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Diario YA


 

“Hacen más daño con el ejemplo que con el pecado” Cicerón

El Parlamento catalán burla la Constitución

Miguel Massanet Bosch. Una vez más y van tropecientas, los políticos catalanes insisten, con terquedad merecedora de mejor empresa, en intentar presentarse como víctimas del Estado español, como oprimidos por España y como privados de sus derechos a actuar como mejor les plazca cuando, en sus intentos de conseguir separarse del resto de la nación, se atribuyen inexistentes derechos seculares; leyendas imaginarias y jamás probadas e ilusorios reinos y faustos, fruto de sus deseos de tener algún argumento, por insuficiente que fuera, en el que apoyarse para justificar demandas insostenibles, pretensiones artificiales y absurdas argumentaciones, en relación a su indiscutible pertenencia al reino de España, nunca truncada por haber disfrutado de una situación de independencia respecto a su pertenencia al reino de Aragón hasta la refundición de reinos lograda por la unión, en tiempo de los reyes Católicos, de las coronas de Castilla y Aragón.

El dudar de esta realidad histórica sólo se puede entender, jamás justificar, por esta vana superioridad, algo que también se produce entre los vascos, esta especie de chovinismo con ínfulas propias de racistas, que los hace pensar que, prescindiendo del resto de España, por sí mismos y sin ayuda de nadie, son capaces de las mayores gestas tanto económicas, como sociales o industriales. Fuere como fuere, el caso es que, el nefasto ejemplo que están dando los nacionalistas catalanes, su actitud levantisca y su falta de moderación en su forma de expresarse, su acritud en el lenguaje empleado, su altivez en la exposición de sus exigencias y su desprecio, tanto por las leyes nacionales como en cuanto al respeto debido a las sentencias y resoluciones de los tribunales de Justicia españoles; están convirtiendo a esta comunidad catalana en un verdadero problema para el gobierno de la nación, un nefasto paradigma para el resto de autonomías y un peligro en el sentido de que, de seguir por estos derroteros, puede llegar u momento en el que, como ya pasó cuando la Guerra Civil española, no sea suficiente con las advertencias, no basten las advertencias y requerimientos de los tribunales y sean insuficientes los habituales medios de que dispone un gobierno para enfrentarse a las desobediencias de los órganos supeditados a ellos.

Es por ello que, cuando nos vemos en situaciones como la que estamos pasando en estos momentos en los que, el TC, se ha visto obligado a dejar sin efecto una declaración del Parlamento de Cataluña en la que se anunciaba que se va a producir, dentro de unos meses, un plebiscito no autorizado, desobedeciendo al Parlamento español, al TC y a las repetidas advertencias del gobierno de la nación; con la intención de someter a la consideración del pueblo catalán lo que ellos han dado por definir como “el derecho a decidir”, una forma de intentar camuflar lo que, en realidad, intenta demostrar que, en Cataluña existe una supuesta mayoría que optaría por independizarse de la nación española. Lo curioso es que, en las veces que han tenido ocasión de someterse a la opinión popular, nunca han conseguido una mayoría que ratificase que esta suposición fuera cierta. Es más, cuando se produjeron los comicios municipales, unos comicios que el señor Artur Mas y sus secuaces habían proyectado presentar como un modo de demostrar, al resto de España, que los partidos nacionalistas, léase independentistas catalanes, tenían mayor apoyo que el resto de los partidos que pudiéramos designar como “constitucionalistas”, resulta que fracasaron estrepitosamente.

Entonces, para evitar el bochorno que supuso esta derrota, los nacionalistas se refugiaron en la mayoría que los partidos separatistas consiguieron en el Parlamento catalán; algo que no tenía nada que ver con el hecho irrefutable de que, el mayor número de los votos, los habían recibido los no separatistas. En la última encuesta del CIS todavía parece que existe un pequeño porcentaje a favor de los que no aceptarían la partición propuesta. Cuando escuchamos al señor Homs, pretender hacerse la víctima, porque sobre él pesa la imputación de haber contribuido a la consulta ilegal del 9N del 2014, en la que, de los 7 millones de ciudadanos de Cataluña apenas votaron poco más de dos millones y, de ellos, un 80% fueron partidarios de que Cataluña fuera un Estado. Fue evidente que los que no fueron a votar no quisieron tomar parte en semejante charlotada y, lo más significativo fue, sin duda, que aún de los que sabiendo que se trataba de una consulta ilegal, los hubo que votaron en contra de la propuesta formulada. No se puede aceptar que el político catalán insista en repetir, a la menor ocasión que se le presenta, que la razón está de parte de los insurrectos cuando es evidente que una parte de la ciudadanía no tiene la facultad de dar por sentado que, el resto de los ciudadanos con derecho al voto, deban aceptar lo que una minoría decida.

