Manuel Parra Celaya. Hoy no me pide el cuerpo escribir nada desagradable, como, por ejemplo, ese rodillo frentepopulista que va a aprobar los Presupuestos Generales del Estado (español, para más paradoja), o sobre las generosas dádivas que aparecen cada día el BOE para subvencionar asociaciones afines, ni siquiera sobre el mosqueo de Felipe González cuando le mandan callar. Creo que los lectores, además, me lo van a agradecer… Así que, empezado este mes de diciembre, me he sentido proclive a tratar sobre la Navidad, quizás por autoinfundirme una dosis de ilusión y de esperanza en medio de este panorama desolador, quizás por puro espíritu de contradicción.
Manuel Parra Celaya. La fecha del 20 de noviembre habrá pasada sin pena ni gloria para la mayoría de los jóvenes españoles, más preocupados lógicamente por su incierto futuro que por la historia que les han arrebatado. Quienes ya no somos tan jóvenes, sin embargo, echamos mano de nuestros conocimientos o de nuestra memoria, y llegamos a la conclusión de que se trata de una fecha que tiene un poco de casualidad, algo de aciaga y bastante de advertencia.
Manuel Parra Celaya. Desconozco del todo la razón de que los octubres sean meses proclives a las transformaciones, sobresaltos y novedades para la historia. En unos casos, han sido proemios de verdaderas inquietudes revolucionarias que han dado mucho de sí, como el asalto al Palacio de Invierno por los bolcheviques, la Marcha sobre Roma que asentó al fascismo en Italia o la fundación de Falange Española en el Teatro de la Comedia. En otras ocasiones, representaron cambios sustantivos en sus respectivos países, como las proclamaciones de la Primera República portuguesa en el siglo XIX o de la República Popular China a punto de comenzar la segunda parte de la centuria pasada.
Manuel Parra Celaya. ¡Intelijencia, dame el nombre exacto de las cosas!, pedía nuestro poeta, empecinado, no solo en su particular e intransferible ortografía, sino sobre todo en encontrar la palabra cabal y exacta, dictada desde la profundidad en el pensamiento y desde la belleza en la creación poética. Ya sabemos también que a los pueblos no los mueven más que los poetas, y nada más opuesto a la inteligencia y a la poesía tan exigentes de Juan Ramón Jiménez que el extraño y curioso dialecto que emplean nuestros gestores de la cosa pública y los gacetilleros a su sombra, y que fue calificado como politiqués por la agudeza de Amando de Miguel hace algunos años.
Manuel Parra Celaya. Ante esta situación de pandemia, no es extraño que empiecen a aflorar, incluso a proliferar, las más variadas especulaciones, pues en algo hay que entretener la imaginación en días de cuarentena; las hay de un rancio determinismo biológico, con base en una selección natural (aun antes de aprobar el gobierno la eutanasia), o mediante la explicación tan ecologista de que se trata de una venganza de la Naturaleza agraviada por el hombre. También abundan, cómo no, las teorías de carácter conspiratorio, en busca de culpables en la sombra. La fantasía es libre, y cada cual elige entre las explicaciones peregrinas o, como hace modestamente un servidor, poniendo la cabeza en la razón y los pies en el duro suelo de lo real.
Manuel Parra Celaya. La Gran Coalición – Frente Popular, para unos; Santa y Laicista Alianza, para otros- que ganó la moción de censura va marcando su territorio, que es el de toda España, y lleva su paso inexorable, casi prusiano; aunque desconfío de las tesis que le asignan improvisaciones constantes, Pedro Sánchez va pagando con creces sus deudas a todos. Unos reciben sus prometidas recompensas con una mezcla de júbilo infantiloide y autocomplacencia, como Podemos
MANUEL PARRA CELAYA Ser buen español al uso parlamentario es fácil cosa: basta con cruzarse de brazos y dejar que España se hunda al son de retruécanos; mientras que para ser buen español a secas se necesita ser héroe. ¿Nos suenan a cosa de hoy estas palabras? ¿A que parecen haber sido escritas para la coyuntura por la que estamos pasando? Sin embargo, tienen más de cien años de antigüedad, y su autor -presidido por ese imperativo poético constante en un estilo español de entender la vida- es el poeta Joan Maragall en su artículo La Patria nueva.
Manuel Parra Celaya. Es arriesgado esto de escribir siempre con carácter de provisionalidad, sin saber si la noticia que esperamos saltará dentro de unas horas o unos minutos, y dejará fuera de juego tus palabras: uno de los rasgos del buen periodismo, sea de información o de opinión, es su actualidad; pero no están los tiempos para ensayos… Ya volveremos a ellos cuando a los catalanes, y a los españoles en general, se nos conceda una tregua en este confuso panorama. Cuando pongo mano a la pluma, el paisaje aparece, más o menos, de la siguiente forma:
Manuel Parra Celaya. El separatismo siempre ha dado muestras de una característica innata, que le viene otorgada por su trasfondo ideológico de nacionalismo irredento y por su origen cultural e histórico en el romanticismo decimonónico: el victimismo. Suceda lo que suceda, se desenvuelvan de una forma u otra los acontecimientos, el recurso a la lamentación y al martirologio, cuando no a la lágrima, está servido.
Manuel Parra Celaya. No, no voy a glosar la figura de Leónidas y sus trescientos espartanos que defendieron el Paso de las Termópilas frente a la invasión asiática de Jerjes, sino a algo más prosaico, vulgar, archiconocido y, qué les voy a decir, repulsivo: a los trescientos sacerdotes y diáconos que, quizás pretendiendo emular a aquellos valientes helenos, han firmado un manifiesto a favor del referéndum separatista.