Manuel Parra Celaya. Me parece que los Carnavales, sus fiestas y cortejos, han perdido fuelle en la vida española actual. Por lo que me han dicho mis amigos gaditanos, los más tradicionales, en este mes de febrero, han dejado de ser tales, pues se han convertido, de festejos populares, por una parte, en aglomeración de guiris españoles y extranjeros, y, por otra, en afluencia de personas poco recomendables. Parece que mantienen cierta brillantez los carnavales de Tenerife, pero acaso también sea una cuestión de tiempo. Para los niños, la dura competencia del foráneo Halloween ha restado entusiasmo a los carnavales; ya sabemos, sin embargo, que, aparte de los videojuegos, una de las aficiones infantiles consiste en disfrazarse, a veces solo para el disfrute de las mamás; por ello, algunos colegios se empeñan en mantener la tradición, pero de forma cada vez más cansina y de acuerdo con patrones estereotipados.
Manuel Parra Celaya. Ha comenzado a bombo y platillo el Gran Año de Franco. ¿Quién lo iba a decir cuando se cumplen los cincuenta años de su fallecimiento en una cama de hospital? Para más asombro, quien proclama la inauguración de la efemérides es Pedro Sánchez, diz que socialista.
Indudablemente, la muletilla del franquismo ha sido, es y será el leit motiv de su Gobierno, ese que se mantiene -por el momento- con el apoyo de los que se niegan a ser españoles y de comunistas reciclados en wokismo. No contento con profanar la tumba en el Valle de los Caídos (que siempre, por cierto, ha mantenido el topónimo de Cuelgamuros), el Presidente del Ejecutivo prepara un 2025 pleno de fastos y eventos, tanto en el ámbito nacional como en el autonómico, en el que, como es lógico, solo estará autorizada la versión oficial de la historia y condenada a las tinieblas exteriores -es decir, cancelada por censura y por ley incluso- toda voz discrepante.
Manuel Parra Celaya. Aún no se han limpiado las calles de la propaganda de las últimas elecciones, y es una lástima porque los carteles, aparte de repetir los eslóganes archiconocidos, se van pudriendo y sus pingajos adquieren un aspecto más siniestro que cuando fueron instalados. Además, persisten, o se acrecientan, bastantes papeles engomados en fachadas, buzones y espacios de todo tipo con imágenes de vacas, gallinas y cerdos (con perdón), en los que se insiste al viandante curioso y sorprendido por esa proliferación para que se convierta en vegano, es decir, a no consumir productos de origen animal. Bueno, cada uno es libre de preferir una determinada forma de alimentación, y un servidor de ustedes respeta todas y cada una de las opciones culinarias, en el buen sentido de que exista reciprocidad, es decir, que no se entrometan en las mías, ni siquiera con la menor forma de coacción psicológica.
Manuel Parra Celaya. La prohibición como fórmula, el decretazo como arma, la sanción social como ostracismo para los disidentes. Esta es la atmósfera en la que estamos inmersos todos los ciudadanos occidentales y, en concreto, los habitantes de este laboratorio de pruebas del Pensamiento Único y sus Ideologías, que se llama España. Una anécdota sin importancia ha suscitado estas líneas: recientemente, fui invitado a un evento (ahora, todo son eventos) que se celebraba en un local cedido por una Administración pública; los convocantes sugirieron, para hacer más amigable y simpática la ocasión, que el acto finalizara con un aperitivo, cuyos componentes prácticos fueran aportados por los asistentes; inmediatamente, la susodicha Administración avisó, de forma terminante, que de ningún modo se podrían aportar bebidas alcohólicas, incluyendo la cerveza; ha de añadir que todos los posibles asistentes eran adultos y algunos algo más que eso. He aquí como hube de conformarme con un pincho de tortilla de patata acompañado de una limonada…
MANUEL PARRA CELAYA. He llegado a la conclusión de que nuestro defecto nacional más destacado no es la envidia, como han sostenido sesudos varones, sino la dejadez. Dejadez aplicada, especialmente, a nuestro patrimonio nacional; me consta que no soy original en esta idea, pero abundo en ella con toda rotundidad. De este modo, los aviesos propósitos de la Memoria Democrática de Pedro Sánchez, que se refieren obsesiva y morbosamente al período histórico del franquismo, ese que debe ser silenciado, manipulado o tergiversado, encuentran fácil acomodo es una sociedad que se desinteresa de todo aquello que considera vetusto, carente de rabiosa actualidad e “inútil” para obtener réditos de él. ¿No te has sobrecogido nunca, amigo lector, cuando te has encontrado con un edificio en ruinas que antaño debió ser palacio o iglesia, convento o fortín, en todo caso, escenario de nuestra historia?
