La moda imperante de hacer el ridículo
Miguel Massanet Bosch. El señor Tarradellas dejó, para la posteridad, una de estas frases que merecen recordarse: “En política se puede hacer de todo menos el ridículo”. Sin embargo, no parece que tan sabias palabras hayan calado muy profundamente entre los actuales políticos de las generaciones actuales y, si es que queremos fijarnos especialmente en aquellos políticos catalanes a los que dejó en herencia el ocuparse de Cataluña, que parecen empeñados en dejar en mal lugar, al político catalán de la II República, desde el momento de que pocos de ellos, por no decir ninguno, han conseguido escaparse del San Benito de haber sido protagonistas de alguna de las situaciones de máximo ridículo, en las que han caído a lo largo de su peripecia política.
Si ya se puede considerar una aspiración ridícula, absurda, desconcertante y completamente irracional, el intentar romper una nación, dejar de formar parte de un todo que se ha venido complementando durante más de 500 años, intentar romper lazos de hermandad y construirse, de la nada, una Historia que sólo se puede entender como un medio de justificar unos argumentos que, en la realidad, nunca han tenido base real que los pudiera justificar a lo largo de todo el pasado de Cataluña, desde que los reyes francos otorgaron la categoría de reino a la corona de Aragón, para ayudarles a establecer una frontera que impidiese que los árabes penetraran en Francia; no digamos ya los hechos y circunstancias en los que, los defensores de un estado independiente de Cataluña, han conseguido ponerse en ridículo desde que, el señor Artur Mas, adoptando la actitud mayestática de un iluminado profeta del nacionalismo catalán, lanzó, con altivez, su particular desafío al Estado español, anunciándole su propósito de independizar, él con sus mesnadas catalanas, la autonomía catalana del resto de España.
Seguramente su ejemplo, la serie de locuras que se han ido cometiendo en este país, la completa irresponsabilidad de sus gobernantes y la aparición de nuevas formaciones políticas portadoras de ideas revolucionarias, han abonado con abundancia de estiércol intelectual, las permeables tierras ibéricas, de tal forma que, entre unos y otros, la calidad de quienes viven de la política, de quienes no les importa traicionar a sus votantes, de estas nuevas camadas de advenedizos interesados en asegurarse un porvenir económico que, en otro caso, por su falta de preparación, ignorancia y necedad, nunca en toda su vida hubieran tenido ocasión de conseguir; ha ido empeorando cada vez más.
Fuere como fuere, el maratón de quienes luchan entre sí para ver quien consigue adjudicarse, en dura competencia, el más notable, impactante, vergonzoso e hilarante ridículo, es evidente que puede llegar a ser muy competido, tanto por el número de los que optan al triunfo, como por los méritos, de cada uno de ellos, para lograr incurrir, sin esforzarse, en el ridículo más espantoso. Veamos el caso del señor Puigdemont, que ha fracasado en todos los intentos de ser recibido en Europa por algún funcionario de la UE o ha pretendido que le recibiera alguna personalidad de los países europeos, viéndose sometido a los desaires más sonados y humillantes.
Tampoco ha dejado de hacer méritos el señor Artur Mas, en sus intentos de convencer a los países del resto de Europa de que la causa catalana tenía un porvenir fuera de España. No sólo han salido trasquilados en sus intentos, sino que se han hecho tan pesados que han conseguido que, desde las instituciones europeas, les hayan advertido de que, fuera de España, su porvenir era quedarse expulsados de Europa y de los beneficios inherentes a pertenecer a ella. Claro que se les debe reconocer, a estos separatistas, la cualidad de no darse por vencidos y, ahora, se van a hacer el ridículo a los EE. UU, pretendiendo hacernos creer que allí se les escucha. Sólo que, es sabido de todos, que las universidades americanas, como la de Hardvard, ceden sus salas de conferencias, hasta alguna de ellas instalada en un sótano (que es lo mejor que pudo conseguir el equipo del presidente de la Generalitat), para que, un grupo de alumnos reducido, se prestase a escucharle decir estupideces, como ha sido la de pretender equiparar la lucha por los derechos civiles de los líderes negros americanos (Luther King, Alí, etc.) al caso catalán. Sin duda, Puigdemont, como ha demostrado durante toda su etapa al frente de CDC, tiene grandes posibilidades de ser galardonado como el diploma al ridículo más excelso.
