He de confesar que no seguí en los medios los fastos de la coronación
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Manuel Parra Celaya.
Mea culpa. He de confesar -sin el menor dolor por mi pecado ni arrepentimiento
alguno- que no seguí en los medios los fastos de la coronación de Carlos III, ni sus preparativos
ni sus colofones, y eso que intentaban bombardearme desde la pantalla y el papel de forma
inmisericorde. Me consta que este desprecio por mi parte puede entrar de lleno en eso que
llaman modernamente pecado social, pues fui insolidario de manera absoluta con miles o
millones de mis compatriotas de España y del resto de Europa (ya saben, como dijo Eugenio
d´Ors, “soy un ciudadano romano”).
Qué le voy a hacer si no me considero súbdito del Reino Unido, ni siquiera
simpatizante en lo político, por lo menos mientras los isleños de la Rubia Albión no restituyan
Gibraltar a España y las Malvinas a Argentina, entre otros agravios históricos que necesitarían
comentarios más extensos y jugosos; de ellos se ha encargado mi amigo Cesáreo Jarabo
Jordán, con su betseller “El fin del Imperio de España en América”, cuyo provocador título
original era “La conquista británica de España” (se entiende, sobre todo, la del otro
hemisferio… por ahora).
Puesto a vaciar mi conciencia, también reconozco que presto muy escaso interés a las
vacuas promesas que derraman los candidatos para las elecciones municipales y autonómicas
de fin de mes, fácilmente identificables como preludio de las generales. Desearía que, en estos
próximos comicios, las propuestas se centraran en los problemas de mi ciudad, tales como el
aumento de la delincuencia, la okupación, la escasez o inexistencia de viviendas accesibles
para trabajadores y jóvenes normales o los apuros para llenar la cesta de la compra, así como
una explicación de las inútiles obras que va sembrando la señora Ada Colau; en su lugar,
olfateo sin muchas dificultades el identitarismo separatista y la pose de teloneros para lo que
se está cociendo a nivel general. De todas formas, poco me importa, pues mi voto -testimonial,
si se quiere, o de claro disenso- ya lo tengo decidido.
Como tampoco me gusta el fútbol, fijo mi atención en aquellas noticias que me
afectan, preocupan u ocupan, en la medida de mis humildes posibilidades; así, me dolió
profundamente la caída en picado de la dignidad nacional con la visita de un tal Gustavo Petro
y los plácemes, halagos y condecoraciones de que fue objeto por parte de la derecha y de la
izquierda, mientras el sujeto en cuestión se había permitido, antes, durante y después,
auténticas estupideces sobre España y su historia.
Como todos los españoles conscientes, no dejo de mirar al cielo para ver si la pertinaz
sequía no terminará por desertizar esa España rural y vaciada, tan alejada de nuestras
cómodas posiciones urbanitas; evidentemente, los políticos e campaña solo se fijan en el caso
concreto de Doñana y eso por puros intereses partidistas; el suelo cuarteado de los territorios
constituye una clara metáfora de las mentes baldías y secas de muchos gobernantes y, lo que
es peor, de gobernados; pero ya dijo Thomas Jefferson aquello de que el mejor régimen es el
más capaz de seleccionar a los mejores para dirigir las oficinas del gobierno, por lo que resumo
mi crítica política en que estamos en las antípodas de esa frase histórica; la máxima distracción
parece ser asistir impávidos a la profanación de sepulturas en aplicación de las leyes de
memoria, esas que seguro nunca abolirá un gobierno de gentes de orden…
2
En el ámbito internacional, por supuesto que observo con cierta inquietud el conflicto
ruso-ucraniano (también llamado la guerra de Biden por los malintencionados) y, además de
por puras razones humanitarias, por su posible ampliación en otros ámbitos del orbe, por
ejemplo, cuando China quiera compaginar su misión pacificadora con la supresión de un
plumazo del feudo de Taiwán, lo que seguro molestará bastante a los inquilinos de la Casa
Blanca; vaticinan algunos expertos que ese va a ser el próximo punto caliente global, en el que
se va a implicar de hoz y de coz el primo de zumosol, que hasta ahora se limita a enviar
material de guerra sobrante en auxilio de Zelenski.
Y me duele especialmente esa ecúmene (Alberto Buela dixit) llamada Hispanoamérica,
a la que casi todos sin excepción -incluido el Vaticano- siguen llamando Latinoamérica, donde
el separatismo de allí adopta el nombre de indigenismo, por obra y gracia de los compadres
del marxismo cultural, que coloca sus peones en esas repúblicas hermanas con el fin de que
nunca pasen de Estados fallidos y, por supuesto, jamás dejen de ser esos “veinte pueblos
tristes” frente al “pueblo alegre del norte”, según cantó nuestro Rubén Darío.
Como verán los lectores, tengo suficientes razones para dejar de lado las noticias para
el consumo, coronaciones o campañas electorales, que sirven de entretenimiento y solaz para
las masas, con las que la peña (en expresión de Pérez-Reverte) se entretiene y no se lleva las
manos a la cabeza al ver la situación en que se encuentra nuestro pícaro mundo.
Por supuesto, no pretendo ser apocalíptico (fíjense en que no he mencionado siquiera
el dogma del cambio climático), pero motivos de atención no nos faltan. Mi mea culpa con el
que he encabezado estas líneas carece, por ello, de propósito de la enmienda.