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Diario YA


 

Pedro Sánchez habrá triunfado en su felonía

ENTRE EL PRAGMATISMO Y LA VISCERALIDAD: amnistía=amnesia

Manuel Parra Celaya. El 14 de marzo de 2024, cuando se están escribiendo estas líneas, el Congreso de los Diputados da su voto afirmativo mayoritario a la Ley de Amnistía. Poco importará que el Senado, de mayoría popular, en una segunda votación, difiera su aprobación definitiva, pues sabemos de sobra que la ley saldrá adelante y será ratificada con la firma de Felipe VI, aunque el monarca se tape la nariz al hacerlo, imitando en esta actitud a muchísimos españoles que lo vienen haciendo en cada contienda electoral desde hace lustros.
    Esta amnistía -incluso puesta presuntamente en tela de juicio o sometida a trámites inánimes en el ámbito comunitario europeo- no solo borrará (amnistía=amnesia) las pequeñeces de un golpe de Estado en una nación constituida, las mangas y capirotes a una Constitución vigente, la malversación de fondos públicos a favor de la intentona y el terrorismo callejero de la particular kale borroka en Cataluña, sino que eliminará de un plumazo aquel famoso 3% y las posibilidades -remotas desde siempre- de sentar en el banquillo a la familia Pujol-Ferrusola. Quizás en este punto se encuentre la madre del cordero, y no dejo de preguntarme si esto es el fin último de la amnistía de Sánchez; siempre he sospechado que nunca se vería este juicio, tan dilatado en el tiempo, acaso por las muchas implicaciones que tendría en cuanto a presuntas complicidades acá y allá de las riberas del Ebro.
    Pedro Sánchez habrá triunfado en su felonía y además será aclamado por su bancada y por todos los que se niegan a ser españoles en el marco de una España que no sabemos si sigue mereciendo este nombre. El resto de pequeñeces en el candelero, como la corrupción rampante, quedarán eclipsadas ante el éxito de la maniobra, no por presumida y anunciada, menos infame. Para resumir, nos encontramos en los estertores de muerte del Estado de Derecho, que encontrará su brillante sepelio en esa caravana de bienvenida que los separatistas piensan organizar a Puigdemont en el momento en que regrese triunfalmente a España.
    En estos momentos, este articulista, no vinculado a disciplina alguna de partido ni a otra lealtad que no sea la de sus creencias, ideas y valores, siente oscilar su talante entre el pragmatismo y la visceralidad, motivado el primero por si condición de ciudadano europeo del siglo XXI y su edad, impelida la segunda por la vergüenza torera y quizás por sentir las pulgas de la pelliza de Viriato; por otra parte, entiende, en el trasfondo de su conciencia cívica, que eso de echarlo todo a rodar es propio de épocas degeneradas, aunque esta característica se aproxime mucho a nuestra circunstancia actual.
    La visceralidad, reprimida con grandes esfuerzos, me inclina a perder todo asomo de confianza en las instituciones, desde las de su cabecera hasta las que, incluso, ponen sus fundamentos en valores cercanos a los míos; en consonancia, y como primer alcance, pone en tela de juicio la oportunidad del ejercicio de voto y su mera aproximación a cualquier urna, sea esta municipal, autonómica, nacional o europea; en un grado aun mayor, acrecienta su total escepticismo ante las propuestas y fervorines de cualquier figurón de la política actual, sea de izquierdas o de derechas. Ostracismo voluntario o impelido, o franca rebeldía, atenuando esto último por el hecho de que no cuadra con mis condiciones y mi racionalidad la tentación de refugiarme con un vetusto trabuco en mi cercana Sierra del Montseny.
    En consecuencia, habrá que apretar los dientes y aproximarse al sendero polvoriento de un pragmatismo limitado, que no puede confundirse en modo alguno con el desinterés o una inhibición de mi patriotismo ni con la aceptación sumisa del apartheid al que la hoja de ruta del sanchismo ha llevado a miles de catalanes que se sienten españoles. 
    Pragmatismo que no querrá decir nunca confianza en el Sistema ni en el Régimen y sus leyes; acatar la propia Constitución, incluso, tendrá para mí el mismo valor que obedecer el Código de la Circulación, por mor de la seguridad propia y ajena y, también, por el legítimo temor a una multa; acatar las instituciones y sus correspondientes organismos -repito: desde la cabecera hasta la más próxima a mi ámbito- no se vincula ni con la confianza ni mucho menos con la admiración o el entusiasmo. Tengo probadas muestras para justificar este escepticismo y esta desafección, y, en cuanto a los fundamentos históricos de la actual coyuntura, me reafirmo constantemente en lo de que de aquellos polvos vinieron estos lodos.
    Mi condición de español es demasiado profunda e interiorizada para renunciar a ella; de no ser por la convicción de que existe otra España -quizás imbricada en el ámbito de la Metafísica-, quizás me apresuraría a buscar otra carta de ciudadanía, posiblemente no de Abisinia o de Gabón (con todos los respetos), pero sí de cualquier otra nación de mi ámbito occidental o hispánico donde el grado de degradación no haya alcanzado los niveles en los que ahora estamos inmersos los habitantes de la Piel de Toro.
 

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