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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

CON APRESURAMIENTO

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Manuel Parra Celaya. Me apresuro a escribir estas líneas porque tengo por seguro que, en breve, el atentado de Bruselas ya no será noticia, tal es la capacidad de amnesia selectiva de la opinión publicada y fabricada, que no pública, y de sus mentores. Me apresuro a afirmar, en primerísimo lugar, que este asesinato y todos los anteriores no van dirigidos contra un Sistema económico ni un Régimen político determinados –esos del supuesto fin de la historia- ; ni exclusivamente contra un determinado “modelo de convivencia y de libertades”, según latiguillo prefabricado escuchado ad nauseam en todas las declaraciones de estos días; ni contra una Nación en concreto, que forma parte del reino de Jauja del buenismo: se trata de un atentado más contra la esencia de Europa.

Decir contra Europa es equivalente a decir que se trata de crímenes contra el mismo concepto del ser humano, ya que los conceptos de dignidad, libertad e integridad proceden de nuestra interpretación antropológica; los asesinos lo son también contra quienes sostienen otra visión del Islam y –no lo olvidemos- especialmente contra los cristianos de Oriente, verdaderos mártires del siglo XXI, tan frecuentemente silenciados en los medios.

Me apresuro a reiterar que esa esencia de Europa está integrada fundamentalmente por los valores del Clasicismo y del Cristianismo, y, después, por todos los ismos que les han sucedido en la historia y que emanan, en sus aspectos más positivos, de ambos; por toda una cultura y una historia comunes, de encuentros y desencuentros, en la que se incluyen Homero y Virgilio; Aristóteles y Platón; el Partenón y el Coliseo; Carlomagno y Carlos V; las catedrales de Notre Dame y de Santiago de Compostela; San Agustín y Santo Tomás; Miguel Ángel y Erasmo; Descartes y Spinoza; Shakespeare y Cervantes; Rubens y Velázquez; Napoleón y Prim; Shelley y Kipling…, con un largo e inacabable etcétera del que ni siquiera apeo a la marquesa de Pompadour y sus veleidades.

Me apresuro a exigir responsabilidad a todos los gobiernos y a las instituciones comunitarias europeas, más allá de una tibia coordinación, que, a la hora de la verdad, se pasan los yihadistas por el arco de triunfo; responsabilidad que pasa por diferenciar entre refugiados políticos, inmigrantes, invasores y terroristas infiltrados, aunque tengan las credenciales de ciudadanía de un Estado europeo.

Me apresuro a desengañarme de la inocua ceremonia de las velitas encendidas y de los minutos de silencio; y me apresuro, en cambio, a rezar a Dios por las almas de todas las víctimas del terrorismo y por la inteligencia y buen pulso de quienes tienen encomendada la misión de defender a esas sociedades que aún no se han enterado, adormecidas, de que estamos inmersos en una guerra.

Me apresuro, en consecuencia, a manifestar mi creencia absoluta en la trascendencia del ser humano y a exaltar la religiosidad como atributo inalienable de todos los hombres; me apresuro, así, en hacerle una higa al laicismo totalitario que, en el mejor de los casos, quiere obviar o reducir esa religiosidad a los ámbitos privados y, en cuanto le dejen, perseguirla; y, por lógica, reivindico una Europa creyente, superadora del actual nihilismo materialista que la enseñorea; una Europa creyente no ocultaría hipócritamente a esos mártires de Oriente.

Me apresuro a denunciar el estúpido pacifismo que menosprecia a los Ejércitos y es totalmente renuente a instalar en la educación los valores de la abnegación, el honor, el valor, el esfuerzo y la disciplina; y sé de qué hablo, por tener el DNI de ciudadano de una España que es desgraciadamente la primera en renunciar a estos valores, y ser vecino y habitante de una Barcelona, cuyo Ayuntamiento, entre paréntesis, no quiere ni en pintura la presencia de las Fuerzas Armadas en salones de infancia y juventud y llega a protestar –el muy cretino- porque los soldaditos se entrenan físicamente en las montañas cercanas a la ciudad…

Me apresuro a calificar, sin paliativos, de colaboracionistas con el enemigo de Europa a quienes, en nombre de supuestas alianzas de civilizaciones y cosas así de chuscas, han llegado a pedir la supresión de las procesiones de Semana Santa o la colocación de Nacimientos en las calles, porque pueden incomodar a los amigos de los yihadistas, esos que ponen las bombas en cualquier ciudad de nuestra indefensa y estúpida Europa en nuestros días.

Etiquetas:Maneul ParraYuhadismo