Hoy he visto el odio: 14 de abril de 2016. Plaza de San Jaime de Barcelona, por la tarde
Manuel Parra Celaya. 14 de abril de 2016. Plaza de San Jaime de Barcelona, por la tarde. Junto al edificio del Ayuntamiento, un escenario con sistema de altavoces, presidido por un telón de fondo con los colores de la que fue bandera de España durante la Segunda República (en la Primera se mantuvo la enseña roja y gualda). Por una calle adyacente se incorporan unas ciento cincuenta personas que ocupan la calzada e integran la manifestación que va a asistir al acto conmemorativo de la fecha.
Más banderas tricolores, algunas con la estrella de cinco puntas en su centro. Los manifestantes llegan coreando unos slogans unánimes, en catalán: Mateu, mateu, mateu els fascistes! (¡Matad, matad, matad a los fascistas!), o, en un momento de más moderación, Fora els fascistes de tots el barris! (¡Fuera los fascistas de todos los barrios!). Cantan –mal entonado- el Himno de Riego: Si los curas y frailes supieran/ la paliza que van a llevar/ subirían al coro cantando / libertad, libertad, libertad. Observo entre los manifestantes a tres o cuatro chavalines, a simple vista de 3º o 4º de ESO, cada uno con su correspondiente asta y bandera tricolor.
En los altavoces del tablado suena el Ay, Carmela. Hablan por el micrófono algunos oradores (y oradoras) que, con voces desmesuradas, pretenden enardecer más a los asistentes. Cuando uno de ellos califica a la División Azul de asesinos a sueldo de Hitler, me marcho, para que no aumentan las bascas que hace rato noto en la boca del estómago… Aquello no era conmemoración histórica alguna. Nada de evocación de la “alegría del 14 de abril… la aspiración ferviente hacia el recobro de la unidad espiritual de España sobre nuevas bases de existencia física popular. Patria y justicia para el pueblo sufrido. Nación y trabajo” (José Antonio Primo de Rivera). Ni siquiera la expresión de confianza en que, en cualquier fecha del calendario, España encontrara la llave de un verdadero progreso en justicia, libertad, unidad y afirmación como patria de todos los españoles. Aquello era, simple y llanamente, odio.
Un odio creado artificialmente en tiempos recientes, un odio que seguro no llegaron a sentir los antiguos republicanos del 14 de abril del 31 ni los combatientes de ambos bandos en la guerra civil ni siquiera los represaliados por el franquismo. Odio viscoso, inducido por quienes solo saben odiar. Odio de quienes se oponen frontalmente a cualquier forma de conciliación y de convivencia entre los españoles, por encima de ideologías, partidos o proyectos políticos. Odio de quienes no vivieron, por supuesto, ni el 31, ni el 34, ni el 36, ni el 39…, de quienes nacieron al odio hace relativamente pocos años. Odio con el indispensable sustrato de la ignorancia provocada.
¿Qué sabrían de la Agrupación de Intelectuales al servicio de la República ni del posterior No es esto, no es esto orteguiano? ¿Qué sabrían de Manuel Azaña y de sus desencantadas Memorias? ¿Sabrían algo de los enfrentamientos entre Prieto y Largo? ¿Les sonaba la figura de Julián Besteiro? ¿Sabrían calcular cuántos meses estuvo en vigor la Constitución del 31, entre leyes de defensa, estados de guerra y censuras de prensa? ¿Podrían llegar a pensar que la puntilla a la Segunda República no se la puso Franco ni la guerra sino el Frente Popular? ¿Habrían leído una sola línea de, por ejemplo, Julián Marías?
De nuevo, el sectarismo, el odio y la ignorancia pueden cernirse sobre el presente y hacer imposible el futuro de una España tan lejana de aquella. No, allí no se conmemoraba una efemérides de la historia, sino, recogiendo la prédica eficaz de la desmemoria histórica, se mostraba a los sorprendidos transeúntes una virulenta expresión de odio, que, concebida como utópica operación retorno a 1931, olvida que, después, vino el 1936.