CIRCO Y MANICOMIO
Manuel Parra Celaya. Dice la directora cinematográfica Isabel Coixet que tiene un serio problema con los imperativos que tanto proliferan, y que le repatean especialmente los bienintencionados “relájate”, “cálmate, “fluye” o “disfruta”.
Me reí a placer con su estupendo artículo (El Semanal, 17-IX-23) en ese sentido, porque a un servidor le sucede lo mismo. Como afirmaba Eugenio d´Ors, siento que me pican las pulgas de la pelliza de Viriato cuando me intentan imponer imperativos y criterios tranquilizadores, ya sean atrabiliarios, ñoños o cargados de intención malévola; incluso siento íntimo malestar con las señales de tráfico que incluyen la palabra “control”, aunque no me quede más remedio que acatarlas, por seguridad, civismo o amenaza de multa. Y no es que me esté volviendo -¡a estas alturas!- ácrata; por el contrario, siempre he sido disciplinado en mis obligaciones, peo observo con creciente desazón que a la necesaria Norma (con mayúscula) se le van añadiendo innumerables normas, tendentes a constreñir la existencia normal, con invasión paulatina de las esferas más personales e íntimas; y todo ello acompañado de los imperativos que invitan a tranquilizarse y disfrutar.
Esas abundantes normas e invitaciones y las sugerencias a un tonto disfrute penetran en la esfera del pensamiento, ese que era, antiguamente, libre. Se pretende con ello que adoptemos una constante actitud sumisa y acrítica ante cualquier situación, hecho u ocurrencia de los poderes establecidos, que no están dotados precisamente de la autoridad que les reconocían los clásicos. El acatamiento con debate y la docilidad a ultranza han hecho mella en nuestra sociedad, al modo del pan y circo, y dejando en la trastienda aquella real gana que caracterizaba, según dicen, a los españoles.
Por ejemplo, en estos momentos tan críticos, no solo para la gobernabilidad de España, sino para su propia existencia e integridad, se advierte claramente el escaso eco social que tiene la conocida estrategia de Pedro Sánchez para alcanzar la investidura, con el apoyo de los grupos separatistas, a cambio de la absurda transformación babélica de las Cámaras, de la amnistía para los golpistas condenados, de la perspectiva de un referéndum de autodeterminación, de la transferencia de la Seguridad Social (¡atentos, pensionistas!) y del pago de una deuda del Estado a Cataluña, digna del mago de Oz. Incluso la Oposición y los propios antagonistas de su partido dan por supuesto, no solo la licitud leguleya de las concesiones, sino lo irremediable de la situación, y se aprestan a una numantina resistencia teórica con críticas melifluas.
Un segundo ejemplo que me impide un imperativo tranquilizador la ofrecen los medios que se han hecho eco de la agresión sexual a una niña de seis años por compañeros de su misma edad en un colegio; no dejo de plantearme que quizás alguien podría levantar la voz contra esa perversión que supone le supuesta “educación afectivo-sexual” que está implantada desde las primeras aulas infantiles por decreto de los lovis adheridos al poder constituido. Y no es un caso aislado: prosiguen las violaciones y agresiones protagonizadas por menores, y los sucesos de este jaez no se detienen. ¿Nadie se ha planteado que algo estaremos haciendo mal?
Ante estos dos ejemplos y muchos más que suceden a diario, llego a la conclusión de que aquel senequismo que Ángel Ganivet señalaba como constitutivo de nuestro pueblo debe reemplazarse por un fatalismo, que da por sentado que la coyuntura es irreversible y no vale la pena preocuparse por ella. Da la impresión de que los designios de aquellos dioses del Olimpo que tomaban partido por aqueos o troyanos en la pluma de Homero siguen vigilantes para acabar de convertir España en un circo o en un manicomio, cuando no en las dos cosas a la vez. En esta particular forma de democracia que nos ha caído encimase hace bueno la sarcástica o maligna afirmación de Clement Attlee: “La democracia es el gobierno nacido del debate y de la discusión, pero solo es efectiva si conseguimos que la gente deje de hablar”. El escaso eco social que tienen las noticias preocupantes -alarmantes, en muchos casos, parece asegurar que hemos alcanzado esa forma peculiar de democracia.
¿Es que a los españoles les ha dejado de interesar España y los problemas de sus hijos? ¿Es que la grave lacra de la sumisión incondicional se ha adueñado de ellos? ¿Va a ser de obligado cumplimiento que, en el primer ejemplo, los delitos en contra del orden constitucional y contra la unidad queden borrados de un plumazo por conveniencias partidistas y personales? Y, en el segundo ejemplo, ¿lo es que aberrantes planteamientos en la Educación sigan imperando sin que las familias toquen a rebato?
Empiezo a desconfiar de toda esta generación, tan sumisa a la corrección política, a sus mandatos y estupideces, y al constante lavado de cerebro de los medios del Sistema; a lo mejor, tiene razón el viejo dicho de que cada pueblo tiene el gobierno que se merece. En contraposición, cada día tengo más esperanzas en la contestación de jóvenes que pertenecen a otra, a esa que aún no tiene edad de votar para manifiesta signos claros de un rechazo que va mucho más allá de una simple rebelión generacional.
Lo dicho: de momento, estamos en un circo, que es el hazmerreír de toda Europa, y en un manicomio con celadores dotados de infalibilidad y omnipotencia, que imponen a sus espectadores/pupilos generosos pastos con serpientes de verano y, eso sí, insisten en el relájate y disfruta que tanto nos sublevan a la señora Coixet y a un servidor.