Desmond Tutu ¿Un apoyo a los separatistas?
Miguel Massanet Bosch. Es lamentable y seguramente una falta de, cortesía diplomática el presentarse en un país para recibir un premio y aprovechar para hacer unas manifestaciones sobre un tema tan delicado y tan sensible para los españoles como es el del desafío separatista, lanzado por los políticos catalanes contra la Constitución española y la unidad de España.
Hace unos días también tuvimos la visita de una juez argentina empeñada en investigar sobre los llamados “crímenes del franquismo” aunque, fuera por ignorancia, fuera por pertenecer a la izquierda más fanática o por conseguir un poco de publicidad como progre, se olvidó de traerse, en la misma valija, los expedientes de todos aquellos crímenes, torturas atroces, expolios, encarcelamientos, humillaciones etc. cometidos durante la II República por las hordas de los sindicatos CNT, FAI, PCE y ERC, así como las Juventudes Socialistas comandadas por el señor Carrillo o las atrocidades cometidas por el comunista francés André Marty, conocido como “El Carnicero de Albacete”, comisario político, que se caracterizó por los fusilamientos de civiles y brigadistas que ordenó ejecutar con inusitada fiereza. Las Checas, importadas de la GPU rusa, fueron la cámara de los horrores donde se perpetraron miles de las más sádicas torturas practicadas por aquellos matarifes del llamado Frente Popular.
Parece que ya se ha convertido en costumbre, molesta y humillante costumbre podríamos añadir, el que vengan personajes de fuera de España intentando darnos consejos de cómo debemos organizarnos, de que tipo de políticas debemos poner en práctica y de qué clase de regímenes políticos debemos implantar para gobernar nuestra nación. Veamos el más reciente caso de uno de estos apóstoles de la “paz”, el obispo Desmond Tutú, de la República de Sudáfrica; quien, vayan ustedes a saber por qué secuencia de casualidades, por qué clase de circunstancias y por qué oscuros intereses, ha sido invitado por la Generalitat catalana para visitar Barcelona, con la excusa de otorgarle el “XXVI Premio Internacional Catalunya” en el que se le “reconoce” “su constante lucha por la justicia social” Este señor arzobispo y, no obstante, casado, parece que no tiene bastante con intentar poner orden en la familia Mandela y la corrupción y clientelismo extendidos en el partido de aquel “salvador de la patria” y, sin embargo, guerrillero (Madiba, el Terrorista); sino que ahora intenta enseñarnos como solucionar nuestros problemas.
El Congreso Nacional Africano, al que votó el arzobispo Tutu, tuvo en el 2012 un papel poco edificante cuando parece que no hizo nada para impedir la masacre de los 34 mineros de Marikana, causada por los disparos de la policía. Sus familiares siguen pidiendo justicia sin que el CNA se vea muy interesado en que se aclare aquel crimen. Es posible que el señor arzobispo haya caído en la trampa que le puso el periodista de La Vanguardia, para conseguir unas palabras de apoyo al independentismo catalán; puede ser que el señor Mas y su séquito de nacionalistas le hayan lavado el cerebro, con falsas historias apócrifas sobre la antigua nación catalana ( que nunca existió); pero de lo que no hay duda es de que una persona pública, que recibió el Premio Nóbel de la Paz y, en consecuencia, debiera tener el suficiente sentido común, sensatez y delicadeza para saber esquivar preguntas tan comprometidas, máxime cuando una persona de su talla debiera conocer las distintas sensibilidades existentes, en esta materia, entre unos españoles y otros que prefieren no serlo.
El viejo refrán español de que “a can viejo todo son pulgas” parece que, a medida de que va pasando el tiempo sin que nadie haga algo para parar el levantamiento independentista catalán, se le puede aplicar, cada vez con más propiedad, a esta desconocida España; donde da la sensación de que, todo atisbo de orgullo patrio ha desaparecido en una población que aparenta que se acomoda a todo, que se deja arrastrar por las utopías más absurdas y que ve, con indiferencia, como el desorden, la inseguridad, el desprecio por la autoridad y las leyes, se van extendiendo por la sociedad y en especial, por una juventud que parece que ya ha tirado la toalla y que lo único a lo que aspira es un cambio de régimen político, sin que sea capaz de ver con claridad hacia donde intenta dirigirse; mientras, la izquierda extrema, procura conducirla hacia las viejas ideas igualitarias, los planteamientos comunistas y antisistemas, sin que sea consciente de que: una nación sumergida en el caos y el anarquismo, no tiene cabida en una sociedad moderna civilizada, en progreso y empeñada en los avances de las nuevas tecnologías, los progresos de la medicina, la expansión de las nuevas técnicas digitales, el desarrollo industrial y la mejora del nivel de vida de los ciudadanos.
La sociedad española, deprimida por los años de recesión y crisis, precisa levantar su moral , rebelarse contra aquellos que pretendan sacar provecho de la aparente debilidad de nuestra nación, superar este sentimiento de que el país está invadido por la corrupción y recuperar, como remedio a estos nacionalismos locales y separatistas, el orgullo de ser españoles, de mantener nuestra unidad y de recuperar el puesto que nos merecemos en esta Europa que, en algunos momentos, parece que deseaba ponernos la bota en el cuello. El Gobierno debe ser consciente de lo que le pedimos aquellos que le dimos la mayoría absoluta y obrar en consecuencia. Los que vivimos en provincias en las que el separatismo se va extendiendo como mancha de aceite y contemplamos, impotentes, como desde las altas estancias de la nación parece como si quisieran mirar hacia otro lado, hablando de cambios en la Constitución, se refugian en la palabrería y las ofertas de diálogo con aquellos que quieren imponernos sus planes secesionistas y, para mayor INRI, permanecen indiferentes ante el destino que los separatistas van dando a los miles de millones que se les entregan, desde el Estado, para que vayan construyendo las instituciones que están preparando para cuando logren sus objetivos. Muchos vemos, con preocupación, el cambio de rey; pensando que un monarca joven aunque esté bien preparado, sea inteligente, se haya entrenado al lado de su padre, don Juan Carlos, y este dotado de cualidades personales que lo hagan digno sucesor de su padre; no obstante, mucho nos tememos que no esté preparado para enfrentarse a los duros retos que el nacionalismo desbocado nos va a plantear a los españoles.
Es posible que la mojigatería, el temor a que la situación se les escape de las manos, el retardo en tomar las medidas pertinentes, la falta de un criterio claro respecto a cuales son las verdaderas intenciones de los separatistas y, lo que ya no tiene remedio, el error del actual Gobierno, al haber minusvalorado los primeros brotes de los nacionalismos periféricos, cuando todavía no estaban tan extendidos y unas medidas, rápidas y contundentes, hubieran podido cortar de raíz aquellos primeros intentos. Es evidente de que se va a producir un cambio generacional y que esto ya no tiene vuelta atrás; no obstante, debiéramos procurar que ello tenga lugar desde una nación fuerte, ordenada, unida y con instituciones fuertes y saneadas. Si el cambio tiene lugar en una España débil y con unas instituciones invadidas por los políticos y debilitadas por los corruptos, las posibilidades de un relevo eficaz, pacífico y dentro de un régimen democrático puede que sea una mera quimera. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, vemos inquietos el transcurso de los acontecimientos.