EL ESPÍRITU DE LA NAVIDAD
PEDRO SÁEZ MARTÍNEZ DE UBAGO
En 2012, con motivo del segundo Año de la Fe, Benedicto XVI nos hablaba de la necesidad de “redescubrir el camino de la fe para iluminar de manera cada vez más clara la alegría y el entusiasmo renovado del encuentro con Cristo”.
Y, de unas décadas a esta parte, da pena ver cómo estas fiestas navideñas (Natividad del Señor, Sagrada Familia, Santos Inocentes, Epifanía, Bautismo del Señor...) han perdido su raíz cristiana y se están convirtiendo en unas jornadas paganas, barbarizantes, consumistas… que nada tienen que ver con lo que se celebra.
Hasta no hace mucho la Navidad se celebraba como Dios manda: esto es, con dos tiempos distintos y definidos, el tiempo de Adviento y el tiempo de Navidad. El primero, con sus cuatro domingos, al tercero de los cuales se denomina “gaudete” porque se nos invita particularmente a gozar la próxima llegada del Mesías y el sacerdote aliviaba el rigor del morado por los ornamentos rosas.
Después, el tiempo de Navidad, con las conmemoraciones y fiestas reseñadas y su importancia en la obra redentora del Señor, que las familias celebraban con la correspondiente alegría.
En la actualidad, ya en noviembre, empezamos a hacer acopio de alimentos y licores, como si se avecinara una catástrofe o como si las gastritis, los empachos y las resacas honraran más que la oración o la contemplación del misterio del Niño recostado en el pesebre.
En diciembre o antes ya suenan los villancicos en comercios y todo tipo de establecimientos, este año menos llenos que otros; y se puede ver en las televisiones edulcorados melodramas insustanciales o, lo que es peor, publicidad de los más diversos productos que, lo único que tienen en común suele ser un erotismo o pornografía que nada tiene que ver con la Inmaculada Concepción.
No es ésa la exégesis cristiana del bíblico “Comamos y bebamos que mañana moriremos” que leemos en Isaías y San Pablo. Muy al contrario deberíamos fijarnos en el Isaías que exclama: “un niño nos es nacido, hijo nos es dado, y el principado sobre su hombro; y se llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno, Príncipe de Paz”.
Así, en esta ola de materialismo sórdido en que ha degenerado el tiempo de Navidad, y más cuando los tiempos no son económicamente buenos, o, como este año, son especialmente malos en lo sanitario y lo económico, en vez de recordar que el Rey de Reyes tuvo que nacer en un establo porque no había sitio para la Sagrada Familia en la posada ni tenía una mansión en Galapagar, cada vez es más normal escuchar lo “deprimente que resulta la Navidad”, principalmente, pero no sólo, por la añoranza de los seres que amamos y que ya no están con nosotros, pero sí gozando de la visión beatífica del Dios que nosotros deberíamos adorar en nuestros templos y nacimientos.
Llegadas ya las fiestas de Navidad, lo apropiado es desear a todos unas muy felices y santas fiestas de Navidad, y que los Magos nos traigan a todos el incienso, aunque muchos parezcan sus propios turiferarios o sea lo que menos necesitamos los humanos cuando nos endiosamos y hacemos el centro de todo y, sobre todo, la mirra para restañar tantas heridas en cuerpos y almas, así como el oro que nosotros y nuestra Patria necesitamos, más especialmente tras este funesto año bisiesto.
Enseña Benedicto XVI que en Dios todo está unido y hay que saber adorar igual al Niño, cuyos brazos abiertos vamos a contemplar estos días en el Pesebre, que al Redentor que nos abre sus brazos en la Cruz. Belén y Pascua están unidos, por quien, siendo Alfa y Omega, principio y fin, es acto puro y suma de toda perfección. Para Dios, que, por ser eterno, tiene conocimiento de la eternidad, un conocimiento muy distinto del lineal o cronológico que podemos tener nosotros, todo está unido en un Todo que obedece a Su plan.
Como escribió Tomás de Aquino, para la solemnidad del Corpus Chisti: “Pie pellicane, Iesu Domine,me immundum munda tuo sanguine. Cuius una stilla salvum facere totum mundum quit ab omni scelere”. Considero que, por conocidos, estos versos no necesitan traducción.
La Navidad es mucho más que ponerse sensibleros pensando en los ausentes o envidiosos ante quienes pueden gastar en la cesta de la compra más que nosotros. Si caemos en esto; si nos dejamos cegar por los millones de bombillas de calle y comercios; si aprovechamos estos días para escribir tarjetas más o menos sinceras a gentes para quienes el resto del año no encontramos tiempo, o para llenar la casa de cintarajos entre los que puede esconderse un Belén al que no se hace caso; o si nos limitamos a gastar entra la Noche Buena y la Epifanía aquello que no tenemos, esperando sólo a quitar los adornos el día 7 y precipitarnos sobre las rebajas y caer en una “cuesta de enero” que se prolonga hasta el miércoles de ceniza… no voy a decir que la Navidad pierda su sentido, porque los designios de Dios prevalecen sobre las modas humanas; pero es justo denunciar que con semejante actitud, si se honra a alguna de las figuras del Portal, no será tanto a la Sagrada Familia o los Magos, cuanto al buey o a la mula.
