CON V DE VEGANO
Manuel Parra Celaya. Aún no se han limpiado las calles de la propaganda de las últimas elecciones, y es una lástima porque los carteles, aparte de repetir los eslóganes archiconocidos, se van pudriendo y sus pingajos adquieren un aspecto más siniestro que cuando fueron instalados. Además, persisten, o se acrecientan, bastantes papeles engomados en fachadas, buzones y espacios de todo tipo con imágenes de vacas, gallinas y cerdos (con perdón), en los que se insiste al viandante curioso y sorprendido por esa proliferación para que se convierta en vegano, es decir, a no consumir productos de origen animal. Bueno, cada uno es libre de preferir una determinada forma de alimentación, y un servidor de ustedes respeta todas y cada una de las opciones culinarias, en el buen sentido de que exista reciprocidad, es decir, que no se entrometan en las mías, ni siquiera con la menor forma de coacción psicológica.
Lo “políticamente correcto” ha dejado de ser una anécdota
Manuel Parra Celaya. La prohibición como fórmula, el decretazo como arma, la sanción social como ostracismo para los disidentes. Esta es la atmósfera en la que estamos inmersos todos los ciudadanos occidentales y, en concreto, los habitantes de este laboratorio de pruebas del Pensamiento Único y sus Ideologías, que se llama España. Una anécdota sin importancia ha suscitado estas líneas: recientemente, fui invitado a un evento (ahora, todo son eventos) que se celebraba en un local cedido por una Administración pública; los convocantes sugirieron, para hacer más amigable y simpática la ocasión, que el acto finalizara con un aperitivo, cuyos componentes prácticos fueran aportados por los asistentes; inmediatamente, la susodicha Administración avisó, de forma terminante, que de ningún modo se podrían aportar bebidas alcohólicas, incluyendo la cerveza; ha de añadir que todos los posibles asistentes eran adultos y algunos algo más que eso. He aquí como hube de conformarme con un pincho de tortilla de patata acompañado de una limonada…
Nuestro defecto nacional más destacado no es la envidia, como han sostenido sesudos varones, sino la dejadez
MANUEL PARRA CELAYA. He llegado a la conclusión de que nuestro defecto nacional más destacado no es la envidia, como han sostenido sesudos varones, sino la dejadez. Dejadez aplicada, especialmente, a nuestro patrimonio nacional; me consta que no soy original en esta idea, pero abundo en ella con toda rotundidad. De este modo, los aviesos propósitos de la Memoria Democrática de Pedro Sánchez, que se refieren obsesiva y morbosamente al período histórico del franquismo, ese que debe ser silenciado, manipulado o tergiversado, encuentran fácil acomodo es una sociedad que se desinteresa de todo aquello que considera vetusto, carente de rabiosa actualidad e “inútil” para obtener réditos de él. ¿No te has sobrecogido nunca, amigo lector, cuando te has encontrado con un edificio en ruinas que antaño debió ser palacio o iglesia, convento o fortín, en todo caso, escenario de nuestra historia?
UN TÉ MORUNO EN LA SIERRA DE GREDOS
MANUEL PARRA CELAYA. Ocurrió hace ya diez años, cuando se celebraba el cincuenta aniversario de la creación de la Organización Juvenil Española en el curso de un gigantesco campamento en la Sierra de Gredos. Un grupo de “veteranos” -ahora más seniles que juveniles- participábamos en la efemérides, repitiendo, con alegría, nostalgia y algún que otro dolor lumbar, la experiencia de dormir bajo tienda de campaña y sobre una ruda colchoneta.
