España fracasa por enésima vez en Eurovisión: La Trinca sigue
Miguel Massanet Bosch. Una pareja manejada por la propaganda, engañada respeto a sus posibilidades y con la grave servidumbre del declarado y sostenido separatismo de Alfred, la parte masculina del dúo, no debió de asistir a Lisboa. Nunca España debió consentir ser representada por semejante personaje, por muchas que hubieran sido sus cualidades artísticas.
Tan pronto como tuvimos noticias de las ideas nacionalistas del señor Alfred García, un miembro destacado del elenco de voces de la última Operación Triunfo que, como todos saben, está siendo manejada por Gestmusic una empresa promotora de eventos musicales y música, dirigida por aquellos cantantes, La Trinca, que, en sus tiempos, se hicieron famosos, sobre todo en Cataluña, por sus canciones satíricas en contra del Estado español. Precisamente, si no todos algunos, de los componentes de aquel grupo parece ser que han conseguido infiltrarse en los despachos de los altos dirigente de la cadena pública TV1 española, de donde, como es evidente a la vista de los resultados, han aprendido a sacar buenos réditos de sus amistades sin que se sepa a quiénes o a quién se debe que, unos sujetos partidarios de la ruptura de Cataluña con el resto de España, sigan chupando de las ubres de la vaca de una televisión que pagamos entre todos y, cuando digo todos, me refiero a la mayoría del pueblo español que seguimos queriendo serlo.
Hasta ahora, y a los hechos me remito, no parece que hayan rectificado en su manera de pensar, si nos queremos fijar en lo que, hace unos pocos meses, declaró uno de sus miembros más destacados, divorciado de Rosa Mª Sardá, la actriz catalana, el señor Josep Mª Mainat, que se despachó a gusto cuando tuvo ocasión de declarar a los cuatro vientos la siguiente diatriba: “Me cago en el reino de España, en sus políticos, en su justicia y en su puto borbón (sic)”, cuando la juez Lamela envió a prisión a los principales responsables del levantamiento catalán. Como es habitual en una parte, la más zafia y paleta del pueblo catalán, su manera de expresarse se halla muy lejana a lo que se podría considerar como culta, urbana o lo que también podríamos calificar de lenguaje educado, este grupo de millonarios gracias a lo que han venido chupando de la TV española, ha sabido incrustarse en todos aquellos certámenes en los que ven posibilidades de aumentar sus riquezas aunque, en lo particular se hayan mostrados defensores acérrimos de fomentar el odio y el despego hacia todo lo que venga de “Madrid”, de este Madrid que, paradójicamente les ha ayudado a ponerse las botas, como vulgarmente se dice.
Lo que hayan tenido que ver los de Gestmusic, en el hecho de que el separatista Alfred haya conseguido ser elegido para representar a España en esta edición de Eurovisión, no lo sabemos; así como tampoco conocemos, aunque nos lo maliciamos, qué parte de verdad hay en esta empalagosa y meliflua relación sentimental entre la pareja protagonista, y cómo puede estar condicionada por el interés que sus patrocinadores puedan haber tenido en presentar este amor, a lo Romeo y Julieta, como un estímulo, un acicate o un aliciente más sobre el que hacer hincapié para promocionar, ante los europeos , una canción que, sin ser tan mala como la de años pasados y con mejores intérpretes, era evidente que, ni por la presentación que ha acompañado a la interpretación ni por la calidad de la misma, tenía las posibilidades que, en España, se le venían concediendo por quienes estaban interesados en vender discos antes de que, la realidad, la pusiera en el puesto que le correspondía, 23 de 26, cuando el concurse se celebrase.
Es cierto que ya empezamos a perder interés cuando, los responsables del programa, propusieron para acudir a Portugal enviaran a un elemento que todos sabían lo que piensa de España, del separatismo catalán y, lo que ha acabado de calificarle, cuando en la Operación Triunfo ya se manifestó como un defensor del soberanismo catalán cantando Els Segadors, ante todos su compañeros en el concurso y, unos días antes del evento europeo, dijese que no le gustaba cantar la canción en castellano y que hubiera preferido hacerlo en catalán. Yo no sé lo que el director de la cadena televisiva puede hacer en un caso como éste; tampoco conocemos las facultades de que dispone los productores del programa ni lo que el ministerio de Cultura hubiera podido decidir, si es que quería hacerlo, para cambiar el signo de la elección de nuestro representante; pero lo que, evidentemente, sí sabemos es que, si la pareja hubiera conseguido ganar el certamen ¡no hubiera sido un cantante español quien lo hubiera conseguido, sino un catalán soberanista quien lo hubiera hecho, para gloria y merecimiento de su patria Cataluña!
