La bandera de España CABEZA ABAJO
Manuel Parra Celaya. A simple vista, parece que debe obedecer a algún ritual, cuyo profundo simbolismo se nos escapa a los no iniciados. La evidencia es que, por dos veces separadas por un pequeño espacio temporal, la bandera española ha aparecido boca abajo, quiero decir con el escudo invertido. La primera ocasión fue cuando el besamanos humillante al Rey de Marruecos, tras haber virado nuestro Ejecutivo 180 grados con respecto al tema del Sahara; la segunda, con ocasión de la apertura de la cumbre de la OTAN en Madrid. En las dos ocasiones, el protagonista es Pedro Sánchez, diz que Presidente del Gobierno español.
Francamente, estoy algo intrigado al respecto, y, como mis conocimientos sobre lo esotérico son muy limitados y, en lo sanitario, no paso de algunos cursillos de Primeros Auxilios, busco información en Internet sobre eso de estar cabeza abajo, en el caso del escudo nacional con la corona apuntando al suelo y con la leyenda plus ultra solo legible haciendo el pino.
Las informaciones que leo son contradictorias; una de ellas me asegura que “al colocarnos cabeza abajo, el ritmo cardiaco aumenta, debido a que se libera noradrenalina, que tiene efecto vasoconstrictor en los vasos sanguíneos y estimulante en el corazón. Simultáneamente, la activación del sistema nervioso hace que sudemos más. Si es así, no es nada extraño que muchos españoles tengan palpitaciones y suden cuando ven a aparecer a Sánchez en una de sus homilías televisivas, ora claudicante ante Marruecos, ora triunfalista ante los representantes de la Alianza Atlántica.
Otra entrada médico-sanitaria en mi ordenador sobre estar cabeza abajo es más positiva: “Estimula la producción de serotonina, la ´hormona de la felicidad´; esta segunda información no se recata en afirmar que se producen “beneficios físicos, cerebro relajado, disminución del estrés y mayor concentración”; curiosamente, añade que “también mejora la apariencia del cutis (se explica, así, la guapeza que exhibe nuestro Presidente en sus intervenciones), favorece una mejor digestión (tomen nota los ciudadanos ante la subida de la cesta de la compra) y alivia la depresión moderada (no la grave, la que es producto de la circunstancia política a la que nos han llevado). Si este fuera el caso y todo eso es verdad, quizás las banderas al revés fueran un intento del Gobierno para llevar a cabo aquella vieja definición -más que utópica, bobalicona- que define la política como “el arte de hacer felices a los pueblos”. De este modo, todo el cúmulo de decretos y leyes que nos echan por encima estaría presidido por esta benéfica intención, y la bandera al revés sería su expresión simbólica.
Con todo, titubeo acerca de qué explicaciones puedan ser aplicables a la contumacia de invertir el escudo de nuestra bandera. Cuando uno ejercía de Jefe de Campamentos juveniles, ponía especial cuidado en que, en el acto de izar de cada mañana, el emblema nacional quedara en posición correcta, y no por simple protocolo, sino por respeto; claro que eran otros tiempos -bastante lejanos- y el escudo español era el que ostentaba el águila de San Juan e incluía unas palabras que expresaban el deseo de que España estuviera unida, fuera grande entre las demás naciones y estuviera libre de mediatizaciones globalizadoras; ante ese escudo y bandera, presté mi juramento cuando me tocó marcar el caqui, y me recordaron que un juramento vale para toda la vida…
Posiblemente, la explicación más segura del “despiste” o de un posible “ritual oculto”, me la proporcionen unas palabras que acabo de leer de mi amigo Javier Barraycoa, con quien (parafraseando a Miguel Hernández) tanto quise a España, que es lo esencial, y puedo discrepar en lo accesorio; dice Javier: “Podrá seguir existiendo una estructura administrativa llamada Estado español. Pero sin alma. Esta nos la están asesinando. Y un pueblo sin alma no puede existir. Por eso, podrá seguir habiendo españoles de DNI, pero no los descendientes de los protagonistas de las gestas que nos hicieron grandes”.
Por lo tanto, voy descartando que el hecho de que aparezca la bandera con el escudo hacia abajo en actos oficiales tenga un significado profundo, misterioso y cabalístico, y lo dejo en la condición de alegoría de la situación de España en estos momentos. Rebuscando explicaciones, puede ser que el subconsciente del encargado de protocolo le enviara un mensaje, desapercibido para su parte consciente, y, sin pretender otra cosa, diera pie a la rechifla internacional y al sofoco de algunos españoles que seguimos convencidos de que España debe ser otra cosa que la que es.
No sé si el señor Feijoo verá cumplidas algún día sus aspiraciones de cambiar el colchón de La Moncloa; si lo consiguiera, lo primero que debe asegurarse y exigir a sus subalternos es que, en sus apariciones públicas, la bandera y el escudo nacionales estén colocados en posición correcta, con la dignidad que merecen. Y añado que, aun más importante, es que esa dignidad no solo se cumpla protocolariamente, sino en toda la vida de España y de los españoles. Claro que mi sobrevenido escepticismo (¡cosas de la edad!) también me hace dudar de que se enmiende el rumbo equivocado, y la bandera -y la patria que representa- estén cabeza arriba.