JALOWIN PA TÓS
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Rafael Nieto, director de Sencillamente Radio en Radio Inter. El advenimiento y la aceptación popular de esta mamarrachada del Halloween es la prueba del nueve de que vivimos en una sociedad, la española, completamente idiotizada, sin el menor sentido del ridículo y con un desconocimiento total de cuáles son los puntos cardinales de una vida ordenada y normal. Esta fascinación cutre por los fiambres, que es en resumen en lo que consiste la fiestecita, nos retrata como lo que somos: un colectivo formado mayormente por majaderos sin el menor respeto a la tradición cultural española, absolutamente manipulable por el primer vendedor de alfombras que se cruce por su camino, y por todo ello, condenado al ocaso.
Estas cosas siempre han pasado en los coletazos finales de las civilizaciones. Los individuos pierden primero el respeto a su Dios, más tarde abominan de sus referentes morales, caen en un sucio relativismo que todo lo pudre y enfanga, y se termina abrazando lo primero que llega, ya sea superstición, magia negra, la bruja Lola o, insisto, el primer mequetrefe que aparezca por la puerta con alguna presunta novedad. Y a la España atea o agnóstica de hoy, a la España anticatólica, parece que le entusiasma Halloween.
En España, tradicionalmente, la Festividad de Todos los Santos y la de los Fieles Difuntos, eran días para acudir a los cementerios para rezar a los seres queridos, llevarles flores y adecentar las sepulturas, todo ello en un clima de recogimiento y silencio, de respeto a la memoria de quienes ya no están aquí, pero que con certeza gozan de la vida eterna al lado del Padre. Son días muy familiares, de una cierta tristeza o nostalgia por la soledad o el recuerdo de los que ya no se encuentran junto a nosotros. Nada que ver con esta exposición pública de desvergüenza, con este espectáculo tenebroso, a medio camino entre lo cutre y lo macabro, que es el Halloween de marras.
Pero si triste, penoso y lamentable es ver a personas adultas haciendo el memo por la calle, disfrazados de zombis, o de esqueletos, o de otras calamidades andantes, resulta especialmente grave que se traslade esta horterada anticatólica y antiespañola a los niños de la más tierna infancia. Llenando sus pequeñas cabezas de imágenes horripilantes, de espectros y calaveras, creando en ellos (probablemente sin saberlo) situaciones traumáticas que pueden terminar convirtiéndose en verdaderos problemas de por vida. Y lo que es peor aún: promoviendo en los hombres y mujeres de mañana un culto de origen anglosajón contrario a nuestra tradición cultural y religiosa. No se trata de deplorar la fiesta en cuanto a fiesta. No pretendemos demonizar algo por el hecho de ser motivo de celebración o diversión de la gente. Lo que queremos es constatar que un pueblo que deplora y olvida lo más genuinamente suyo para abrazar algo tan escaso de valor, tan pobre y poco ilustrado como es este canto a lo lúgubre y siniestro, a la muerte vacía de espiritualidad y de sentido trascendente, un pueblo así, digo, puede ser conducido a cualquier sitio.
También al abismo, que es a donde nos vienen llevando los políticos españoles desde hace varias décadas con nuestra alegre participación. ¿Han gobernado entonces, quiere decir usted, el PP y el PSOE durante estos últimos decenios, por la misma razón por la que nos entusiasma esta cutrez del Halloween? Efectivamente, eso es lo que estoy diciendo. Exactamente, por la misma razón. Porque no sabemos lo que significa ser españoles. Porque despreciamos nuestra Patria. Porque nos importa un bledo nuestra gloriosa Historia común, y porque somos tan insensatos y soberbios que hemos dado la espalda a Cristo Rey. Somos un pueblo lamentable, y aunque suene duro decirlo, nos merecemos todo lo que nos está pasando.
Al ver a chicos y chicas riendo felices mientras rinden pleitesía, de manera inconsciente, a la muerte, con sus máscaras y sus trajes ensangrentados, no puedo evitar imaginar lo que sería de sus vidas si hubiesen elegido el camino de la Luz y de la Vida. Si alguien les hubiese enseñado a distinguir entre la muerte vacía y sin sentido, y la muerte que abre la puerta de la esperanza de la vida eterna junto a Dios. Pero ni ellos probablemente han querido aprender nada, ni casi con seguridad había nadie a su lado capaz de enseñárselo. Lo peor de estas generaciones de españoles no es la burricie de los infantes, sino la estulticia y falta de responsabilidad de quienes estaban obligados a mostrar el camino que conduce a la Verdad.