La entropía y el sistema político español
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Miguel Massanet Bosch. Hubo un tiempo en que, los científicos, pensaban que se podría encontrar una máquina que conseguiría el movimiento continuo, es decir que, con un impulso inicial, ya bastaría para que siguiera en movimiento eternamente, salvo que concurriesen factores ajenos que lo impidieran. Esta fue la idea del perpetuum movil: aquella máquina que no precisase de un suministro constante de energía para seguir funcionando. Ello suponía que no existiese desgaste por fricción ni pérdida alguna de energía.
Como es natural, no vamos a pretender dar aquí una clase de física, materia en la que somos unos completos ignorantes. Sin embargo, nos parece que algo semejante a las conclusiones a las que llegaron importantes investigadores, como Clausius o Boltzmann, respecto al concepto de entropía (una magnitud física que permite conocer la parte de la energía que no es capaz de producir movimiento, o sea, la energía perdida) pueden ser aplicables a otros campos aparte de la física. Clausius había condenado al Universo a un final inapelable, dado que los procesos serían siempre irreversibles sucediendo siempre en la misma y única dirección. Para Boltzmann, la entropía estaba relacionada con el grado de desorden de un sistema; en consecuencia, cualquier proceso que se de en la naturaleza es para producir mayor desorden, lo que conduce a un caótico e inevitable final.
Si intentamos analizar la situación de la política en nuestra nación, precisamente cuando está finalizando la etapa de gobierno del PP del señor Rajoy, en vísperas, a la vuelta de la esquina, de la disolución de las Cortes y de la convocatoria de unas legislativas, seguramente para el 20D (para la elección de un nuevo gobierno), en las que los españoles se van a ver, una vez más, en la tesitura de tener que dar su voto a una determinada formación política que les resulte más de fiar, que les signifique un mayor crédito y que se ajuste mejor a una particular tendencia ideológica, la más afín a su modo de entender un sistema determinado de Estado. Posiblemente, nos vamos a encontrar ante una situación inédita que, hace solo cuatro años, cuando votamos el 20N al PP por un amplia mayoría; nada tenía que ver con el actual panorama, en el que se puede decir que han aparecido una serie de nuevos factores que han irrumpido en la lid por el poder, nuevos grupos de poder que han dibujado un mapa político completamente distinto y, si queremos ser francos, bastante preocupante respecto a la proyección del futuro de nuestra nación. Como adelanto, el desafío al Estado de Derecho que, el separatismo catalán, saltándose las leyes españolas y la Constitución de 1978, ha lanzado al gobierno Central, con la idea de poner en cuestión la autoridad de la nación española sobre una pequeña, aunque importante, fracción del territorio español. Unas autonómicas a las que el separatismo les dio el carácter de “plebiscitarias” que sin embargo perdieron pero, aún así, incansables y obcecados en mantener en jaque a España, siguen intentando prolongar la incertidumbre y obstaculizar, hasta el último momento, el desarrollo normal de las nueva etapa preelectoral, minada y condicionada, por lo que pudiera llegar a suceder en Catalunya de aquí al 20D, fecha de los nuevos comicios.
Por de pronto, ya existe una división entre los partidos constitucionalistas que rechazan de frente cualquier intento secesionista, respecto a aquellos que estarían dispuestos a hacer ciertas concesiones de tipo identitario y fiscal o aquellos, partidarios de la reforma constitucional, que estableciera un nuevo modelo de tipo federal. No es algo inocuo, ya que unas posibles alianzas postelectorales podrían estar condicionadas por tales discrepancias. No nos queda más remedio que aceptar que, en el actual estado político imperante en nuestro país, existe un claro factor de desorden (entropía) dónde parece que la ciudadanía, anteriormente polarizada en unos pocos partidos políticos, ha entrado en una fase en la que el disgusto con los partidos tradicionales; las consecuencias de la crisis; la decepción por el incumplimiento de las promesas electorales; los enfrentamientos, a cara de perro, entre las distintas ideologías y la evidencia de que, aún en tiempos de máxima necesidad de acuerdo, de unidad y de apoyo común, en beneficio de la ciudadanía española; ha sido imposible que los partidos tradicionales tuvieran un gesto de generosidad y de patriotismo que les hubiera permitido trabajar juntos en pro de lo que fuera mejor para España; han creado un desafecto a la política y los políticos.
