito preguntarse qué dignidad nos cabe a quienes formamos parte de un pueblo mayoritariamente depauperado y empobrecido, víctima y cómplice de unas cifras (sociales, económicas, culturales... las que se desee cotejar: en desempleo, en abandono escolar, en inversión educativa, en pobreza, en desahucios, en listas de espera, en camas por habitante, en violencia doméstica, en transportes, en corrupción política, etc...), que debieran ser chispa para la reacción inmediata, o qué clase de soberanía ejercemos quienes consentimos vivir en un territorio literalmente ocupado por potencias militares extranjeras, sea por la fuerza como en el caso de los piratas británicos, sea a través de unas autoridades serviles que permiten el despliegue de un ejército extraño y también colonial, como es el de los EEUU, que Dios confunda.

Es de desear que, con el nuevo año que comienza, empiece también a despertar la dignidad de aquellos que no quieren limitarse a seguir mirando hacia otro lado, y sea cada mayor el número de los que defiendan nuestra soberanía, individual y colectiva, denunciando este sucio y bastardo simulacro de libertad. Si cualquier comparación resulta odiosa, pocas lo son tanto como la que resulta de comparar el peso, la sustancia, el empeño y la valía de los españoles de hoy, con los de la mayor parte de las generaciones que nos precedieron... pese a todo lo suyo y por todo lo nuestro.
 

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