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El mal gobierno como consecuencia de malos ciudadanos

Fernando Z. Torres. El estallido de la burbuja inmobiliaria dejó en evidencia los problemas de fondo que la opulencia superficial y estéril mantenía soterrados. El dinero fácil que a partir de la segunda mitad de los noventa y durante diez años mantuvo relegados los valores de parte de la sociedad española, dio al traste con las ilusiones de miles de compatriotas que vieron sus sueños diluirse como un azucarillo, en muchas ocasiones arrastrando los frutos de la vida de sus ascendientes.

El maná auspiciado por el poder político y económico, materializado en ingente recaudación a través de impuestos y contratación de productos financieros que revertía falsamente en el bienestar de la gente, parecía no acabarse nunca. La sociedad fue incapaz de pensar por sí misma y, a modo de burro con orejeras, disfrutó y sufre a partes iguales las bondades del sobreendeudamiento.

Lo anteriormente expuesto de forma sucinta me sugiere dos aportaciones que nacen de la expresión pictórica. Pareciera que la filosofía política fueran escritos en forma de ensayo imbuidos del pensamiento de los Stuart Mill, Rosseau o Hobbes. Sin embargo no debemos olvidar la extensa obra que de forma plástica evoca múltiples escenas, me atrevería a decir deseos, acerca de las relaciones entre gobernantes y gobernados.

Una de las creaciones que mejor refleja estas situaciones es la plasmada por los hermanos Lorenzetti allá por el siglo XIV en La alegoría del buen y el mal gobierno. Ambroglio y Pietro plasmaron de manera gráfica las cualidades y las consecuencias de una y otra forma de la administración del poder. Las dos aportaciones a las que me refiero son las que tienen que ver con el mal gobierno y la dejadez en la cosa pública practicada por parte de los ciudadanos. La primera como consecuencia de la existencia de la segunda. Los hermanos Lorenzetti reflejaron, sin lugar a dudas, una auténtica manifestación instructiva encaminada a mostrar dos situaciones que hicieran reflexionar al ciudadano, trasladándole la disyuntiva entre cómo sería su vida con un buen gobierno y cómo sería, sin embargo, con una mal gobierno. Son ya innumerables los artículos de mi blog en los que me he referido a la responsabilidad del ciudadano respecto de las consecuencias de los desmanes de los gobernantes, sentando que la inmadurez en cuanto al conocimiento de la política es la propiciadora de la situación en que nos encontramos.

Al principio de mi escrito aludía al carácter borreguil, ya me perdonarán, de gran parte de la población siguiendo, en modo zombie, las consignas que a machamartillo se establecían desde los púlpitos del poder. Sin ser conscientes, o siéndolo pero haciendo caso omiso a la conciencia lo cual es más grave, que el favor se le estaba haciendo a ellos. Pero el carácter pasmado del pueblo español no es potestativo suyo.

Y es que en el siglo IV a.C. Platón ya reflejaba con escalofriante y extraordinaria exactitud la ceguera patria en la alegoría de la caverna de su obra la República. En esta fábula se identifica a la gente corriente con prisioneros encadenados dentro de una caverna en la cual sólo veían sombras de cosas proyectadas en la pared. Planteaba la situación en base a la cual uno de los prisioneros saliera al exterior y tras adaptar sus ojos a la luz, después de una larga temporada en tinieblas, comprobara que lo que estaban visualizando dentro no era la realidad. Si este prisionero después de ver la verdad de las cosas volviera a la caverna y transmitiera a sus compañeros lo equivocados que estaban, éstos no le prestarían el menor aprecio tachándolo de loco, apartándolo seguramente de su grupo.

Dar con la evidencia de las cosas supone tiempo y esfuerzo, ambos mal vistos en la sociedad que nos ve deambular, siendo pocos aquellos dispuestos a encontrarla. Las opiniones tergiversadas y sin fundamento que podemos obtener a golpe de chasquido de dedos, lejos de facilitarnos la vida nos sumergen en la felicidad del ignorante. Se me ocurren algunos nombres de la primera fila política actual, generalmente los más influyentes y la vez los más nocivos, cuyo conocimiento de la filosofía política deja mucho que desear, más partidarios de algaradas callejeras que de la exposición de discursos o escritos que encaminen hacia sociedades ideales.

Salvo excepciones, el político contemporáneo está adiestrado en el embuste. Es profesional del engaño y hará cualquier cosa que le encumbre al cuero parlamentario. La actividad privada no debe ahuyentar la necesidad del ser humano por el conocimiento, más o menos en profundidad, de la  política. Queramos o no, nuestra esencia como seres humanos incluye ineludiblemente un zoon politikon sin cuyo ejercicio no se puede expresar nuestra plenitud. Aprendamos de los errores del pasado y pensemos por nosotros mismos, sincerándonos en lo más profundo actuando siempre desde el propio convencimiento y no en base a los usos sociales o convencionalismos políticos. Utilicemos el poder que nos conforma como elementos indispensables de su sistema, obligándoles a modificar sus conductas en aras de la obtención del buen gobernante.
 

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