Godofredo de Bouillon, Ideal del primer cruzado
José Luis Orella
Godofredo de Bouillon, fue el primer soberano de Jerusalén, después de la liberación de los Santos Lugares del dominio musulmán. Natural de la Borgoña, Godofredo personificó en su persona el ideal caballeresco de entrega y obediencia a la Iglesia. Su ejemplo sería divulgado como ejemplo para los caballeros europeos, entretenidos en lucha estériles, mientras otros subordinaban sus virtudes guerreras en beneficio de los más débiles, los cristianos de Tierra Santa.
Nació en Boulogne-sur-Mer en 1060, hijo de Eustaquio II, Conde de Boloña, y de Ida, hija de Godofredo el Barbudo, duque de la Baja Lorena. Godofredo, como vasallo del Sacro Imperio Romano Germánico, apoyó las pretensiones de Enrique IV en la Guerra de las Investiduras contra el Papa Gregorio VII (1080-1084). En pago, el emperador devolvió el ducado de la Baja Lorena, que había anexionado, y del cual era heredero el joven noble valón. El nuevo duque de la Baja Lorena, de espíritu idealista y extremadamente religioso, vio removerse su interior ante las predicas iniciadas a favor de recuperar los Santos lugares. El Papa Urbano II suplicaba a la nobleza europea porque se sumasen a una Cruzada que permitiese la libre peregrinación delos cristianos a Jerusalén, que los principados turcos impedían con su fundamentalismo. En 1096, Godofredo, junto a sus hermanos Eustaquio y Balduino, tomó la cruz. El 15 de agosto de 1096 un ejército de cerca de cuatro decenas de miles de cruzados se ponía en camino hacia Oriente.
Estatua en Bruselas
El otoño, los cruzados negociaron con el rey Coloman el paso libre a través del reino húngaro. El ejército pasó con estricta disciplina, a diferencia del contingente popular que anteriormente había seguido a Pedro el Ermitaño, quienes tuvieron que ser atacados por sus saqueos y desmanes con la población campesina. El emperador bizantino, Alejo I Comneno, abasteció de tropas al contingente cruzado, pero estrechamente vigilado por las tropas pechenegas, que hacían su labor de policía, deteniendo a los rezagazos e incluso matando a los cruzados que realizaban actos de saqueo. No obstante, el 23 de diciembre, el ejército de cruzados flamencos y valones estaba en los arrabales de Constantinopla, la segunda Roma. El emperador quiso evitar que el contingente borgoñón se juntase con el normando-siciliano y el aquitano. Los recelos con los bizantinos eran constantes. Los caballeros del norte, eran vistos por los educados griegos, como bárbaros semisalvajes, que en poco se diferenciaban de aquellos que en el siglo V habían arruinado la parte occidental del Imperio Romano. Por su parte, los cruzados veían en aquellos griegos cultivados, hombres pragmáticos, enriquecidos por el comercio con el Oriente, tolerantes con las otras culturas, y desconfiados de todo ideal. La muerte en combate, era algo honorable para un guerrero germano, sí, además se hacía por liberar los Santos lugares, el motivo contraía un mayor honor. Por el contrario, los bizantinos no consideraban la muerte en combate como honorable, ni siquiera si se había luchado en defensa de la religión frente a las tribus nómadas turcas, de religión musulmana. La divergencia de mentalidades debía contraer problemas. Además, Alejo I, como emperador bizantino exigía el juramento de vasallaje de los cruzados en su marcha hacia oriente. Ante la superioridad militar del ejército bizantino, los jefes de la cruzada debieron jurar su fidelidad al emperador. Godofredo, fue uno de los que intervinieron a favor de realizar el juramento, para evitar problemas y asegurar el abastecimiento de los bizantinos a su ejército.
