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Diario YA


 

La fecha de 1978 marca un hito en la historia de España

La España que no hubiera querido conocer

Ángel Gutiérrez Sanz ( Catedrático de filosofía y escritor) No está de más que de vez en cuando volvamos la vista atrás, para que nos demos cuenta cual es el origen de los males que ahora tenemos que lamentar. La fecha de 1978 marca un hito en la historia de España; a partir de aquí se produjo un cambio radical y acelerado como nunca jamás había sucedido. La España que conocíamos dejó de ser lo que había sido para convertirse en otra cosa bien distinta. De nación pasaría a ser un país sin identidad propia, desaparecieron sus esencias y su unidad comenzaría a resquebrajarse.

El Régimen político nacido de la Constitución de 1978 iba a traer consecuencias inimaginables para la mayoría de los españoles; aunque algunos sí que intuimos lo que podría pasar. Una mirada retrospectiva nos permite hoy ver con claridad meridiana lo que ocurrió en aquellos convulsos días de la transición. Todo aconteció muy precipitadamente, había prisa por dar un vuelco total a la situación; por acá y por allá comenzaron a surgir partidos que querían estar presentes a la hora del reparto de la tarta y dejarse oír cuando llegara el momento de redactar la Carta Magna por la que habría de regirse este país antes llamado España.

Era difícil contentar a todos, pero fue posible porque entre ellos existía una aspiración común, que consistía en enterrar el pasado de una gran nación y así comenzaron los pactos y chalaneos para lograr el gran milagro de confeccionar un sombrero capaz de cubrir muchas cabezas de diferentes tallas. Naturalmente se daba por supuesto la grandeza de miras de los libertadores de la Patria, ni sombra en ellos de revanchismo, traición, deslealtad u oportunismo separatistas, todo lo contrario, se les veía como personas irreprochables a quienes solamente les movía una enorme generosidad, aderezada con espíritu patriótico y el afán de reconciliación nacional que comenzaba, eso sí, por renegar y demonizar la España próspera heredada de nuestros padres y abuelos.

Estos politicastros, no me atrevo a llamarles pícaros, movidos por el interés común de que nuestra milenaria nación dejara de ser lo que siempre había sido, tuvieron el convencimiento de que estaban condenados a entenderse y no les faltaba razón; por lo que a pesar de los tira y afloja llegaron a un acuerdo para caminar en esta dirección. Al final los Padres de la Patria, con la Constitución del 78, creyeron haber logrado una obra excelsa más propia de ángeles que de hombres. Ahora la cuestión estaba en que el pueblo la refrendara, para así poder decir que los mismos españoles eran los artífices del cambio radical que se iba a producir en nuestra Nación.

Como quiera que la gran mayoría de los ciudadanos no tenía tiempo para leer el texto de la Carta Magna, ni capacidad para enjuiciarlo, fueron los políticos y los medios de comunicación quienes se encargaron de hacer la propaganda y aleccionar debidamente a los ciudadanos sobre qué es lo que tenían que votar. Se daban todos los requisitos y garantías para que no hubiera sorpresas en el Referendum Constitucional celebrado el 6 de Diciembre; aun así el resultado fue que de los 26.632180 electores españoles sólo 15.706078 votaron sí, lo que representaba menos del 59% del censo electoral. Ello no fue obstáculo para que la ruptura con el pasado se produjera y además se pudiera decir que ésta era la constitución que todos los españoles nos habíamos dado, cuando en realidad es que sólo fue refrendada por poco más de la mitad de los españoles con capacidad de voto.

Lo que vino después lo recordamos todos muy bien. Durante unos años de euforia nos sentimos como en una nube disfrutando alegremente de la vida en el país de las maravillas, donde se creía que todo era libertad, fraternidad, justicia, igualdad, progreso y uno se podía gastar alegremente más de lo tenía. Ante semejante bonanza, las palabras se quedaban cortas para agradecer a los padres de la patria su generoso esfuerzo, que había culminado con el advenimiento de la sacrosanta democracia. Una vez pasada la luna de miel, se comenzó a hablar de los primeros escándalos, del comportamiento poco escrupuloso de los políticos, de la politización de la justicia, de casos gravísimos que por razón de estado permanecen aún envueltos en el misterio y un sinfín de cosas.