Hoy en día, lo que se puede adivinar detrás de todo este entramado de siglas, partidos, agrupaciones, deslealtades a la patria y amenazas de secesionismo, no es más que el anuncio para el mañana de un verdadero “desorden”, una carrera en pos de las poltronas, que nada tiene que ver con lo que precisa el país ni con lo que hace falta para que, desde fuera, continúen manteniendo la confianza en nuestra economía, en nuestra posibilidad de seguir cumpliendo con nuestras obligaciones como socios europeos y en la solidez de nuestro sistema económico y financiero, que permita que España siga siendo un país en el que se merezca invertir sin el temor a sorpresas respecto a la seguridad de las inversiones foráneas.
Es evidente que, aparte de la demagogia de los distintos partidos, por encima de lo que se diga en los mítines electorales y de las barbaridades que se escuchan desde partidos alérgicos al orden, la seriedad y la disciplina económica; lo que verdaderamente nos interesa a los españoles es que no se rompa “el buen rollo” con nuestros vecinos europeos, no tengamos la tentación de echar a los norteamericanos de nuestra nación y no sigamos el mal ejemplo de Syriza, de pretender enfrentarnos a la CE, con la pretensión de querer que se dobleguen a nuestras condiciones, cuando ha quedado evidenciado que, en la actualidad, ninguna nación perteneciente a la UE puede pretender abandonarla o prescindir de las ayudas del BCE, el BEI o el FMI, sin correr el peligro de quedar fuera del sistema económico mundial, como una pequeña nave expuesta a los efectos de las galernas financieras y económicas. Si, señores, puede que no nos percatemos del peligro que se cierne sobre nosotros, pero ya somos muchos los que pensamos que, esta amenaza de entropía de nuestro sistema, puede ser que siga las mismas reglas fatales que pronostican los físicos a los “procesos irreversibles” que conllevan un “caótico destino final”.
No despreciemos la ciencia ni creamos que las matemáticas sólo sirven para la compra y para llegar a final de mes. No acabamos de explicarnos como una nación floreciente y próspera, como fue España hace unos años, haya llegado a un punto en el que, como si hubiéramos retornado a un pasado infumable, parece que quisiéramos revivir situaciones de las que tuvimos unas pésimas experiencias, que nos llevaron a enfrentamientos entre españoles y a una situación extrema de la que hemos tardado más de de 75 años en solventarla; durante el transcurso de los cuales, por ilógico que parezca, por absurdo que resulte o por incomprensible que pueda ser, se han seguido trasmitiendo de padres a hijos y a nietos, viejos rencores, historias tergiversadas e interesadas creencias, mediante las cuales se ha conseguido que, una parte del pueblo español, se siga creyendo que la Guerra Civil fue una más de las rebeliones militares en contra de un gobierno legítimo de la República.
La realidad, no la que intenta vender la Ley de Memoria Histórica ( un invento de la Izquierda para cambiarla) fue que, las elecciones de febrero de 1.936, aparte de haber sido amañadas, elevaron al poder a un gobierno radicalizado que se dejó desbordar por los extremismo de los sindicatos de clase y los partidos revolucionarios, todos ellos incluidos en los llamados “Frentes Populares” que convirtieron a España, en poco tiempo, en una país dominado por las turbas, donde predominaban sicarios y asesinos que mataban para robar sin que la autoridad hiciera nada para evitarlo. Lo que sucedió el 18 de julio de 1.936 fue la culminación de un proceso de degradación política que no podía tener otro fin o... la implantación del Comunismo que nos llegada de Moscú. O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, sentimos que bajo nuestros pies ya empieza a notarse los primeros temblores del terremoto que se nos avecina si los españoles no somos capaces de reaccionar con sensatez y pragmatismo, ante el desafío que se nos presenta de que la fecha del 20D sea el inicio de una etapa de disolución de la nación española. Puro efecto entrópico.