(PRESUNTAMENTE) BRUJAS
MANUEL PARRA CELAYA. Por fin, una buena noticia nos ayuda a disipar un panorama inquietante. Un rayito de sol, inesperado, aclara los nubarrones de esta confusa coyuntura en la que estamos inmersos; por fin, algo nos predispone a recuperar nuestra maltrecha confianza en el parlamentarismo y a ver con optimismo, por lo menos, el futuro de Cataluña.
¿Nos referimos a que se ha puesto fin al procés y todos, electores y elegidos para las altas tareas de legislar y gobernar se han puesto a trabajar para enderezar una maltrecha economía, ofrecer trabajos dignos a jóvenes y mayores, promocionar viviendas sociales o transformar Barcelona en la ciudad moderna y europea de otros tiempos?
O, en el plano nacional, ¿será que el Gobierno socialista-podemita reconoce sus errores y asume un camino de verdadera reconciliación entre los españoles? ¿Acaso que la oposición ha dado por finiquitadas sus querellas internas de liderazgo? Y ya desde una perspectiva más amplia, ¿nos referimos a que Putin y Biden han alcanzado un compromiso pacífico y permanente sobre el tema ucraniano? ¿Se habrá dado por terminada la pandemia?
Nada de eso, sino algo más trascendente… La noticia que hace renacer nuestras ilusiones y nuestra confianza en los seres humanos nos la dio La Vanguardia barcelonesa el día 27 de enero; textualmente: El Parlamento catalán indulta a las mujeres acusadas de brujería entre los siglos XV y XVII, que son setecientas, más o menos, y, según la misma fuente, se trata de dar nombre en las calles y plazas a todas ellas. Nos imaginamos que arrebatándoselas con toda justicia a fascistas como el Almirante Cervera o Ramiro de Maeztu.
La reivindicación procedía de un reportaje de máxima actualidad de la revista Sapiens, oráculo histórico de la máxima solvencia, y acogida con fervor por los representantes del pueblo catalán. La propuesta fue aprobada con los votos entusiastas de ERC, Junts, la CUP y los Comunes: Ciudadanos se abstuvo, para no comprometerse (como casi siempre), el PP, demostrando una vez más su cerrazón, votó en contra, y dicen las crónicas que el PSC, puesto entre la espada y la pared, prestó al final su asentimiento.
Aclaran las informaciones que, en aquella sañuda persecución antidemocrática contra las mujeres que (presuntamente) tenían trato con el Gran Cabrón (Satanás, para los amigos/as), la Inquisición nada tuvo que ver; al contrario, los casos que llegaron a sus manos fueron desestimados o se impusieron penas muy leves. Fue el pueblo el que se cebó contra estas señoras o señoritas, nos imaginamos que soliviantado por elementos ultraderechistas, precursores de Vox.
Los partidos y personas que han aceptado unánimemente los partidos que han impulsado la necesaria rectificación han encontrado un parangón entre aquellas acusadas de brujería con las actuales feministas; al respecto, nos ha venido la memoria aquel axioma jurídico que dice A confesión de parte, relevo de pruebas.
Aunque no tenga la menor importancia, hemos advertido un pequeño desliz histórico -seguramente fruto de la emotividad del momento- en la diputada Susana Segovia (de Comunes), que dijo textualmente: “La caza de brujas jugó un papel fundamental en los mecanismos de control de la Edad Media”; debemos disculpar este yerro con total generosidad, ya que prolonga ese oscuro tiempo medieval a la época situada entre los siglos XV y XVII, pero a lo mejor así se lo enseñaron en las aulas de la ESO.
Por su parte, la diputada de ERC, Jern Díaz, asimiló directamente aquellas acusaciones de brujería del pasado a la persecución que sufren hoy en día sus valientes correligionarias: “Ahora nos llaman feminazis, histéricas y… (perdonen, pero me niego a transcribir la palabra de esta representante parlamentarias por su crudeza)”. Sea como sea, los huesos de sus antepasadas podrán descansar tranquilos en sus sepulturas, ya que han sido indultadas en el siglo XXI por una valiente resolución del Parlamento de la Cataluña autónoma.
Efectivamente, se trataba de un tema perentorio, de una justa reparación histórica que se le había olvidado a Sánchez en su memoria democrática y cubría de oprobio a todos los catalanes; ¿cómo ha sido posible que se hubiera pasado desapercibida esta reivindicación tan justa y necesaria en los anales de la Transición? ¡Nada menos que cuatro siglos, por lo menos, de ominoso silencio! Los promotores del indulto han justificado de sobra el sueldo que cobran de todos nosotros al poner sobre la mesa un problema que remordía de conciencia de todos los catalanes.
Nada más loable que honrar a los antepasados (y antepasadas, en este caso), costumbre que ya practicaban los pueblos de la antigüedad; también podemos hablar de una aceptación, expresa y no simplemente tácita, de una herencia ancestral y -reconocen- genética.
Por mi parte, prometo solemnemente no utilizar nunca los denigrantes epítetos que menciona la señora Díaz de ERC. Y acudir, sencillamente, al apelativo de brujas. Siempre con la presunción, se entiende, de que el término utilizado no se ajuste a la realidad, como en tantos y tantos casos de aquellas señoras y señoritas “de la Edad Media”.