La cruzada estaba bajo la dirección de Raimundo IV de San-Gilles, Conde de Tolosa, de Bohemundo de Sicilia, de Roberto de Flandes y de Roberto de Normandía. Los cruzados fueron enfrentándose con éxito a las tropas turcas que les hicieron frente, y que anteriormente habían exterminado los veinte mil peregrinos que había dirigido Pedro el ermitaño. Los cruzados, no tuvieron un jefe efectivo, aunque Raimundo de Tolosa, destacaba sobre todos ellos. Sin embargo, su jefatura tenía que ser colegiada por la presencia del conde Normandia, jefe natural de los normandos; del de Flandes, que lideraba a los borgoñones; la de Bohemundo, que venía con sus normandos sicilianos y en un grado menor, Godofredo con sus loreneses, aparte de contingentes menores de alemanes e italianos. A pesar de la división en el mando, los cruzados consiguieron derrotar a los turcos seleúcidas en Nicea y en la batalla de Dorylæum (el 1 de julio de 1097).
La travesía del Asia Menor fue dura. La península de Anatolia estaba arrasada por los ataques de los nómadas turcos y los contraataques bizantinos. En aquel momento, la región se encontraba dividida en pequeños señoríos turcos y armenios cristianos. La principal acción de la cruzada fue la recuperación de la ciudad de Antioquia. Antioquia fue una de las antiguas ciudades del Imperio, Sede de un patriarcado y uno de los centros culturales helénicos. La toma de la gran ciudad se contó con la valentía de Godofredo y sus loreneses que consiguieron asaltar sus fuertes murallas. No obstante, la toma de la ciudad contraería el problema de no devolver Antioquía al Imperio, contrariando al emperador, quien vería, como los cruzados no serían vasallos suyos, sino que se comportarían como señores independientes de un nuevo poder cristiano en la zona. En Antioquía el poder político estaría en manos de los cruzados latinos, pero compartido en el aspecto eclesiástico con los griegos, proimperiales. Godofredo, entretanto, se dirigió hacia Edesa, donde ayudó a su hermano Balduino a establecer otro señorío latino. Edesa sería el principado más adelantado de los señoríos que se conformaran por la irrupción de los cruzados. En este caso, Edesa, la más expuesta en el interior musulmán, contaría con la menor presencia de caballeros francos, pero a su vez, sería el señorío más orientalizado por la colaboración con los francos de la población armenia cristiana. De regreso a Antioquía, participó junto a Roberto, Duque de Normandía, en el consejo de arbitraje organizado para reconciliar la fuerte rivalidad entre Bohemundo y Raimundo de Tolosa. Después del 23 de noviembre de 1098, los provenzales abandonaron Antioquía con Raimundo, pero Godofredo de Bouillon y Roberto, Conde de Flandes, iniciaron la marcha hacia Jerusalén a finales de febrero de 1099. Después de sitiar Gibel, el ejército principal se reagrupó ante Arka (el 12 de marzo), después de un recorrido triunfador que les dio la posesión de las principales ciudades de la costa levantina, como Trípoli y Beirut.
El 7 de junio, los cruzados llegaron ante Jerusalén e iniciaron el sitio de la ciudad. El 15 de julio de 1099, Godofredo y su hermano Eustaquio colocaron una torre de asalto en los muros, siendo los primeros en entrar en la ciudad. La conquista de la ciudad se hizo de manera sangrienta, los musulmanes fueron exterminados y la minoría judía, refugiada en la principal sinagoga, lo fue también por su colaboración con el poder islámico. Únicamente las minorías cristianas árabes fueron respetadas (jacobitas, ortodoxos y armenios). Godofredo, por su parte, se despojó de sus armas y, descalzo y en camisón, se dirigió a rezar al muro del Santo Sepulcro. Los cruzados victoriosos decidieron nombrar un rey que administrase el nuevo estado formado por los territorios conquistados de Palestina. El jefe reconocido de la cruzada era Raimundo IV de San-Gilles, quien rechazó la corona, al saber que no contaba con la unanimidad de todos los componentes de la cruzada. Finalmente, se establecería con sus caballeros provenzales en Trípoli, donde establecería otro señorío latino, donde la lengua de la nueva nobleza fue la lengua de Oc. Con respecto a Roberto de Normandía y a Roberto de Flandes, los otros dos jefes de peso de la cruzada, cumplida la finalidad de liberar Jerusalén y los santos lugares, sólo deseaban volver de nuevo a sus dominios europeos, tanto tiempo fuera de ellos. Finalmente, Godofredo de Bouillon fue elegido por unanimidad, aunque rechazó utilizar el término de rey, donde el Señor había sido coronado con la Corona de Espinas. Godofredo se estableció como defensor del Santo Sepulcro.
