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Diario YA


 

José Luis Orella: El ajedrez ucraniano

 

 

Ucrania se desliza hacia la división social. Finalmente ha quedado claro que el rechazo al acuerdo con la UE, en realidad escondía una nueva revolución. (El ajedrez ucraniano)

 

 

LO QUE VA DE AYER A HOY

MANUEL PARRA CELAYA  Ser buen español al uso parlamentario es fácil cosa: basta con cruzarse de brazos y dejar que España se hunda al son de retruécanos; mientras que para ser buen español a secas se necesita ser héroe.
    ¿Nos suenan a cosa de hoy estas palabras? ¿A que parecen haber sido escritas para la coyuntura por la que estamos pasando? Sin embargo, tienen más de cien años de antigüedad, y su autor -presidido por ese imperativo poético constante en un estilo español de entender la vida- es el poeta Joan Maragall en su artículo La Patria nueva.
    Hoy en día, los retruécanos parlamentarios son escasamente imaginativos y creativos; alejados de cualquier impronta para una oratoria insigne, se inscriben unos exclusivamente en la frialdad del lenguaje jurírico-administrativo; otros, en la vulgaridad del habla más coloquial e incorrecta, e incluso algunos en la chabacanería o en la grosería que impone la demagogia.
    La cuestión es que llevamos décadas en que se ha hecho omisión -cuando no burla o menosprecio- de la heroicidad que, para el poeta catalán, se precisaba para ser buen español; curiosamente, con una reiterada invocación a la democracia, se ha construido una sociedad en la que una auténtica vida democrática, esto es, interesada y participativa en los problemas de la res pública, ha sido prácticamente nula o limitada al ejercicio de depositar una papeleta en la urna cada cierto tiempo.
    Ha bastado que, en uno o en varios de los rincones de la nación, se propulsaran proyectos ilusionantes -e ilusorios, falaces y disgregadores- para que amplios sectores de población se pusieran en movimiento. Y entonces sí, por reacción otros amplísimos sectores -la mejor parte de la sociedad española, catalana o no catalana- también se ha movido, despertada de un largo letargo, para contestar a los primeros: la evidencia de un peligro separatista ha servido para un renacer del patriotismo español, heroico en muchos casos por tener que sufrir la presión del qué dirán de su entorno.
    Vamos a examinar ambos fenómenos -el unitario o lealista y el disgregador, para intentar establecer el panorama y sus posibles alcances.
    El primero, el del renacer del patriotismo, se mueve, en frase tópica, a pie de calle, pero encuentra escasos ecos en lo que Maragall llamó el uso parlamentario: cuando aquí se invoca la unidad nacional como idea suprema, aquí se responde con estrictas invocaciones a la legalidad constitucional; cuando allí se muestra apasionamiento, grito y canción, aquí se contesta con mesuras y proporcionalidades, cuando no con el silencio; cuando allí se está pidiendo un proyecto atractivo de vida en común, aquí se responde con razones jurídicas, con estadísticas y tantos por ciento macroeconómicos. Parece que exista un propósito implícito de congelar las emociones y que la predisposición popular a su bandera vuelva a quedar reducida al ámbito de lo deportivo.
    Al segundo, el no apagado clamor de la secesión y el particularismo nacionalista, se le proporcionan, de nuevo por omisión, nuevos motivos, incentivos y refuerzos para su enrocamiento, sin intentar ni por asomo reconducirlo y aprovechar su fuerza ciega para mejores empresas.
    No es caer en el anacronismo un estudio de la evolución del catalanismo desde sus primeros pasos al comienzo del siglo XX -momento del artículo de Maragall- a estos momentos de principios del siglo XXI: en aquel momento lejano la disyuntiva que se le presentaba era incorporarse a un regeneracionismo español o refugiarse en sus casillas de insolidaridad y distancia del resto de España. Ganó tristemente la segunda opción.
    Ahora, nos podríamos formular la pregunta de si es posible volver a establecer ese dilema; para poder hacerlo con realismo, sería necesaria la existencia de un nuevo regeneracionismo nacional, en aquellos tiempos ninguneado por los políticos de la Primera Restauración y hoy casi proscrito por los de la Segunda.
    Sin embargo, nuestra patria precia de una profunda regeneración, que va mucho más allá de una presunta reforma constitucional; son muchos los problemas, presididos por uno esencial, en expresión casi legendaria: nacionalizar España. Acaso este proyecto exija una profunda revisión de conceptos, elevados a la categoría de dogma desde la Transición; acaso lo urgente sea la falta de autenticidad democrática, que el trabajo sea de verdad un derecho y un deber, que se establezcan unas bases axiológicas indiscutibles para los supuestos consensos, que se produzca el reencuentro con el profundo ser de España… No es el menor cuestionarse la propia existencia y definición del Estado de las Autonomías.
    Si se llegara a esos planteamientos regeneracionistas, quizás entonces para el sector todavía seducido por el secesionismo se cumplirían otras palabras del mismo artículo de Joan Maragall con que se abrían estas líneas: El catalanismo, para ser españolismo, ha de ser heroico, y su primera heroicidad ha de ser la mayor: vencerse a sí mismo. Vencer el impulso de apartamiento en que nació; vencer sus rencores y sus impaciencias, y vencer un hermoso ensueño.
    Porque ese ensueño -ver en Cataluña una gran misión, seguía nuestro poeta- se integraría en la realidad de participar en una gran misión llamada España.
                                                        

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