Una deriva preocupante
Fernando Z. Torres. Ya estableció Cervantes en su estupendo El Quijote aquello de que tanto va el cántaro a la fuente que al final se rompe. Tal cosa ocurrió el pasado #25M. Con permiso de la inmortal Rocío Jurado, se nos rompió el bipartidismo de tanto usarlo. Y es que 37 años dándole vueltas y remendando una estructura del todo caduca, tiende a desmoronarse antes o después.
¿Pero qué ha pasado exactamente?A pesar de subir apenas unas décimas la participación, el significado de la Unión europea no despierta interés en los españoles, que seguimos utilizando en clave nacional estas convocatorias quinquenales para castigar o premiar gobiernos. Se sigue demostrando que no se está de acuerdo con ninguno de los partidos que concurren, siendo la abstención la opción mayoritaria. En este caso, los electores que acudieron a su cita con la urna no pasó del 45%. Aquellos que tuvieron a bien asistir fueron en su mayoría ciudadanos de izquierdas, representando un porcentaje superior al 50% el conjunto de formaciones de esta tendencia. Mientras que el centro derecha apenas alcanzó un 26%. Teniendo en cuenta que el PSOE obtuvo un 23% de los votos se produjo un doble castigo: el lógico al PP por su gestión de la crisis y el necesario al bipartidismo.
Las consecuencias sólo han venido, de momento, de las filas socialistas con la renuncia de Rubalcaba y Patxi López. Lo celebro. Es algo que vengo pidiendo desde hace tiempo, como imprescindible para regenerar el partido y propiciar nueva ilusión en los ciudadanos.Pero el fenómeno que sin duda ha acaparado todas las miradas ha sido la irrupción en el Parlamento europeo de la formación Podemos, hasta el punto de convertirse en tercera fuerza política en Madrid, obteniendo 5 de los 54 eurodiputados que le corresponden a España. Nada mal teniendo en cuenta su bisoñez en lides electorales de este nivel.
Uno que se tortura con tertulias y artículos políticos con cierta frecuencia, conoce de tiempo a la cabeza visible de este partido de revolucionaria nueva creación. Reconozco que de primeras Pablo Iglesias no me seduce por sus ademanes. Tiene las formas de conversador pendenciero materializado en la búsqueda constante del enfrentamiento con su interlocutor. Su provocación a cualquier compañero de tertulia podría compararse a los intentos de escaramuza entre Góngora y Quevedo pero sin gracia. Su pose altanera y excesivamente relajada en la silla, aparenta más estar con colegas tomando cervezas que delante de miles de espectadores. Esto y un discurso antisistema teñido de populismo fácil de asimilar, es lo que ha conectado con su electorado. Su profesión de docente universitario le sitúa en el epicentro del descontento y en el caldo de cultivo capaz de entretejer la tela de araña que lo arrope hasta donde se proponga. Conoce de la maleabilidad del cerebro de los chavales que empiezan a sentir su independencia por primera vez, fuera de las faldas paternas. Se trata de una fuente inagotable de mentes vírgenes, capaces de asimilar sin pestañear las enseñanzas del profesor al que no le resulta complicado ponerse a su altura. Su discurso es bien acogido porque es precisamente lo que hoy se quiere escuchar. El inconveniente viene dado por las formas. Y es que Pablo Iglesias simpatiza con los regímenes que en Iberoamérica se dedican a masacrar a sus ciudadanos, no hace ascos a la izquierda abertzale y no se sonroja al decir que no hay que escandalizarse por la rotura de escaparates. Es partidario de los escraches a políticos y apoya las formas de la Plataforma de afectados por la hipoteca. En mi artículo anterior decía algo así como que el derecho al voto se estaba convirtiendo en un deber de honda responsabilidad. Yo mismo he puesto en entredicho sistemáticamente la actuación de este gobierno, del mismo modo que he apostado por la madurez democrática frente al radicalismo callejero. Una de las diferencias fundamentales entre Podemos y otros partidos emergentes (UPyD, VOX,Ciudadanos…), radica en el carácter belicista a la hora de defender sus propuestas, ya sea de obra o de palabra. Un cuarto de las personas que votaron en Francia lo hicieron por el Frente Nacional. La semilla de la actual Unión Europea votó, paradójica y abiertamente, por el antieuropeísmo, por acabar con el sistema que actualmente rige y nos echamos las manos a la cabeza. La legitimidad que a la izquierda radical le otorga que el sistema político del que disfrutamos provenga de una dictadura de derechas, facilita socialmentelas cosas a un partido cuyo envoltorio no permite ver lo que realmente encierra.