Manuel Parra Celaya. Se dice popularmente, con todo el cinismo del mundo pero también con todo realismo, que el que cambia de bando cuando las circunstancias vienen dadas y propicias es un traidor si va del nosotros a ellos, y es un convertido si la operación es a la inversa, es decir, del ellos al nosotros. La figura del convertido -o converso, en términos más clásicos- puede ser objeto de sospechas, en función del entusiasmo o fogosidad con el que abrace las nuevas ideas, pero, a veces, según el contexto o la mala memoria de las gentes, puede ser bien recibido e incluso aclamado.
Casos los tenemos en gran cantidad si echamos una ojeada a la historia; desde el “marchemos francamente, y yo el primero, por la senda constitucional” de Fernando VII al caso del general Cabrera, que, de Tigre del Maestrazgo en el carlismo, pasó a difundir en 1875 un manifiesto poniéndose al lado de Alfonso XII “con la intención de salvar los principios que siempre he defendido, que yo quiero defender todavía y que espero me ayudaréis a defender, donde estaré a vuestro lado y donde moriré”.
Manuel Parra Celaya. Hoy quería haber escrito sobre algo importante, como la festividad de la Inmaculada Concepción (antiguo Día de la Madre), o sobre el milagro de Empel y la Infantería española, con motivo de su Patrona, pero cometí el gran error de ver las últimas noticias en televisión; en consecuencia, mi estado de ánimo fue descendiendo en picado y me guardo estas efemérides importantes para mi consumo privado y el de mis círculos cercanos. Como dicen que el buen humor es un antídoto eficaz para evitar úlceras de estómago y otras dolencias psicosomáticas, me atrevo a contarles en este artículo un viejo chiste; los lectores me perdonarán si su argumento entra de lleno en lo escatológico (segunda entrada del diccionario de la RAE), pero la culpa la tiene la imprudencia de haber seguido la actualidad española ante la pequeña pantalla antes de irme a la cama.
Manuel Parra Celaya. De nuevo, la prensa, la televisión y las redes sociales no han perdido ocasión para sacar a la actualidad el nombre de José Antonio Primo de Rivera, esta vez con motivo del sexto traslado de sus restos mortales; digamos entre paréntesis que los errores de bulto han vuelto a ilustrar la escasa atención de algunos periodistas hacia los manuales de historia, como ha sido el caso de calificarlo de “dictador”(¡). En todo caso, como se puede comprobar, nunca ha dejado de estar de actualidad. He dicho el sexto traslado, si no me equivoco en la cuenta: de la fosa común a un nicho en el mismo cementerio de Alicante; de este nicho, a otro, cuyo importe dicen que fue sufragado por Elizabeth Adsquith, la princesa Bibiesco, amiga suya y, a la vez, de Manuel Azaña, que también dicen que intentó impedir el asesinato, a pesar de que “también era un prisionero del Frente Popular”; de este segundo nicho alicantino a El Escorial, en cortejo multitudinario a pie; de allí, al Valle de los Caídos, en 1959, también acompañado a pie por miles de falangistas que no acataron el interdicto del Almirante Carrero. Ahora, la necrofilia sectaria ha vuelto a desenterrarlo.
Manuel Parra Celaya. Algunos domingos suelo leer el ABC, y no por coincidir necesariamente con la línea editorial de Vocento, sino por la calidad de alguna de las colaboraciones y por contrastar la información con la que ofrecen otros medios. Suelo detenerme en “la tercera”, normalmente bien escrita y en profundidad, aunque discrepe de la opinión vertida; sobre todo, no me pierdo en la revista “El Semanal”, que acompaña al diario, el artículo de mi admirado Arturo Pérez-Reverte y la enjundia de la sección “Animales de compañía”, del no menos admirado Juan Manuel de Prada.
Manuel Parra Celaya. He regresado hace escasos días de una corta estancia en Italia, con ocasión de la Adunata o reunión anual de los Alpini; allí me he encontrado, una vez más, como en mi propia tierra española, como en casa, salvando las pequeñas dificultades del idioma, y en cada ocasión en que he asistido a ese acto me sucede lo mismo. También me sentí como en casa (con más dificultades de comunicación, claro) en otras estancias en Viena, Praga o Polonia. En punto a mi origen y universalidad, comparto plenamente el aforismo de Eugenio d´Ors “Yo soy un ciudadano romano”, y, llevándolo a la actualidad, “yo soy un ciudadano europeo”.