Miguel Massanet Bosch. Si quieren que les sea sincero, que les diga la verdad de lo que pienso y que les abra mi corazón tendré que reconocer que, este país en el que vivimos, ¡está hecho unos zorros! El autor del Guzmán de Alfarache, Mateo Alemán, dejó para la posteridad la siguiente frase: “No entres donde no puedes libremente salir”. Y no cabe duda de que la señora presidenta de la Argentina, la señora Cristina Kischner, mucho nos tememos que, aconsejada sólo por sí misma, guiada seguramente por este egocentrismo del que ya tuvimos una muestra en nuestro anterior presidente, Rodríguez Zapatero, parece que ha decidido meterse en un berenjenal del que se sabe como se entra pero se ignora como puede acabar. Un juego peligroso del que puede salir escaldada.
Resulta, aparentemente, muy sencillo solicitar ayuda del exterior, facilitar a las empresas foráneas que inviertan en el país, pedir que se importe tecnología nueva, que se den empleos a los oriundos y que se cree riqueza para el país; para que luego, cuando el trabajo está hecho, cuando las empresas son rentables y las nuevas tecnologías comienzan a dar sus frutos; olvidarse de las promesas, recurrir al patriotismo de conveniencia y sacarse de la manga leyes que, desconociendo las normas internacionales que rigen la seguridad jurídica de los inversores; los principios económicos y financieros que inspiran confianza en la seriedad de un país y apelando al populismo más trasnochado, que proclama la prioridad del interés nacional sobre los compromisos contraídos; unidos a esta forma habitual de entender los derechos de unos y otros, tan propia de la izquierda; que se ha hecho común a muchos de los países que formaron nuestras antiguas colonias americanas, como es el caso de la Venezuela del señor Chávez, que han decidido prescindir de las formalidades legales, cuando les interesa a sus fines particulares, utilizando de justificación los “intereses patrios” con los que intentan camuflar lo que, en realidad, no es más que tratar de desviar, hacia los inversores foráneos, los problemas debidos a la mala gestión del propio gobierno argentino.
Argentina es una gran nación, un país de inmensas riquezas y una gran extensión, que ha tenido la mala suerte de estar gobernado por mafias políticas que han buscado, ante todo, su propio enriquecimiento por el método habitual de presentarse como los valedores de los necesitados, los ángeles liberadores de los oprimidos y los salvadores de la nación que, como viene ocurriendo con el peronismo y ha ocurrido en España con el socialismo, pretenden perpetuarse en el poder; suplantando el legítimo gobierno democrático, por una suerte de dictadura populista que, mediante el recurso de las subvenciones, de los discursos demagógicos en los que se vierten ideas, conceptos y frases llenas de promesas, de proyectos y de utopías igualitarias que, ante una audiencia propicia a dejarse convencer por los fáciles argumentos anticapitalistas, surten el efecto deseado. Porque esta señora tan “entregada a su pueblo” está ejerciendo una verdadera dictadura, convertida en el nuevo icono del peronismo, convencida de que tiene en sus manos el poder para prescindir de asesores y actuar según lo que conviene a sus intereses familiares, con la impunidad del que sabe cuenta con el apoyo de las masas.
No obstante la señora Cristina de Kischner, en uno de sus viajes a Nueva Cork, se dice que llegó a gastarse más de 100.000 dólares en zapatos para su propio vestuario. Esta misma señora se está dando cuenta de que es incapaz de erradicar la pobreza de su país y que la economía está dando evidentes muestras de desgaste. El nacionalizar empresas o el obligar a las empresas inversoras, que operan en territorio argentino, a ceder al Estado parte de sus acciones, como parece que pretende la primera dama argentina, de modo que la mayoría pase a ser del sector público, no deja de ser una iniciativa que, a medio o largo plazo, puede tener resultados catastróficos para la Argentina. En una economía globalizada nada de lo que ocurre en una parte del mundo deja de tener repercusiones en el resto de las naciones. Así como el señor Hugo Chávez, cuando expulsó a los norte americanos de sus explotaciones petroleras, se tuvo que enfrentar a la carencia de técnicos capacitados y de directivos verdaderamente formados para dirigir las explotaciones, lo que tuvo como consecuencia una disminución de la productividad y un retroceso de las exportaciones; en Argentina puede suceder que les ocurra lo mismo si prescinden de las empresas españolas ubicadas en el país ( parece que un 25 % de la inversión extranjera en el territorio es española)
Pero, lo que ya cae dentro de lo inadmisible, para un país que se precie de serio y cumplidor de sus compromisos internacionales, es esta especie de bandolerismo chulesco, este atraco a mano armada o, si lo prefieren, este desprecio por los derechos internacionales y las normas económicas entre naciones civilizadas; con el que Argentina está chantajeando a Repsol. El presidente de Repsol, el señor Brufau, ha sido humillado y escarnecido por el ministro de Planificación argentino, señor Julio de Vido cuando, sin la menor consideración, le ha espetado el siguiente ultimátum: “Si quieres el 30% de YPF te quedas con el 30%. Y si no aceptas, te quedarás sin nada”. Don Victor Corleone, el gran capo de la mafia de la película El Padrino, hubiera quedado como un mero aprendiz de matón ante un sujeto semejante. Expropiar las propiedades de los ciudadanos es un remedio grave y poco popular, sin embargo, lanzarse sobre una empresa contra la que ya llevan actuando desde hace años, negándoles licencias de explotación y obstaculizando su normal funcionamiento, como viene ocurriendo con el caso de YPF, para amenazarla con la expropiación de la mayoría del capital, por un procedimiento tan cainita, burdo y desproporcionado como es sacarse una ley del bolsillo apelando al “interés nacional” no tiene otra calificación que el de “robo”..
Europa ( parece que Italia ya se ha mostrado dispuesta a hacer causa común con España en este contencioso) deberá tomar como un ataque a la UE, un desprecio por los usos internacionales y un precedente extraordinariamente peligroso para la economía mundial y las relaciones financieras internacionales, el que, una nación, dicte sus propias reglas, se atribuya facultades de saltarse las normas internacionales y que, para cubrir sus propias deficiencias, para tender una cortina de humo sobre sus problemas económicos y para desviar la atención de la ciudadanía de los fallos del gobierno de la señora Kischner, se apele a trucos propios de tahúres y no de naciones civilizadas, como es la Argentina. Quizá, la señora Kischner, no se aperciba de que está rompiendo puentes con una de sus principales valedoras ante Europa, España, y es posible que piense que su postura le va a favorecer ante sus colegas del cono sur; sin embargo, puede que se haya creado un enemigo mayor de la que ella pueda pensar y que, el tiempo, se encargue de poner las cosas en su sitio.
Si el ejemplo de Argentina prolifera, si la seguridad jurídica de los inversores puede quedar al albur de las conveniencias del gobierno de la nación en la que hayan tenido lugar y si organismos como la UE, el ECOFIN, el FMI y las cancillerías de los países que forman parte de organismos como el G20 o el G8, se quedan impasibles ante cacicadas como esta; es posible que muchos inversores se abstengan de arriesgar sus capitales para crear riqueza, ante la inseguridad de ser desposeídos de sus bienes. Un mal precedente, sin duda. O esta es, señores, mi opinión sobre este suceso.