Godofredo de Bouillon era el único de los grandes que estaba dispuesto a quedarse, a diferencia de su hermano, Eustaquio, quien volvió a Europa. Godofredo era duque de Lorena, por herencia materna, descendiente del propio Carlomagno. No obstante, este señorío había sido conquistado por el emperador, quien se lo había enfeudado de nuevo, por su lealtad en la guerra de las Investiduras contra el Papa, pero sin carácter hereditario. Por tanto, a Godofredo más le convenía quedarse en Tierra Santa, que volver a tomar el mando de un territorio cuestionado por la autoridad imperial. En cuanto, a su persona, era el único que podía tener la unanimidad del resto de los componentes de la cruzada. Su idealismo caballeresco siempre se había resaltado, intercediendo en las disputas de los compañeros y demostrando su adhesión a la cruzada por su noble religiosidad. Este aspecto era visto por sus soldados hasta como un defecto, por ser Godofredo, famoso por su intensa vida religiosa y llevar una vida ascética. A diferencia de su hermano, Balduino, señor de Edesa, quien era más político y pragmático en el arte de gobernar. Sin embargo, su aspecto físico impresionó a los cristianos árabes, su altura y rubia cabellera, adornada por una barba dorada, representaba la imagen del guerrero venido del norte de Europa, que llevaba pocas generaciones cristianizado, pero que conservaba las virtudes guerreras de sus antepasados.
Godofredo resultó una persona de grandes cualidades, y un gran guerrero, pero siempre se mostró sensible ante las peticiones de la Iglesia, que ante la fuga que había protagonizado la jerarquía griega ante los musulmanes, el patriarcado y el resto de las sedes episcopales fueron ocupadas por francos de rito latino. Godofredo realizó numerosas donaciones al patriarcado, convirtiendo a la Iglesia en uno de los pilares económicos y políticos del nuevo Estado. Como guerrero, Godofredo consiguió derrotar a los egipcios, quienes siempre habían ejercido de potencia regional en la zona. La conquista de la fortaleza de Ascalón, proporcionaba la seguridad del Estado ante una posible invasión egipcia, proveniente desde el desierto del Sinai. Después buscó una salida segura en la costa, por donde pudiesen venir las peregrinaciones y las ayudas militares al nuevo reino, para cuya defensa resultaban imprescindibles. Para ello reconstruyó Jaffa, que se convirtió en el nuevo puerto del reino de Jerusalén. Por la mejor bahía, pensó en sitiar Acre, para lo que solicitó la ayuda de los venecianos. Venecia, Génova, Pisa y Amalfi pronto acudieron a las costas del nuevo reino, solicitando privilegios para sus comerciantes, quienes se instalaron en barrios separados, en las ciudades de la costa. Ellos harían de intermediarios entre las caravanas procedentes de Asia y los consumidores del occidente europeo. A cambio, los señoríos italianos, que rivalizaban entre sí, proporcionaban su ayuda naval a las operaciones militares del nuevo reino. Sin embargo, Tierra Santa se mostrará una tierra fatal para los cruzados. El clima y las enfermedades daban pronto con la vida de los cruzados. La población latina establecida en Palestina, siempre fue poco numerosa y la mortalidad de los niños varones fue grande. Además, la vida guerrera traería siempre un fuerte déficit de caballeros en el reino. Los estados latinos siempre dependerían para su defensa de la ayuda exterior de sus hermanos europeos. El 18 de julio de 1100, Godofredo moría en Jerusalén, un año después de la conquista de la ciudad Santa. El primer monarca jerosolomilitano sería enterrado en la iglesia del Santo Sepulcro, siendo sucedido por su hermano Balduino, señor de Edesa. Godofredo pasaría a la leyenda, como el ideal del caballero cruzado, idealista, cumplidor de su palabra, fiel a la Iglesia, obediente a la autoridad imperial y buen amigo de sus compañeros. Aunque, su corta vida como mandatario no reflejo categoría de estadista, su vida si demostró las cualidades que debía adornar a un guerrero y aun fiel servidor de la Iglesia