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Diario YA


 

Estamos muy lejos de una democracia ideal, también de muchas de las democracias de Europa y América

El Rey y el confesor

José Vicente Rioseco. Sucedió en Madrid, un 31 de Marzo de 1.578, lunes de Pascua. Uno de los personajes más principales de la corte, el que era secretario de Don Juan de Austria, Juan de Escobedo, es asesinado en las calles de Madrid.
 Don Juan de Austria, hijo de Carlos V, y por lo tanto hermano del Rey Felipe II, era el caudillo victorioso de Lepanto, y por aquel entonces estaba como gobernador de los Países Bajos. El nombramiento de Juan de Escobedo como secretario de Don Juan de Austria fue hecho por el Rey con influencia de Antonio Pérez, secretario del Rey. Se trataba de tener cerca de Don Juan de Austria a una persona de confianza del Rey, para que este pudiese ser informado de las actuaciones y pretensiones de su hermano. El Rey Felipe era un hombre celoso de su hermano que pasaba por ser un gran soldado. Felipe temía del mucho poder que su hermano pudiese alcanzar y hasta es probable que le considerase como un competidor para la propia corona de España.
 Pero sucedió que Juan de Escobedo tomó claro partido por Don Juan de Austria y hasta es probable que recomendase a este, acciones contrarias a la voluntad del Rey. Esto, sumado a intrigas personales dentro de la corte, llevaron a Antonio Pérez a aconsejar al Rey la conveniencia de que Escobedo fuese muerto.
 ¡Un asesinato con el consentimiento y el beneplácito del Rey!
 Pero aquel Rey cristianísimo quiere tener su conciencia tranquila. Así que consulta con su confesor, fray Chaves, y este le confirma que tiene poder absoluto sobre sus súbditos, tanto en vida como en hacienda. Así que puede ordenar la muerte de cualquier súbdito sin proceso alguno, si así lo cree conveniente por razón de Estado.
 Y así, por orden de Antonio Pérez y con el parabién del Rey, Juan de Escobedo es asesinado en una calle de aquel Madrid de los Austrias, cuando salía de visitar a una dama.
 Eran los tiempos del poder absoluto del Rey, El rey tenía todo el poder del Estado, también el de la Justicia, y hacía uso de ese poder.
 Pero desde Montesquieu, y ya antes, el poder absoluto ha dejado de existir, al menos conceptualmente. El poder con la llegada de la democracia ya no está en una sola mano. En las democracias occidentales ya sean repúblicas o monarquías parlamentarias, el poder se ha dividido y ya nadie acepta que una democracia se pueda considerar tal si todo el reside ya no solo en una persona, ni siquiera en un grupo, un gobierno, un partido.
 Hoy una línea roja que no se puede pasar. El que tiene el poder para hacer las leyes, o para gobernar, no puede tener el poder para juzgar.
Tampoco se entiende que el que gobierna pueda nombrar a los juzgadores, a los que potencialmente les puede juzgar a él, por sus excesos en el gobierno o por su corrupción.  Felipe II podía, y de hecho lo hacía, elegir a su confesor, que era el que juzgaba la capacidad del Rey para tomar decisiones sobre vida y hacienda; sobre libertad y prisión. Si el Rey no estaba contento con la decisión de su confesor, este caía en desgracia y eso en aquel tiempo de poder absoluto, era muy serio.
 Hoy, en una verdadera democracia, la separación del poder ejecutivo y del poder judicial, es una de las bases del estado de derecho.
 No se entiende que ambos poderes dependan de la misma persona, o del mismo grupo, y sin embargo…
 Sin duda uno de los mayores errores en que cayó el gobierno actual, ha sido el de no cumplir su promesa de desligar el poder ejecutivo del poder judicial. Por el contrario el reparto que del poder judicial se hizo entre el gobierno (entiéndase partido popular) y los demás grupos del parlamento, y de forma especial con el PSOE ha sido de las más desilusionantes acciones de este gobierno.
 Hoy los juzgadores son dependientes de los juzgados. Cuando los políticos deciden quienes serán los componentes de un alto tribunal están haciendo lo que el llamado Rey prudente (Felipe II) hacía cuando escogía a su confesor.
 Estamos muy lejos de una democracia ideal, también de muchas de las democracias que en Europa y América existen. Cada día, debemos tratar de mejorarlas e intentar que estas malas artes de nuestros políticos desaparezcan y nos lleven a una sociedad mejor.
 El camino es largo, pero no imposible de andar.

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