Hoy las nefastas consecuencias de la Ley de memoria histórica, el proyecto de Ley de Memoria Democrática, la eutanasia que se nos viene encima, las persecuciones a todo lo que se asemeje a la Fe… nos hacen ver la necesidad de restañar heridas, ya cicatrizadas y hoy artificialmente abiertas por los enemigos de España y la civilización cristiana, tanto los traidores que simulan ir “de la Ley a la Ley por la Ley”, como los herederos de los matacuras, los separatistas y los etarras han traicionado el ejemplo y obra de nuestro Caudillo y Generalísimo, llegando aprofanar sus restos, como si con eso se consiguiera cambiar la Historia. Reflexionemos si desenterrando a Lenin, Maho, Stalin, Castro… se borraría la obra del comunismo bárbaro y ateo. Y la metafísica nos dará la respuesta con Parménides de Elea y su principio de no contradicción (no se puede a la vez ser y no ser) formulado en el siglo VI antes de Cristo. Lo que ha sido es y no puede dejar de ser. Por eso la Historia no puede cambiarse como el lugar de reposo de sus protagonistas.
En su último mensaje de fin de año, Francisco Franco nos deseaba a todos los españoles, a los que vivimos en nuestra Patria, a los que tuvieron que emigrar, y la los que son españoles porque viven aquí y contribuyen a la grandeza de la nación “todo lo que honestamente se puede desear”. En menos palabras, no cabe mayor ni mejor deseo.
El Niño que veneramos en el pesebre y el Mesías crucificado, son el mismo Señor que nos guió en la Reconquista o en la evangelización del Nuevo Mundo, y nos dio fuerzas en la Cruzada. La única guerra del siglo XX en que el comunismo fue derrotado.
Roguemos al Niño que nos abre sus brazos en Belén, que ilumine también, como lo hizo con nuestro Caudillo y Generalísimo, al Rey don Felipe VI, ahora ninguneado, para que no nos dejemos confundir con tan eufóricas como pasajeras voces de sirenas. Roguémosle que nos dé, no sólo mucho ánimo en las tribulaciones, sino otro timonel con brazo fuerte y pulso seguro.
Ya nos dio uno el 1 de octubre de 1936; y él nos dio la paz y el más largo periodo de progreso que hemos conocido en nuestra historia. La traición a Franco y al Régimen del 18 de Julio, en estos años de constitucionalismo nos ha deparado que nuestro, tan cacareado estado de bienestar, con sus niveles de paro, de pobreza, su deuda externa… se resquebraje y haga aguas por doquiera -porque no hay bajel que no zozobre sin capitán y timonel- pensemos en los 40 años que los judíos anduvieron errantes por el desierto tras hacerse becerros de oro se puede establecer una analogía.
Los españoles que lucharon contra el moro unificaron la Paria; los que en frágiles bajeles se lanzaron a la evangelización de América hicieron que el español sea la lengua viva en que más fieles rezamos el Padre nuestro; los que se alzaron contra Napoleón en 1808 y los que, igualmente y contra todo pronóstico lógico de éxito se alzaron en armas contra la segunda república doblemente golpista de 1931, al final reconquistaron, con la ayuda de Dios, una España grande, libre y católica que, como décima potencia, recuperó su sitio en el mundo, así como que ser español, volviera a ser algo serio y no folklórico. Igual que el pueblo elegido, tras vagar cuarenta años alcanzó la Tierra prometida.
Por eso, aunque los españoles, al menos muchísimos de ellos, nos merecemos una lección, España, reserva espiritual de Occidente, misionera de pueblos, luz de Trento y espada de Roma, debe seguir adelante, porque el mundo la necesita.
Ahora estamos pasando, como el Mesías, que, siendo Dios, llegó a sudar sangre, una época de destierro en el desierto, pasión y Calvario. Para que sepamos perseverar en lo Transcendente, que es lo único que importa, recordemos y reflexionemos sobre esta enseñanza de San Alfonso María de Ligorio: “De fuerte y omnipotente que era, se hizo débil […] y aquí lo tenemos hecho niño, obligado a sustentarse de leche y tan débil, que por sí mismo no puede alimentarse ni siquiera moverse. El Verbo eterno, al encarnarse, quiso esconder su fortaleza”.
Vayan con estas reflexiones, mis más sinceros y fervientes deseos de una santa Navidad, tan feliz como permiten las devastadoras circunstancias, así como de que 2021 sea un año que nos permita presentir el amanecer en la alegría de nuestras entrañas. VENITE ADOREMUS