El silencio de los pastores
Manuel Parra Celaya. Hace un par de semanas me hacía eco ante los lectores de DIARIO YA de que se preparaba un curioso acto masivo de “entidades eclesiásticas en favor del derecho a decidir” –esto es, del separatismo- y al que yo confería, dentro de su carácter anecdótico y nada sorprendente para quienes somos catalanes y conocemos el percal, la categoría de incitación a crear un cisma religioso en una sociedad que ya viene experimentando los efectos de una ruptura social.
Al parecer, el acto ya se celebró (según Minuto Digital), en los locales de “Caixa Fórum”; en la reseña de la publicación no se menciona el número de participantes, pero sí los nombres de alguno de quienes lo presidieron: Joan Rigol, Presidente del Parlamento Catalán, Enric Vendrell, Director de Asuntos Religiosos de la Generalidad, el teólogo Xavier Morlans y la monja teresiana Victoria Molins, entre otros. También se transcribe parte del mensaje, a modo de “consigna de acción espiritual” para los piadosos asistentes: “Encerrarte quince minutos en tu habitación y coger el Evangelio. Aunque suene a tópico como cura (sic), yo creo que deberíamos intensificar la oración y pedir fuerza al Espíritu Santo para que nos dé mucha serenidad. No caigamos en la trampa de alzar la voz y, al mismo tiempo, afirmemos con alegría y con una sonrisa: soy catalán, es mi nación”.
No sé si esta homilía confunde churras con merinas o el Catolicismo con la magia negra; me acomete también la duda de si he de transformar mi anterior calificación de “cismático” por otra de “blasfemo” o de “herético”, al involucrar al Espíritu Santo en un asunto tan turbio como el del separatismo. Iba a añadir “pastores tiene la Iglesia”, pero eso es precisamente lo que me ha llamado la atención: el silencio de los pastores, es decir, de los obispos, ante tamañas barbaridades.
En Cataluña tenemos una larga y triste tradición de mensajes y cartas pastorales, tanto individuales como conjuntas, preferentemente en las Hojas Dominicales, tendentes a mantener viva la llama del separatismo, con amplia utilización –y nunca mejor usada la palabra- de textos bíblicos o conciliares. El pasado 11 de septiembre tuvimos una muestra más, pero templada por una “prudencia”, muy similar a la “serenidad” de la que deben hacer gala, según parece, los acólitos asistentes al acto de marras.
Que yo sepa, ninguna voz del obispado se ha levantado para protestar por la manipulación de lo religioso, instrumentalizando el Evangelio y hasta al Espíritu Santo para conseguir la separación entre los españoles. Posiblemente, sus eminencias vuelvan a hacer gala de “prudencia”; quizás algunos estén de acuerdo con las intenciones segregacionistas y se hayan tenido que morder la lengua para no enviar su adhesión a los promotores. ¿Sería esto un juicio temerario por mi parte, si tenemos en cuenta las constantes pruebas documentales?
Como católico que sí acostumbra a leer el Evangelio, he de superar la tentación de imitar a los “Hijos del trueno” en impetrar un fuego devastador, pero no puedo evitar una profunda sensación de bochorno y, sobre todo, de profunda tristeza ante estupideces pronunciadas y silencios culpables.
Lo mejor que podrían hacer los asistentes al acto mencionado es seguir la primera parte del consejo: encerrarse en su habitación y allí mantener en su cara un rictus, parecido a la sonrisa, propio de las almas atormentadas y torturadas por visiones cuya naturaleza me resigno a calificar; de hecho, su vocación es vivir aislados, recluirse, en lugar de abrir sus pulmones y sus almas al aire fresco de la universalidad (que eso quiere decir Catolicidad). También les recomiendo que lleven el Evangelio, a ver si lo entienden de una vez, y de otros muchos libros, religiosos y profanos, que les abran sus menguadas inteligencias a la Cultura.