Críticas parte a nuestros representantes, en lo que afecta a los organizadores de la TV1, deberemos admitir que, en esta ocasión, nos ha parecido que la canción vencedora, la representante de Israel, no se merecía ni mucho menos el premio que se llevó. En realidad nos ha parecido una especie de broma o, incluso un insulto para el resto de canciones que han concursado en Lisboa. El que una mujer de rara apariencia se dedique a hacer gestos de gallina, haga muecas a la manera de un mimo de feria y cante lo que, en teoría, debería ser una canción propia de un concurso televisivo, más nos pareció que sería apropiada para un público infantil al que se quiere divertir, pero no para interpretarse ante una audiencia de adultos a la que los otros participantes han tenido el respeto de ofrecerles canciones, mejores o peores, pero dentro de una línea que se podría considerar dentro de la ortodoxia que se espera de un certamen como este. Por supuesto que, como mero espectador, no puedo pretender tener razón ni estar en condiciones de contradecir la opinión de un técnico en la materia, pero haciendo uso de mi libertad de expresión digo, simplemente, la impresión que la canción ganadora me produjo. Tenemos el convencimiento de que, como sucede cada año, y ya son muchos los que hemos tenido la oportunidad de seguir este concurso europeo, las principales empresas de producción musical ponen en marcha su circo para ver cuál de ellas es la más hábil, tiene más acierto y se gasta mejor el dinero que utiliza en crear un escenario para sus pupilos que contribuya a realzar la canción a la que debería apoyar, un elemento que, sin duda, puede llegar a influí hasta en un 50% o más, en la puntuación final que reciba por parte de la audiencia ( no olvidemos que es un espectáculo televisivo y que, los que votan, se dejan influenciar por la presentación que acompaña a los intérpretes de la canción).
Este año, como no podía ser menos, hemos podido ver en Portugal una demostración de los avances de las técnicas digitales, de la proyecciones de imagen y de todos los sectores que influyen en dar, a cada escenario de las diversas canciones que acudieron al festival de la canción de Lisboa, la vistosidad, el toque de distinción y la imaginación con la que se crean verdaderos milagros de ilusión y majestuosidad que, en ocasiones, nos hacen olvidar que estamos en un expositivo de canciones que se disputan un galardón para sentirnos como niños viendo una película del gran mago de la animación y el entretenimiento, Walt Disney. Y hemos visto como los milagros no suelen repetirse, quizá porque los portugueses no estuvieran muy interesados en repetir la experiencia, cara experiencia, de organizar de nuevo un evento tan espectacular. En efecto, la canción portuguesa ha quedado muy lejos de aquella chispa que acompañó al cantante portugués que ganó el año pasado, quizá por la sorpresa que produjo la canción de un Sobral enfermo, muy sensibilizado, que supo imprimir a su canción unos sentimientos únicos que fueron los que consiguieron despertar las fibras más íntimas de una audiencia, impresionada por aquel espectáculo de un dramatismo pocas veces visto en un espectáculo como aquel que se estaba desarrollando ante su vista.
Visto lo visto y pensando en lo que le debe costar a la TV española todo lo que representa tener que mover equipos, crear decorados, contratar productoras etc.; toda una parafernalia que seguramente comporta un coste de muchos cientos de miles de euros; si no fuera interesante replantearse, de una vez, el dejar de participar en este concurso europeo que, si tenemos en cuenta el tiempo en el que España no ha conseguido ningún premio y, aún más, no ha logrado despegarse de los últimos lugares, en cuanto a las puntuaciones recibidas por parte de los jurados de los otros países o de los espectadores de una audiencia variopinta que, no obstante, da la sensación de que tienen una rara coincidencia en darnos una mala valoración a las canciones o los intérpretes a los que confiamos que defiendan el “honor” o, si se quiere, el prestigio de nuestra nación.
Nos duele que, cuando tantos éxitos hemos sido capaces de conseguir en el mundo del deporte, cuando tantas satisfacciones nos han venido dando, tanto los deportes en los que las participaciones son individuales como aquellos otros en los que se juega en grupo; tantos éxitos hemos conseguido en el tema de la lírica o tantos artistas han conseguido destacar en el sector del arte o de la interpretación; seguramente por la avidez especulativa de algunos de los mandamases que dominan el campo de la música moderna y de los cantantes, autores o a consecuencia de sus errores, malas decisiones o, incluso, artificios ilegales, nos lleven a situaciones en las que se contribuya al desprestigio de la imagen de nuestro país en el extranjero; precisamente, en unos momentos, en que tan necesitados estamos de recobrar nuestra reputación, dañada por la traición de los insurgentes catalanes, que huyeron para no afrontar sus responsabilidades penales, dedicados a full time a la labor de crearnos mala reputación y poner en duda nuestra democracia, sólo con el propósito de conseguir un apoyo en el extranjero que, hasta ahora, no han logrado obtener.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, mucho nos tememos que, si las autoridades correspondientes, ya que está en juego el prestigio de España y los españoles, no se toman en serio el tema de Eurovisión y adoptan la decisión más oportuna de abandonar el certamen europeo o, si se decide seguir asistiendo a él, se establecen las reglas para que, tanto la canción que se envíe a competir como quién, siendo cantante, tenga el privilegio de defenderla, tengan la calidad suficiente para, si no es para ganar, algo que nadie puede asegurar, al menos tangan la suficiente calidad para mantenerse en un puesto digno y no, como nos viene ocurriendo, que nos quedemos relegados a lo que, en el Ejército, se conoce como “ el pelotón de los torpes”, del que parece que no somos capaces de salir.