Solo un 21% se mostraba partidario de defender al territorio nacional en caso de guerra
Manuel Parra Celaya. En mi acostumbrada y apresurada revista de prensa diaria -en la que, tal como está el patio, volqué mi atención a los asuntos internacionales- me llamó la atención un titular: “Los españoles, los menos dispuestos a tomar las armas” (ABC, 1 de marzo); según una encuesta de Gallup Internacional de 2015, solo un 21% se mostraba partidario de defender al territorio nacional en caso de guerra. Y, transcurridos siete años, me da la impresión de que este porcentaje no ha experimentado mucha variación…
Sacar a la actualidad el nombre de José Antonio Primo de Rivera
Manuel Parra Celaya. De nuevo, la prensa, la televisión y las redes sociales no han perdido ocasión para sacar a la actualidad el nombre de José Antonio Primo de Rivera, esta vez con motivo del sexto traslado de sus restos mortales; digamos entre paréntesis que los errores de bulto han vuelto a ilustrar la escasa atención de algunos periodistas hacia los manuales de historia, como ha sido el caso de calificarlo de “dictador”(¡). En todo caso, como se puede comprobar, nunca ha dejado de estar de actualidad. He dicho el sexto traslado, si no me equivoco en la cuenta: de la fosa común a un nicho en el mismo cementerio de Alicante; de este nicho, a otro, cuyo importe dicen que fue sufragado por Elizabeth Adsquith, la princesa Bibiesco, amiga suya y, a la vez, de Manuel Azaña, que también dicen que intentó impedir el asesinato, a pesar de que “también era un prisionero del Frente Popular”; de este segundo nicho alicantino a El Escorial, en cortejo multitudinario a pie; de allí, al Valle de los Caídos, en 1959, también acompañado a pie por miles de falangistas que no acataron el interdicto del Almirante Carrero. Ahora, la necrofilia sectaria ha vuelto a desenterrarlo.
¿José Antonio y Ledesma Ramos de derechas?
Manuel Parra Celaya. Algunos domingos suelo leer el ABC, y no por coincidir necesariamente con la línea editorial de Vocento, sino por la calidad de alguna de las colaboraciones y por contrastar la información con la que ofrecen otros medios. Suelo detenerme en “la tercera”, normalmente bien escrita y en profundidad, aunque discrepe de la opinión vertida; sobre todo, no me pierdo en la revista “El Semanal”, que acompaña al diario, el artículo de mi admirado Arturo Pérez-Reverte y la enjundia de la sección “Animales de compañía”, del no menos admirado Juan Manuel de Prada.
Mi inclinación europeísta no me impide sentirme miembro de la ecúmene hispanoamericana
Manuel Parra Celaya. He regresado hace escasos días de una corta estancia en Italia, con ocasión de la Adunata o reunión anual de los Alpini; allí me he encontrado, una vez más, como en mi propia tierra española, como en casa, salvando las pequeñas dificultades del idioma, y en cada ocasión en que he asistido a ese acto me sucede lo mismo. También me sentí como en casa (con más dificultades de comunicación, claro) en otras estancias en Viena, Praga o Polonia. En punto a mi origen y universalidad, comparto plenamente el aforismo de Eugenio d´Ors “Yo soy un ciudadano romano”, y, llevándolo a la actualidad, “yo soy un ciudadano europeo”.
PINTADAS
MANUEL PARRA CELAYA. Desde tiempo inmemorial, los seres humanos hemos tendido a comunicar nuestras reivindicaciones, nuestras cuitas o nuestros desahogos en los muros, para que el prójimo fuera partícipe de nuestras ideas o pulsiones, puramente personales o en busca de la complicidad de otros. Las paredes hablan, siempre se ha dicho, sobre todo cuando se da una censura, explícita o implícita, que coarta la libre expresión; claro que las redes informáticas proporcionan un cierto respiro, pero a todos nos consta que van a por ello…
MÁS ALLÁ DE LA POLÍTICA
MANUEL PARRA CELAYA. Un amigo que leyó mi último artículo (“En camisa de once varas”) me ha reprochado, festivamente, lo que llama un cierto cinismo en su contenido, ya que en aquel afirmo “no entender de política” y escribir sobre ella “por una vez”; mi buen y socarrón amigo opina, por el contrario, que casi todos mis textos son de naturaleza e intención políticas. Me apresuro ahora a rebatirle: el ámbito en el que me suelo mover con la pluma no es la política, sino la metapolítica, salvo en raras ocasiones; y si, al tratar de política, me siento como un pulpo en una perfumería, en esa otra materia pretendo ser un atento alumno que recurre frecuentemente a buenos maestros para progresar adecuadamente, siempre con más o menos fortuna.