El grado de tensión que puede soportar un ciudadano tiene un límite
Noticias relacionadas
- La entropía y el sistema político español
- Matrimonios a medida. ¿Qué importa si son dos, tres o veinte los contrayentes?
- La patronal catalana se apea del tren de la independencia
- ¿A qué juega usted señor González? ¿Acaso lo hace con la unidad de España?
- A mí la Legión, la unidad de España peligra! Todos a votar
Miguel Massanet Bosch. España, desde que se inició la famosa crisis del año 2008 o desde que la “burbuja inmobiliaria” saltó por los aires sumergiéndonos en el abismo del crack económico, se puede decir que no ha dado tregua a sus ciudadanos para irse reponiendo de los continuos sobresaltos que se han ido sucediendo; desde aquellos tiempos en los que debimos someternos a las duras pruebas de soportar la oleada de despidos, cierres de empresas, recortes salariales, expedientes de reducción de plantillas y aumento indiscriminado del paro, la principal lacra a la que hemos estado sometidos los españoles y que, por desgracia, aunque con mejores perspectivas, seguimos padeciendo en estos momentos, en los que parece que los primeros síntomas de recuperación se van atisbando en el horizonte.
No obstante, a diferencia de otros países que también han sufrido los efectos de la crisis internacional, en nuestra nación, no hemos sabido, no hemos querido o no hemos sido capaces de olvidar todo aquello que nos viene separando desde hace muchos años, todas las rencillas que hemos ido guardando en nuestros pechos desde la llamada Guerra Civil y los resabios de aquella lucha de clases, que muchos pensamos que estarían olvidados y que, no obstante parece que, para algunos, siguen estando a flor de piel. Ello los lleva a que, a la menor oportunidad que tienen, aprovechan para resucitarlos y elevarlos a la categoría de inaplazables, con el objetivo de buscar la venganza que tantos años ( a veces a través de generaciones) se ha incubado, esperando la oportunidad de poderla llevar a cabo.
El hecho cierto es que, apenas las penalidades derivadas de la crisis, de la mala administración del país, durante el mandato de Rodríguez Zapatero; de nuestra especial dependencia de un sector, la construcción, en el que se había fiado la parte más importante de nuestro crecimiento económico; de los necesarios sacrificios que el pueblo tuvo que asumir para evitar el rescate que nos amenazaba desde Bruselas; del desmoronamiento del bluf de las cajas de ahorros; de los cientos de miles de cierres de empresas y los millones de desempleados que, como consecuencia de ello y de la evidencia de que lo perdido en estos siete años, seguramente, sería imposible de recuperar, al menos en un largo periodo; nos encontramos que, cuando muchos esperábamos que los malos momentos eran pasado, que lo peor había sido superado y que íbamos camino de una época de superación, de paulatina recuperación y de reducción de nuestra masa de involuntarios desocupados; surgen de sus madrigueras las nuevas amenazas que impiden que, la ciudadanía española, pueda relajarse, tomar aliento e intentar recuperarse de las tensiones de los pasados años de incertidumbre económica.
Curiosamente, en España, no tuvo lugar un acercamiento de los distintos partidos políticos como ocurrió, por ejemplo, en el caso de los alemanes, en cuyo caso la señora Merkel supo aliarse en un gobierno compartido con el partido mayoritario de la oposición, el partido socialista que, en este caso, supo cual era su deber para con Alemania y dejó aparte sus diferencias ideológicas para atender a lo urgente: sacar a Alemania cuanto antes de la crisis que estaba afectando a toda Europa. Los perdedores de las legislativas españolas de noviembre del 2011, antepusieron sus intereses electorales, sus prisas para minar la acción del nuevo gobierno y su mal `perder, a cualquier sentimiento patriótico que les hubiera llevado a colaborar con la nueva administración en la tarea de intentar sacar al país de la grave situación en la que, precisamente los que empezaron a atacar al nuevo ejecutivo, lo habían dejado, al borde de la quiebra soberana y obligado a acudir para demandar el rescate, el de los famosos “hombres de negro pertenecientes a los ejecutores de dicho trámite: el BCE, el FMI y la Comisión Europea.