Es evidente que los nacionalistas insisten en apelar a su derecho democrático a elegir su destino como si, el territorio en el que habitan fuera de su exclusiva propiedad y no formara parte del estado español. Causa pena y, a la vez, estupor, escuchar al señor Homs hablarnos de si el Estado va a enviar los tanques para acabar con la subversión que intentan llevar a cabo. Lo que sucede es que supervaloran, fanfarronean y, por añadidura, al justificarse hablando de una mayoría democrática que quiere la independencia, no hacen más que dar por supuesto de que, llegado el momento, el número de catalanes que apoyarían la ruptura con España sería muy superior a los que la rechazasen. No, señor Homs, usted se equivoca y, si se expresa así es que ya empieza a notar la sombra de la Justicia que se cierne sobre usted y, por mucho que galleé, todos saben que su ropa interior peligra si, llega el momento en el que se deba enfrentar a la Justicia, porque, en el fondo, sabe que su caso es una causa perdida. La verdad es que, para solucionar el tema catalán, no haría falta tanque alguno, bastaría el vuelo de un helicóptero para que toda su valentía, su fatuidad, sus desplantes quedaran en nada. Conviene recordar aquel 23F en el que unos cuantos militares salieron a la calle y se hicieron con el Congreso.

A la media hora una caravana de “valientes”, como el señor Homs, estaban inundando la autovías y carreteras que conducían a la frontera con Francia, intentando poner tierra por medio, nada más de pensar en lo que les podría ocurrir si hubieran llegado a vencer los golpistas. Y es que, señores, estos valientes como los de Podemos, los de la CUP y toda esta pandilla de comunistas, nada más se hacen los importantes cuando llevan las de ganar, cuando se lo consienten o cuando tienen el poder en sus manos, o sea, mientras se sienten seguros pensando que, el Estado de Derecho, los protegerá, aquel mismo Estado al que quieren doblegar, pero que les sirve para ampararlo mientras no disponen del poder. Pero no olvidemos que, además de lo que están haciendo los catalanes, otros que piensan como ellos pero que son más prudentes, como es el caso del País Vasco, Navarra, Galicia o los mismos baleáricos, están siguiendo atentamente todos estos acontecimientos sin mover pieza, pero dispuestos a que, al menor atisbo de que pudieran tener éxito todos estos mangoneos e intrigas de los catalanes, serían los primeros en pedir para ellos lo mismo que consiguieran obtener los catalanes.

Por eso es que, lo que se propone el PP, por medio de Soraya Sáez, estos empeños en dialogar y negociar con los activistas catalanes, nunca puede salir bien porque, incluso en el caso de que consiguiera “comprar” a los políticos catalanes, ofreciéndoles el oro y el moro, se encontraría ante el hecho de que, al día siguiente, todas las comunidades que hemos mencionado, unidas a otras que se engancharían al carro, se juntarían para pedir al Gobierno los mismos beneficios que hubieran conseguido los catalanes.

O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, tenemos el temor de que, si no se actúa con diligencia, se les paran los pies inmediatamente a los separatistas catalanes, se les enseña a los de la CUP que, el Estado de Derecho, tiene medios para evitar que se extralimiten en sus competencias y que dispone de bastantes centros penitenciarios para albergar a unos cuantos de estos políticos que, pensando que son invulnerables y que, lo de la Justicia, no va con ellos, son capaces de creerse ser los Mesías encargados de implantar en España sus despropósitos, sus obsoletas doctrinas y sus métodos comunistas; hoy en día, sólo vigentes en naciones poco desarrolladas en las que, la miseria, convierte a sus habitantes en esclavos del odio y la venganza. Afortunadamente éste no es el caso de España.

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