De papás-colegas, mamás superprotectoras y maestros amedrentados
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MANUEL PARRA CELAYA. Decía Gregorio Marañón que el deber de los niños es la obediencia; el de la juventud, la rebeldía; el de la madurez, la austeridad, y el de a vejez, la adaptación. A estas alturas de la película, creo que la frase ha quedado desfasada, pues, si bien la tradicional Psicología de las Edades corroboraba el aserto de D. Gregorio, la imbricación de esta con la Sociología, que forma ese ensamblado sin límites concretos de la Psicosociología actual, lo ha dejado para los restos.
Si nos referimos al primer estadio, observaremos que nunca los niños han sido tan remisos a ese deber, especialmente por el dominio de las pedagogías de corte roussoniano , que han provocado el fenómeno de la pleitesía a Su Majestad el Niño, con toda la inevitable coreografía de papás-colegas, mamás superprotectoras y maestros amedrentados. Por lo menos, en nuestro marco cultural, pues, en otros puntos del globo, imperan o el tortazo inmisericorde o una espantosa vulnerabilidad de la infancia ante todo tipo de abusos y explotaciones.
Pasando al otro extremo, de la vejez adaptada también habría mucho que hablar, pues conozco ejemplos de viejos maravillosos que, a pesar de la edad y de los lógicos achaques, no comulgan con las ruedas de molino impuestas, no se acoplan al tácito consenso que nos rige, y, en plenitud de sus facultades mentales aportan razones como puños ante los dogmas políticos. Y está claro que no me refiero al folclore de los yayo-flauta.
Claro que esta falta de adaptación a lo que se lleva de ancianos preclaros puede ser producto, primero, de una buena formación de base; luego, de su capacidad para mantener la difícil virtud de la lealtad, y, por último, de su ilusión porque sus descendientes puedan reconocer una serie de valores que consideran Intangibles y permanentes, y que hoy están en entredicho.
Pero quisiera referirme más en concreto a los estadios intermedios, en los que, no solo interviene el factor sociológico, sino especialmente el político. Así, nos podemos preguntar si es rebelde la juventud actual. Señalo, claro la inconveniencia de la generalización: hay de todo, como en botica. No obstante, predominan las actitudes de sumisión. Muchos jóvenes son el caldo de cultivo propicio para que la ingeniería social esté haciendo realidad lo que señala la Ventana de Oberton, ya saben, de lo impensable a la realidad; de la realidad a lo aceptable; de lo aceptable a lo sensato; de lo sensato a lo popular, y de lo popular a lo político, incluso con fuerza de ley. Según esto, es posible modificar de hoz y de coz valores morales y conceptos antropológicos que antes eran señalados como puras aberraciones o estupideces, y crear la conciencia social de que son ahora apropiados y benéficos; de este modo, podemos constar la aprobación casi unánime entre jóvenes del código LGTBI, de la cultura de la muerte en sus dos extremos vitales y, como ejemplo más chocarrero y actual, la preocupación por las violaciones de los gallos sobre las indefensas gallinas.
En lo estrictamente político, pocos jóvenes (nueva generalización odiosa) no se sienten en absoluto proclives a cuestionar los grandes principios del Sistema y, si lo hacen, la protesta suele derivar en lo externo y estéril; se hace así realidad el odioso dicho de que la juventud es una enfermedad que se cura con la edad…y, sobre todo, con los dineros de los generosos progenitores de los contestatarios.
En contraste, no se cura con la edad la irresponsabilidad que siempre se ha achacado a la juventud; por el contrario, la prolongación de la adolescencia llega en ocasiones a alcanzar edades provectas, aquellas que antiguamente se denominaban las de las grandes decisiones fundamentales, tales como el matrimonio estable, la especialización en estudios o profesiones; claro que, en lo tocante a este último aspecto, ya se encarga el neoliberalismo de someterlos a una inestabilidad que cierre las puertas a cualquier seguridad para sentar los reales en la vida.
Por último, en lo referente a la madurez, ya sabemos que la supuesta austeridad que decía Marañón ha sido descartada por el consumismo; y este podemos contemplarlo desde dos vertientes: el económico, por virtud de la publicidad, y el también estrictamente político, por mor de la propaganda que nos llega -de forma unánime en lo fundamental- a través de todos loe medios. Así, se pueden explicar las fidelidades a lo hora de votar o la capacidad de calar que tienen las mentiras repetidas ad nauseam, sin que ningún razonamiento las ponga en entredicho.
Un ejemplo muy evidente es su aplicación a la efervescencia nacionalista en mi ámbito geográfico: los más fanatizados no suelen ser los jóvenes, a veces únicamente proclives a ella por razones de moda, sino los pertenecientes a edades extremadamente maduras, que han sido cegados por la acción institucional autonómica que machaconamente insiste en que debe ser el clamor de toda la sociedad. Y van y se lo creen…
Pero, en este caso, los estudios del Dr. Marañón, insigne médico y quíntuple académico, deberían dejar paso al sofá del psicoanálisis.