Todo ello bien hubiera podido ser motivo suficiente como para generar dudas sobre la presunta inocencia de un estado de derecho, pero la gente prefería mirar para otra parte. Un periodo en que la política de pan y circo funcionó, sin que se produjera la más mínima alarma social. El estado del bienestar social lo tapaba todo y era la razón poderosa para justificar lo injustificable, así hasta que apareció la crisis económica y con ella los españoles dejaron de ser tan tolerantes, echándose a la calle para poner voz a un movimiento generalizado de indignación social.

La imagen idílica de la España soñada en los tiempos de la transición era ya insostenible porque contrastaba con la dura realidad. Lo que ahora se comenzaba a ver era una España corrupta, empobrecida, con una clase media a la baja, donde los ricos se hacían cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres; la España del paro y de los jóvenes emigrantes, la España de la sedición y falta de patriotismo, la España del rencor encubierto y de la memoria histórica, la España de la partitocracia, de los embustes y la falsificación de la Historia, en fin la España que por un motivo u otro produce vergüenza .

Lo más triste del caso es que quienes más razones tenían para hacer algo en pro del cambio del rumbo nacional desaparecieron de la escena, dejando que fueran otros los que lideraran este sentimiento generalizado de descontento, con la clara intención de ponerlo todo patas arriba, con lo cual lo previsible es, que si mal están las cosas puede ser que aún vayan a peor. A la pobre España por todas las partes le acecha la conjura, sin que haya atisbo de que aparezcan en el horizonte unos hombres honestos que antepongan el bien general al bien particular, que crean más en España que en la partitocracia, que tengan claro que un Estado de derecho debe estar fundamentado en los principios inamovibles de la Ley Natural, siempre por encima de la voluntad de los hombres, que crean en la existencia de la Verdad y el Bien con mayúscula y piensen que el orden ético está por encima del orden legal de la mitad más uno.

En las actuales circunstancias en que nos encontramos la única esperanza que a uno le queda es que el pueblo español reaccione a tiempo antes de que sea demasiado tarde ¿Es esto lo que razonablemente cabe esperar? Cuando menos esto es lo deseable; pero para que además fuera posible los españoles hemos de comenzar sustrayéndonos a la acción propagandística tendenciosa de los políticos y de los medios de comunicación y nos decidamos de una vez por todas a pensar por cuenta propia, libres de miedos y manipulaciones, que honradamente seamos nosotros mismo quienes tratemos de sacar las pertinentes conclusiones a la luz de lo que está pasando.

Este sería el primer paso y después de habernos informado correctamente, sin intoxicaciones, vendría la determinación personal honesta y coherente. Por los frutos los conoceréis. Ésta bien pudiera ser la clave. Los españoles, de forma madura y responsable, tendremos que hacer balance con los ojos puestos en los resultados obtenidos por el régimen del 78. Hemos de pensar en lo que se dilapidó, en todo lo que pudo hacerse y no se hizo, en los escándalos, en la depauperación económica y en la miseria moral a la que ha llegado nuestro pueblo.

Por cierto, debiéramos de ser también más coherentes. Resulta difícil de explicar que tengamos tan mala opinión de los políticos, que desconfiemos tanto de ellos y luego les prestemos nuestro refrendo y apoyo incondicional en las urnas y que no dejemos de votarles, aunque tengamos que hacerlo con las narices tapadas. Estamos inmersos en una especie de esquizofrenia, en que por una parte manifestamos nuestra repulsa a la casta política, pero por otra no nos importa hacerles el caldo gordo cuando llega la ocasión. Es difícil de entenderlo, pero esto es lo está sucediendo desde hace mucho tiempo. En lugar de votar a los políticos indignos, lo que tendríamos que hacer es botarles, tan fácil como cambiar una v por una b. Sin duda que la mayoría de los españoles quiere y desea que España siga en pie, pero para que esto sea así hay que ser conscientes que nuestro ordenamiento político debe de acabar y cuanto antes mejor. Y yo me pregunto ¿No habrá llegado ya la hora de buscar algo mejor de lo que tenemos?

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