El pueblo español ha estado y sigue actualmente, sometido a la máxima tensión, no sólo en lo que le ha concernido de los efectos ingratos de haberse tenido que apretar el cinturón y apechugar con las consecuencias económicas, sociales y laborales de la depresión, sino también, por la presión psicológica que han venido manteniendo sobre él los distintos partidos, especialmente aquellos que, como buitres, han querido aprovechar los primeros atisbos de bonanza para explotar la ocasión para irrumpir, en el momento oportuno, convirtiendo la conocida demagogia comunista en arte de captación de adictos; utilizando la debilidad de los más perjudicados por la crisis; presentándose como los redentores de los pobres y los encargados de solventar las “malas artes capitalistas” mediante una cura draconiana, en la que se debería hacer tábula rasa de todo lo existente, para retornar a una situación donde la “plena igualdad” impediría que unos tuvieran más que los otros, que la riqueza se distribuiría por igual entre todos y que se acabaría con todos los “mitos” como las religiones, la familia, las distintas ideas políticas y, por qué no, con una democracia incómoda que daba libertad al individuo para pensar y actuar libremente. Y aquí cabe una reflexión. La nación debe ser gobernada por quien tenga la capacidad, los conocimientos, la predisposición, el sentido común y la honradez para entregarse al servicio de los ciudadanos.
El gobierno no debe tener ningún otro objetivo que el de procurar que sus decisiones sean las mejores para el provecho del pueblo; que sus actos sean un ejemplo para aquellos sobre quienes gobierna; que su honradez genere la confianza de todos los que lo votaron o de aquellos que, aunque no lo hicieran, forman parte del pueblo y, de los cuales, el gobernante tiene obligación de ocuparse, porque también son ciudadanos con todos sus derechos y obligaciones como tales. Ello supone que, tanto el Gobierno como los partidos de la oposición, una vez ha pasado el periodo electoral, deben cumplir con sus respectivas obligaciones de gobierno, respetando las reglas del juego establecidas por la misma democracia y especificadas en la Constitución del país.
Ello supone que se deben respetar los canales por los que encauzar, tanto la elaboración como la transformación de las leyes, así como las reclamaciones que pudieran tener los ciudadanos contra las decisiones o actos de quienes los gobiernan. Para ello tenemos las cámaras de representación popular: el Congreso de Diputados y el Senado como órgano de representación territorial. Fuera de ellos, cualquier intento de suplantarlos, cualquier maquinación para llevar a las calles las protestas ciudadanas, intentando suplantar las funciones de las cámaras, no tiene validez alguna y, mucho menos cuando, como viene sucediendo con una frecuencia exagerada, su busca suplantar al Gobierno en lo que son sus funciones, buscando obligarle a que adopte lo que un grupo, más o menos numeroso, proponga, significa renunciar a la misma esencia de cualquier democracia que requiere que quienes gobiernen tengan la mayoría de los votos de la ciudadanía. Duele contemplar como grupos minoritarios, de falsos “intelectuales” y de eternos descontentos, antisistemas, pijos progres, faranduleros en paro y otros millonarios que buscan estar a bien con unos y otros, poniéndose del lado de las izquierdas, con lo que consiguen dos objetivos: estar a bien y respetados por los comunistas o anarquistas y, por otra parte, poder seguir disfrutando con entera tranquilidad de sus riquezas sabiendo que, la derecha, nunca se va a meter con ellos.
Díganselo si no a la familia de los Bardem, todos ellos pudientes, o el señor Wioming de quien se dice que tiene una fortuna en inmuebles o de la familia Juan Diego, comunistas de pro, pero que no han tenido reparo en aplicar el nepotismo enchufando a su hijo, Todos ellos han vuelto con el latiguillo del “no a la guerra” aunque en este caso la guerra ( en la que no participa España) es en defensa de nuestras cabezas y de las suyas, que mucho nos tememos que si nos invadieran los del EI, poco tiempo permanecerían sobre sus hombros. Lo que ocurre es que, son tan inconscientes, ignorantes y fanáticos que ni se toman la molestia de enterarse de lo que protestan. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no nos queda más que preguntarnos ¿cuánto tiempo puede un pueblo estar sometido al stress, la tensión o la amenaza de revolución, sin que llegue el momento del hartazgo final, en el que se levante airado para pedir que lo dejen en paz y gobiernen el país? Mucho nos tememos que entre separatistas y partidos bolivarianos, estamos en una situación próxima al colapso gravitatorio, aquel que precede a un nuevo Bing Bang. Y luego se van a quejar.