INTERDICTOS: El ruin chantaje de un convenio
Manuel Parra Celaya. “Pueblo chico, infierno grande”, decía un viejo adagio en relación con la fiscalización y el control sobre las personas y sus conductas que se daba, supuesta o realmente, en pequeñas poblaciones cuyos vecinos no tenían nada mejor que hacer que fisgonear sobre vidas ajenas y juzgar la moralidad rancia de todos y cada uno de sus actos; de ahí a formas de marginación o de interdictos solo había un paso.
No sé si esta tradición se mantiene o ha sido desplazada con creces por la tele-basura e Internet al alcance de todo quisque y por el relativismo postmoderno. De lo que sí estoy seguro es que la obsesión inquisitorial persiste en el plano de lo político y de lo ideológico, pero ya no tanto circunscrita a nuestros pueblos chicos sino a la Pequeña Aldea (léase Comunidad Autónoma, especialmente si está inficionada por el virus del nacionalismo), en la Mediana Aldea (que se puede traducir, de momento, con el sospechoso nombre de España) y en la Aldea Global (que es todo el mundo sometido al más feroz totalitarismo que vieron los siglos, emboscado por la dulce palabra democracia).
Me informan aquellos amigos andaluces de los que hablaba en mi artículo anterior que en el municipio de Cájar, en Granada, se ha producido un caso de interdicto, concretamente en la persona de D. Fernando García (al que no tengo el gusto de conocer), que era director de la Escuela Deportiva para la Integración Intercultural Perica; dijo era, ya que se ha visto obligado a dimitir, por medio del ruin chantaje de no ser renovado el convenio que esta escuela tenía con la Junta de Andalucía y con la Diputación de Granada. El motivo no hay que buscarlo en sospechas sobre la integridad sexual o económica del dimitido director, sino por la evidencia de ser el responsable en la Andalucía Oriental de un partido legal, concretamente Falange Española de las JONS.
Las viejas-del- visillo de la Comunidad, de la provincia y de la localidad actuaron, como buenas arpías, sobre este señor. Se argüirá que es un caso anecdótico, si no fuera porque llueve sobre mojado, no solo en toda la Piel de Toro sino en el ámbito, bastante pútrido, del territorio europeo, que no en balde lleva el nombre de aquella ninfa que ha aceptado otra vez una relación bestialista con el mandamás del Olimpo metamorfoseado en toro, la muy golfa. Cualquier disidencia con respecto al Pensamiento Único puede ser objeto de delación y de interdicto, y de ello tenemos abundantes noticias, alguna de las cuales llega a una prensa despistada y los más quedan silenciados por la censura. Ya se cuidan muy mucho los políticos de todos los pelajes y los supuestos intelectuales de no dejar traslucir en escritos o declaraciones nada que pueda estar en disonancia con el Discurso Oficial, ya sea referido, por ejemplo, al tema del aborto, al contrato llamado matrimonial entre personas del mismo sexo o a las Verdades Establecidas sobre sucesos históricos.
En relación con esto último –la Inquisición sobre el pasado, podríamos decir- es donde en España nos llevamos la palma; basta, como muestra y botón, la expurgación del callejero de todos aquellos nombres de personajes que, aunque no tuvieran implicación con ideologías o regímenes nefandos, mostraron en sus ideas una no concordancia ideológica con los que tienen actualmente en sus manos el pandero. Tal está ocurriendo en el Ayuntamiento de Madrid y de otras muchas poblaciones; y no hablo del caso de Barcelona o de las ciudades de Cataluña porque hace ya muchos años que actuó inexorablemente la Gestapo de la Pequeña Aldea. Se trata de borrar, no solo la mención honorífica, sino hasta el recuerdo de que tales personajes existieron: el totalitarismo vigente ha decretado, sin más, el Olvido.
¿Cómo se puede luchar contra esto, contra las Leyes y la Policía del Pensamiento? Mi consejo particular es: haciendo gala, sencillamente, de una grandiosa desfachatez, todo lo descarnada que se crea conveniente, que, en estos casos, deviene en instrumento de la verdad. Y, para ello, lo primero es asumir los pequeños sacrificios –tales como el de la dimisión de don Fernando García- y quitarse de encima el miedo, aunque tengamos que renunciar a la popularidad y al aplauso de los necios. De momento, salvo en contados casos, el Código Penal no puede castigar la disidencia en el pensamiento y el corte de mangas.