Claro que el señor Pablo Iglesias, de Podemos, se lo va a poner difícil, cuando ha propuesto que se suprima del CP la penalización por apología del terrorismo o ha pedido la supresión de la misa dominical en la TV2 o largando frases del siguiente calibre: “el poder nace de la boca de los fusiles” ¿estamos en el Siglo XXI o en el 1936?; “Ahora mismo Bergoglio y yo estamos en la misma barricada”; "El enemigo solo entiende el lenguaje de la fuerza". Pero veamos a otros personajes como, por ejemplo, ¿qué les parece el trendig topic de Carolina Bescansa dándole el pecho a su bebé en el Parlamento? Veamos a la portavoz de Podemos en el Parlamento, Irene Montero, dirigirse a un parlamentario del PP: “Un poco machirulo le he visto, así que la próxima vez que se acerque al escaño un poco más educadamente y sin tanto machirulismo”, muy castiza la moza. Pero lo peor ocurrió cuando se las dio de experta en finanzas y lanzó un tuit pretendiendo desmontar la contribución del IBEX35 al empleo: “IBEX35: valor igual al 50% PIB, pero solo dan empleo al 7,35% de trabajadores ocupados.
Desmontando mitos de la mano de…” Sólo que esta muchacha confundió las cosas porque: el PIB mide la actividad económica del país, mientras que la capitalización del IBEX 35 da el valor patrimonial de dichas empresas, cuando lo correcto sería comparar el beneficio anual de las empresas del IBEX35 vs PIB anual. Hombre, no es que se trate de algo grave, pero que el señor Iglesias se pase besuqueando a todo cuanto amiguete se encuentra en el Parlamento, tampoco resulta algo muy usual.
En fin, tampoco Ciudadanos se salva de hacer el ridículo y nos duele decir que su líder, el señor Rivera, no ha acertado cuando le ha querido hacer una jugarreta al señor Rajoy, amenazándole con promover una moción de censura en Murcia; porque también ha hecho el ridículo cuando se ha dejado adelantar por el PSOE murciano, que la ha presentado por su cuenta pretendiendo que, si progresa, poner a uno de los suyos al frente del gobierno murciano. Albert Rivera se ha quedado agarrado de la brocha y, la situación en la que ha quedado no pronostica que pueda salir muy airoso de este affaire, ya que, de adherirse, lo deberá hacer en compañía de Podemos, que ya han anunciado su apoyo; si no lo hacen, se desdecirán de su propuesta y si, entre tanto, el juez decidiera archivar el expediente del actual presidente, por no encontrar pruebas suficientes, el ridículo adquiriría dimensiones épicas.
Claro que nuestra delicada vicepresidenta del Gobierno, tampoco parece ser muy consecuente con las actuaciones que, el ejecutivo del señor Rajoy, ha estado llevando a cabo respecto al problema catalán; cuando ahora, a buenas horas mangas verdes, se le ocurre decir que lo que hace falta es “más trabajo político que jurídico” algo que cuesta de justificar si se tiene en cuenta que, la política llevado a cabo por el gobierno de Rajoy con respecto al problema catalán, ha venido siendo el de ir recurriendo ( algo que personalmente apruebo) cada una de las actuaciones ilegales que, los nacionalistas, han ido cometiendo durante este larguísimo proceso del camino hacia el independentismo. Resulta ridículo que, la señora Santamaría, que todos sabemos que ha sido la mano derecha de Rajoy en todo el tema catalán, ahora se salga desdiciéndose de aquello a lo que ha venido contribuyendo personalmente.
O así es como, señores, desde la óptica de un ciudadano de a pie, no tenemos más remedio que denunciar a todos estos señores y señoras ( no sea que las feministas me pongan el San Benito de machista), que debieran, por su oficio de servidores públicos, saber controlar sus palabras y retener sus impulsos, por sus errores verbales y su evidente bisoñez respeto a lo que debiera ser un comportamiento de personas a las que el pueblo ha hecho el inmenso favor de otorgarles su confianza, para que lleven adelante la nación , algo que, curiosamente, parece ser que es lo único que son incapaces de hacer. ¡Lástima!