En España se está poniendo el sol
Laureano Benítez Grande-Caballero. Radikales, secesionistas, la amenaza del terrorismo yihadista y de un frente popular han sumido a nuestra Patria en una noche amenazadora, donde el sol de nuestra Historia se pone para un pueblo adormecido.
Como decía Neruda, «Puedo escribir los versos más tristes esta noche. Escribir, por ejemplo: “La noche está estrellada, y tiritan, azules, los astros, a lo lejos”». Es el crepúsculo, el crepúsculo de los dioses hispanos, el ocaso de una Patria sumida ya en la noche de Neruda: «La misma noche que hace blanquear los mismos árboles. Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos». Se ha puesto el sol, y en la noche caminamos. Es un ocaso decorado con nubes deshilachadas rojas, rojas antiguamente de sangre de patriotas que dieron su vida por defender España… pero ya no somos los mismos, y en ese rojo va la barbarie de la horda bolchevique que ha entrado en nuestros pueblos como una banda de cuatreros en «OK Corral», amedrentando con su matonismo a sus pusilánimes habitantes.
Se está poniendo el sol, detrás de Monte Pelado, la montaña de los aquelarres donde rojos demonios hacen sus danzas macabras, mientras hacen sus «poltergeists» abrumadores en televisiones poseídas, arrojando desde sus palestras mediáticas blasfemias negras, proclamas incendiarias, promesas populistas… Se está poniendo el sol, una noche de morado satén se anuncia por el Monte de las Ánimas, donde la chusma leninista exhuma cadáveres de una guerra que sucedió hace 80 años, para llenar nuestra Patria con su bestiario, en venganza por la guerra perdida; donde los podemitas alzan el puño mientras resucitan fantasmas al grito de: «¡Chávez vive: la guerra sigue!». Y viene la noche, noche de cristales rotos, de vidrieras hechas pedazos por el gorilato rojo de asaltacapillas y quemaconventos… Y se rompen las copas de la madrugada por el griterío de los escuadrones que recorren nuestras calles, donde las «Femen» van de la mano con ritas, zapatas, kichis, urbanes, colaus y monederos.
Noche de cuchillos largos, donde la luna brilla en las hoces y los martillos… hoces con las que los talibanes rojos quieren segar los valores tradicionales que han conformado nuestra historia; martillos con los que derribar los muros de la Patria mía… Cuchillos para sus purgas contra pijos, señoritos, toreros, banqueros, católicos, derechosos, gente con corbata… Se está poniendo el sol, y viene la noche, noche toledana donde los «Willies» cubanitos se desencadenan esplendorosamente; en cuya nocturnidad las meonas defecan en las calles; donde las hordas surgidas de los antros leninistas quieren desmembrar en sus tugurios nuestra Patria, degollando las autonomías una a una con sus proclamas del derecho de autodeterminación. Es el ocaso, y se anuncia la noche del cazador, donde un predicador coletudo surgido del inframundo leninista quiere ser amigo de los niños, de la gente de a pie, llevando escrita en una mano aquello del rescate social, mientras en la otra lleva tatuada la palabra «destrucción».
El sol se pone, y llega la siniestra «Noche de Walpurgis», donde brujos y brujas cazan incautos e ignorantes, subidos en sus rayos catódicos, ominosamente presentes en tertulias brujeriles, en cotarros luciferinos desde los que lanzan sus vudús, desde los que un melenudo nos quiere vender crecepelos y ungüentos viriles, tierras prometidas, vidas regaladas, mundos heidianos gratuitos. Y en esta «black Spain» es ya la noche del Armageddon, noche donde vienen tocando el tambor del llano los negros jinetes apocalípticos de los radikales, secesionistas, y yihadistas.
Y España lejana y sola, yerma, abandonada como una novia en altar de la Historia. Noche «black» de bacanales en patios okupas y antros universitarios, donde el humo de los alcaloides dibuja en el aire extrañas calaveras, machos cabríos, el duro rostro de Lenin y Chávez, Guevara y Pol Pot. Noche de mortífagos, de vampiros ansiosos de sangre azul, de zombies guerracivilistas, de aliens devorapatriotas, de ghostfaces antiespañoles que asaltan desmelenados las calles, los ayuntamientos, las televisiones, las redes sociales… que encabritados y envalentonados acogotan a todo un pueblo sin pulso ni gallardía, refugiado en terrazas cerveceras, en telebasuras sin cuento, en futbolerías alienadoras… que tiembla esperando que pase la tormenta roja, el tifón al que llaman «Black Spain». Porque nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Se ha puesto el sol, y en la noche caminamos. Y podría escribir: «La noche está estrellada, y tiritan, adormecidos, los españoles, a lo lejos».